Vie 16.08.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Guerra falsa, terror real

› Por Claudio Uriarte

Es por lo menos llamativo que una administración como la de Bush, que no se cansa de inyectar alegremente en la prensa infinidad de historias (porque eso es lo que son: historias) sobre su supuesta intención de atacar a Irak y derrocar a Saddam Hussein, haya reaccionado tal mal cuando la semana pasada el Washington Post publicó trascendidos de un informe al Pentágono de Laurent Murawiec, analista francés de la Rand Corporation, quien afirmaba que “los sauditas están activos en todos los niveles de la cadena del terror, desde los planificadores hasta los financistas, desde los dirigentes hasta los soldados de infantería, desde los ideólogos hasta los simpatizantes”. Por una vez, los voceros de todas las dependencias del gobierno vinculadas a la política exterior, que en esta administración forman algo así como un desentonado gallinero de registros discordantes, sonaron esta vez como un coro unánime: el informe de Murawiec era condenable, y no reflejaba los puntos de vista de la administración.
Esto último es muy posible, ya que ésta es una administración singularmente desprovista de puntos de vista. En cambio, el papel de Arabia Saudita como usina financiera y práctica del terrorismo es conocido desde hace mucho, sólo que entra en cortocircuito político con el hecho de que el reino es el principal abastecedor de petróleo de Estados Unidos, y que las compañías petroleras norteamericanas forman un incómodo continuo de intereses con una Casa Real tan corrupta como represiva. La visión de Arabia Saudita como un aliado norteamericano data de la Guerra Fría; ahora, en todo caso, la Casa de Saud –cuyo decadente rey Fahd arribó esta semana con todo su séquito a una residencia frente al mar en Marbella que es una réplica de la Casa Blanca– preferiría pensar que Estados Unidos es un aliado de Arabia Saudita. De hecho, los sauditas tienen un “topo” de primer nivel en la administración: el vicepresidente Dick Cheney, ex presidente de la compañía de servicios petroleros Halliburton.
Hay que entender que Arabia Saudita es la sociedad más cerrada y fundamentalista de la zona –más que Irak y mucho más que Irán– y que, desaparecida la Unión Soviética, su principal enemigo no es un Irak al que ayudó a volver al seno de la Liga Arabe –y para el cual vetó explícitamente un ataque norteamericano– sino Israel, y los sectores en EE.UU. que defienden a Israel. Pero de esto, claro, es más prudente no hablar: es mejor hacer hablar de la falsa invasión a Irak, que no es más que una cortina de humo preelectoral para ocultar a los votantes el desastre que es la economía norteamericana.

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