EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Volvió a ser notable pero dejó de ser novedad. Cristina Fernández de Kirchner sostuvo un discurso durante 70 minutos, sin leer y casi sin ojear el ayudamemoria. Lo hizo con desenvoltura, haciendo gala de sus recursos expositivos, su vocabulario, ilación y memoria. Explicó y describió mucho más que lo que propuso o anunció.
En esencia, hizo una estructurada defensa del “modelo” kirchnerista, dando debida cuenta de su convicción de continuarlo. Fue menos belicosa que en otras ocasiones, pero se permitió arrojar algunos guantes. Su presentación fue bastante ordenada, aunque se desparramó un poco en los instantes finales.
Nada tuvo de azaroso que los primeros tramos versaran sobre la economía y la obra pública, las vigas de estructura de la política oficial.
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El blasón: La memoria de la Presidenta le permite enumerar cifras en tropel, con mejor verba pero con similar profusión que Néstor Kirchner. La primera serie que enunció fue la de los años de crecimiento económico. Cinco años seguidos, enunció, es la mejor marca de un siglo, si se llega a seis se superará el record desde 1810. Tal es blasón principal de su fuerza política y valía plasmarlo en números. A ellos siguieron alabanzas al “modelo de acumulación e inclusión social”, a su “racionalidad”. Fernández de Kirchner apela mucho a esta palabra y aún más a la expresión “círculo virtuoso” (no menos de tres ayer, ganándole cómodo a la también socorrida “sinergia”). Todas las expresiones describen un mecanismo como de relojería en el que se deposita enorme confianza y en el que, al menos en el relato, no se registran tensiones y fricciones derivadas de su propio desarrollo. Tamaño optimismo puede parecerles exagerado a quienes (como el cronista) creen más en la dialéctica de la historia y en el amesetamiento del “modelo” que ha generado sus propios cuellos de botella y contradicciones.
En materia económica, laboral y social el mensaje fue unívoco, de satisfacción y consolidación.
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Acuerdo rebautizado: El acuerdo social, nacido en campaña y prontamente diluido en pactos sectoriales, renació con otro nombre y un horizonte temporal: la mandataria se refirió a un Acuerdo del Bicentenario, sin precisar su modo de implementación aunque sí algunas de sus metas. Entre ellas hubo algunas dirigidas al mediano plazo, un flanco débil del gobierno anterior. Tres normas se aludieron, con tal norte.
Una es el Sistema Nacional Integrado de Salud, iniciativa ambiciosa enumerada de manera imprecisa y sin fecha de presentación.
La otra es un plan quinquenal (ejem) de la empresa estatal de aguas AYSA, que se fija como objetivo que todos los argentinos tengan agua corriente en 2011.
La tercera es una Ley de planificación estratégica de la obra pública, para todo su período. La base material de esta propuesta es una suerte de mapa social y económico realizado por la Subsecretaría de Planificación, que hace tiempo atrae la atención de la Presidenta.
Otra meta cuantificable para honrar en el bicentenario fue la reducción del índice de pobreza a un dígito. Agua corriente para todos, pobreza circunscripta son afanes arduos de concretar y es bueno que se les ponga plazo fijo. También dan cuenta de cuán bajo había caído la Argentina, circunstancia que la oradora subrayó un par de veces. Conmemorar “de dónde venimos” es también un sustento firme de la autoestima oficial.
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Guantes: Vestida con elegante traje crema, hubiera quedado fuera de lugar que la Presidenta usara guantes. No los portó, aunque sí arrojó algunos, en sentido metafórico. El que le tomó más tiempo fue el reclamo a los docentes por el cumplimiento de los 180 días de clase. Lo edulcoró resaltando que se firmó la paritaria docente nacional y que los sindicatos del sector firmaron el correspondiente compromiso. Pero el núcleo del largo párrafo respectivo fue una crítica a la conflictividad docente en los últimos años. Una cuestión de Estado en la que incide también el pago chico o, por mejor decir, el conflicto del 2007 en Santa Cruz. Con tantas deudas de privados y de los gobiernos en esa materia, esa campana sonó desproporcionada.
Hubo reproches, más breves y menos enfáticos, a la banca privada por su propensión a dar créditos para consumo y retacearlos a los sectores productivos, máxime a las pymes. La angurria del sector financiero crispa al Gobierno. El ministro de Economía, de matriz productivista, suele comentar que los bancos son las únicas empresas que trabajan con el ciento por ciento de capital puesto por otros.
Alguna mención del discurso pareció aludir a los medios, aunque Fernández de Kirchner reseñaba comentarios de analistas económicos radicales sobre la cuestión energética.
En promedio fue un discurso poco confrontativo, como si la oradora hubiera privilegiado el objetivo de hablar “del estado de la nación” y no de la coyuntura, sin cumplirlo a rajatabla.
No hubo muchos dardos más, una cuota baja cotejada con el estilo de los dos Kirchner, hasta ayer.
Ningún prócer de la historia nacional fue aludido, ni siquiera Eva Perón o Sarmiento.
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Ausente adrede: Aunque hizo uso extensivo de su legado de gestión, Cristina no nombró nunca a Néstor Kirchner. El primer ciudadano no estuvo en el Congreso, en línea con algunas señales que emite con su cuerpo. Cuando están juntos, siempre marcha detrás de Cristina o se coloca físicamente en segundo plano. Esa gestualidad, que busca traducir lugares relativos, tensiona con su hiperpresencia que resta espacio y, acaso, eclipsa parcialmente a la Presidenta.
El saldo total de ese juego de dos es discutible, en la primera línea del oficialismo lo calculan como pura ganancia. A ojo del cronista suma y resta. Y tiene más de dialéctico que de círculo virtuoso.
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Aplausos y reproches: Senadores y diputados oficialistas ofrendaron un trabajado presentismo. Aplaudieron de pie al final, no hubo ovaciones intermedias porque el estilo de la oradora no las facilita y, de hecho, no las busca.
Si las propuestas de ley del Ejecutivo se limitaran a las sobrevoladas ayer, a los compañeros legisladores les quedaría por delante un año cuasi sabático. No será así, todo pinta que Cristina (como antes Néstor Kirchner) jugará con el efecto sorpresa para informar de sus iniciativas. Y que también habrá, en un mundo acelerado, muchas normas dictadas de arrebato, impuestas por el día a día.
La Presidenta se inclinó por un discurso “político”, generalista. No habilitó dudas acerca del rumbo elegido. La continuidad goleó a la novedad, al menos ayer.
Aunque prolongado, el discurso se dejó escuchar con más facilidad que los bodoques habituales de otros presidentes, apelmazando párrafos emanados de cada ministerio.
Cristina pagó muy pocos precios por su estilo oral. Quizás olvidó algo, ella sabrá. Recordó tarde un párrafo sobre economía, el de las cadenas de valor. Cuando se habla no se pueden mover bloques como en el procesador de textos, así que lo injertó en cualquier momento. La Presidenta también se trabó al explicar, porcentual en ristre, el impacto que tendría en la mortalidad infantil un programa de atención de cardiopatías infantiles. O dijo mal el porcentaje o no lo explicó con claridad. Para más de una hora de relato sostenido, son muy pocos tropiezos.
La oposición registró al toque una palabra que faltó: “inflación”. Hará un mundo de la omisión.
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Emociones: La Presidenta mencionó sólo los nombres propios de dos de sus colaboradoras: Mercedes Marcó del Pont y Graciela Ocaña. A la titular del Banco Nación para rememorar que fue diputada (fue uno entre varios guiños a sus ex colegas) y anunciar una línea de crédito. A Ocaña para prodigarle un elogio tan breve como afectuoso. Ocaña se emocionó visiblemente.
Cristina también se conmovió al salir del Congreso, cuando se acercó a besar a manifestantes. No sólo se llevó la mano a su corazón, también se le marcó en los ojos.
Fueron dos momentos emocionales particulares, alejados del clima que se vivió en el recinto. Articuladora precisa y didáctica de la palabra, la Presidenta luce menos en registros emocionales o en cambios de tono. Alguna ironía puede haber, esta vez la dosificó. Pocas sonrisas o caricias al auditorio, como sí hubo en la calle, donde lloviznaba. El reverdecer del PJ no garantizó, al menos en ese aspecto, un día peronista.
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