Vie 18.01.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Detalles de una interna

› Por Claudio Uriarte

Hasta ahora, y desde la Intifada lanzada en setiembre de 1999, Yasser Arafat había apostado a la conveniencia de mediano plazo de fugar hacia adelante y subsumir las contradicciones internas del movimiento palestino en la violencia hacia el exterior israelí. Dos años después de ese lanzamiento, el margen de maniobra se le empezó a reducir peligrosamente y quedó cada vez más en el blanco de la misma violencia que antes había autorizado: los atentados del 11 de setiembre contra Nueva York y Washington enfriaron rápidamente las simpatías propalestinas del Departamento de Estado norteamericano, y en el escenario mismo de los hechos estaba un Ariel Sharon cada vez más fortalecido y legitimado por la violencia sin tregua de los palestinos.
Desde mediados de diciembre del año pasado, el proceso de paz iniciado en Oslo se encuentra en una posición de final del juego y de hora de la verdad. Sharon no lanzó una reconquista a sangre y fuego de los territorios palestinos autónomos ni expulsó de ellos a Arafat, sino que decidió dar al líder palestino una especie de última oportunidad: la de arrestar a los responsables de atentados. Sharon no ignora que esto implica el rompimiento interno de la unidad nacional palestina, quizás el comienzo de una guerra civil, pero estos eran elementos que estaban implícitos en los codicilos secretos del acuerdo de negociación: no hay paz viable que deje completamente satisfechos a la totalidad de las corrientes internas de los dos antagonistas. Ese camino empezó a ser desandado por Arafat el martes: se había vuelto claro que no podría salir del solitario escaque ajedrecístico que detenta en su prisión domiciliaria en Ramalá si no arrestaba a Ahmed Saadat, líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y autor intelectual del asesinato del ministro israelí de Turismo Ravaham Zeevi, en octubre.
Pero este movimiento ha levantado una parte de la calle palestina en su contra, y ayer el FPLP rompió lanzas con Arafat de un modo sin precedentes, amenazando con matar a responsables de inteligencia de la Autoridad Palestina si no se liberaba a Saadat. En este cuadro de preguerra civil, desde luego, ninguno de los bandos es inocente de ayuda extranjera. Si un Arafat acorralado decide avanzar en la lucha contra el terrorismo, deberá descansar inevitablemente en el poder militar de Israel y Estados Unidos. Y si los radicalizados resisten, sus fuentes son Siria -que financia al FPLP– y al menos un sector de Irán, que envió a los palestinos el buque de armas capturado por Israel en el Mar Rojo.

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