EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Washington Uranga
George Bush inicia su gira por Medio Oriente y Al Qaida, más que una organización un sentimiento que aglutina rencores frente al enemigo común, llama a recibirlo con bombas. En Pakistán, una potencia nuclear montada sobre el hambre y la miseria de la mayoría de su población, ocho líderes islámicos comprometidos con la búsqueda de la paz, fueron asesinados en los últimos días en la frontera con Afganistán. En ese mismo país, el 27 de diciembre fue eliminada la ex primera ministra Benazir Bhutto. En el estrecho de Ormuz, en el Golfo Pérsico, Irán y EE.UU. juegan a la guerra. Los iraníes aseguran que defienden sus derechos y los norteamericanos, como amos de aires, tierras y mares, consideran que sus embarcaciones militares son “hostigadas” por el sólo hecho de advertir sobre su presencia por demás evidente en cualquier parte del mundo. Las informaciones que llegan desde Kenia dan cuenta de miles de muertos, sin precisar la cifra, como resultado de la reelección presidencial de Mwai Kikabi, acusado de fraude por el opositor Raila Odinga. Son acontecimientos de un escenario internacional que nos llega apenas como un eco remoto. Son informaciones que nos resultan lejanas, extrañas, ajenas. Porque sólo la muerte extraordinaria, la catástrofe o la agitación política convocan nuestra atención en esas partes del mundo. Pruebas a la vista. Somalia apareció en el teatro de nuestra realidad a partir del secuestro de la enfermera argentina Pilar Bauzá Moreno. Pero más allá del hecho lamentable del secuestro y de la abnegada tarea de la profesional, ese país es una suerte de calvario de la especie humana, donde centenares de miles de hombres y mujeres no encuentran la forma de dar batalla por la vida o quizás, la única y contradictoria manera de hacerlo es generando muerte. Casi nadie se ocupó aquí de Somalia antes de Bauzá. Todo ello sucede porque hay grandes poblaciones de este mundo totalmente ignoradas por la tan mencionada globalización. La forma de tomarlas en cuenta es no prestarles atención, ignorarlas, olvidarlas. Llegado el caso se las puede denunciar y atacar como nidos de terroristas fabricados por el propio poder internacional. No habrá ninguna consideración, por cierto, a las razones históricas, étnicas y, sobre todo, materiales y humanas en las que viven esos hombres y mujeres. La globalización es una palabra demasiado grande y pomposa que, en lugar de incluir, excluye. O que sólo incluye o toma en cuenta en función de las acciones y los intereses de los centros de poder. Y en ese ir y venir la muerte cotidiana, la muerte por hambre o por abandono, no es noticia. No importa, no trasciende. Hasta que la indolencia y la desidia se transforman en explosión violenta, en reacción furiosa y muerte extraordinaria y, por esa vía, en acontecimiento noticioso.
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