EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
La irrupción militar colombiana en Ecuador dejó relativamente apartado un suceso local, mucho más ¿trivial?, previsible, folklórico, que sin embargo también significa un trompetazo esparcido en varias direcciones.
Por su propio peso y como ya fue señalado en análisis varios, la imagen de Hugo Moyano rodeado del matrimonio presidencial, de todo el Gobierno, del gobernador bonaerense y de casi cuanto quiera abundarse, festejándole los 20 años de conducción de los camioneros, es terminante respecto de cómo queda articulado el poder en la Argentina. Al cabo de esa foto ni siquiera hacía falta esperar al trámite relámpago del jueves, cuando Néstor Kirchner comenzó a ser ungido como jefe partidario, para certificar que el ideario y administración del timón peronista reconoce (más aún, incluso, que en los tiempos del ya viejo general de los ’70) un único referente. Una única forma de interpretar el dichoso poder. Un único sentido de amalgama entre aparato estatal, partidario y sindical, como garantía de negocios para un capitalismo concentrado en grupos empresarios escasos e inmensos; so pena, eso sí, de que al menor atisbo de disconformidad explícita les será volcado un andamiaje justicialista monolítico en tanto, como dijo Cristina, se trata de asegurar la paz social. Lo cual, naturalmente, no alcanza sólo a las patronales sino a todos los díscolos por izquierda de adentro y afuera. No hay otra cosa, mal que les pese a los enganchados con imaginarios de inflación desbocada porque la papa o la lechuga se dan una vuelta por las nubes; porque Moreno y Lousteau no funcionan como en la máquina riverplatense de los ’40; o porque “el campo” dispone otra protesta, mientras el mismo establishment que la pregona habla de la gran fiesta agroindustrial que organizan en una localidad santafesina los dos diarios más importantes del país.
Sería intelectualmente deshonesto decir que los K no intentaron o no amenazaron intentar otra táctica (en todo caso, puede ponerse en duda si lo hicieron por convicción o por necesidades coyunturales). Durante el gobierno de él hubo gestos de “transversalidad” y de mostranza de dientes al pejotismo recostándose en probables armados de centroizquierda, incluyentes pero superadores del aparato clásico. Nunca fueron apuestas en las que se jugara a fondo. Acostumbrados los unos y los otros a que la gimnasia más cómoda es la que se conoce, los K levantaron el pie del acelerador en su pretensión renovadora y los miembros del politburó peronista –acosados por los vientos que estallaron en 2001– terminaron por digerir a los K, aunque éstos se engulleron a Duhalde. ¿Cómo concluyó todo o, al menos, como concluye por ahora y hasta dónde alcanza la mirada? Con los unos y los otros cantando la marchita en beneficio de ambos, los cortejados y cortejantes “transversales” o “concertadores” sin saber dónde ponerse y la derecha otro tanto porque, ni en la construcción de poder político-institucional, ni por opciones de liderazgo, ni por alternativas creíbles respecto del modelo, tiene algo distinto para ofrecer. Macri, Carrió y... (¿y...?) apenas si son comentaristas episódicos.
Es una tentación fácil que este semblanteo redunde en una observación antiperonista tradicional. Eso que algunos denominan como “la vuelta del gorilismo”, a partir de la crispación que en ciertos sectores del poder y de la clase media despierta el autoritarismo gestual de los K (las decisiones en un núcleo cerrado; la cosa “Evita” de ella, con sus aires soberbios y su estética; la presunción de que él la opera desde sombras más bien públicas, con una frontera difusa entre rechazo y admiración por el hombre dominante y/o la mujer que sabe instrumentarlo para usar el poder). Nada de todo esto preocupa o siquiera inquieta a las clases populares. Los pobres no entran en esta disquisición o, si se quiere al revés, ingresan pero sin dudas sobre de qué lado ubicarse. Peronismo y antiperonismo, en proyección dialéctica, es una ecuación que se dirime en cuánto los peronistas mejoraron y mejoran la vida de los humildes; y en cuánto los sectores privilegiados, y –sobre todo– la clase media con aspiraciones de sentirse arriba de algo, fueron y son capaces de tolerar que eso requiere de un “régimen” de fuerte concentración de poder, con perfiles culturales que no son del gusto de señoras y señores gordos, o con mentalidad de tal. Pues bien: ni la derecha ni la izquierda han sabido encontrarle la vuelta a esa forma de ejercitar el poder, y entre otras cosas –o la principal, tal vez– porque el peronismo sabe moverse a derecha e izquierda con una practicidad impresionante. Exclusiva en el mundo entero, probablemente. En el peronismo caben todos y cuando parece que está lleno, siempre cabe alguno más. La fácil (la gorila) es decir que eso es así porque los pueblos nunca aprenden y quedan a merced de los demagogos. La derecha lo dice sin dramas (aunque es locataria del beneficio); y la izquierda lo complejiza bastante o mucho más a partir de analizar las condiciones de todo tipo que redundan en saber explicar, pero no modificar, la vigencia del peronismo.
Lo concreto, por si hay alguna duda, es Moyano escuchando el “cumpleaños feliz” de parte de todos los compañeros, con la pareja presidencial a la cabeza. Aunque tampoco es cuestión de agarrárselas con Moyano como si fuese la quintaesencia de algún mal absoluto o en particular. Es un símbolo, sí, de la cantidad de zonceras que son elevadas a datos estructurales de la realidad. ¿Dónde quedó, por caso, la indignación social despertada por Madonna Quiroz, el chofer del hijo de Moyano, cuando lo filmaron a tiroteo limpio en el (presunto) traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente? Pues en el mismo ningún lugar donde quedará el aumento del precio de la papa, o casos como Skanska o el del valijero de Aeroparque, o el de la bolsa de Miceli, en la medida en que no ocurra algo que afecte auténticamente la lógica –y la ejecutividad, nada menos– con que construye poder el peronismo. Hasta que eso ocurra, si es que ocurre, es imposible pensar que pueda surgir otra cosa, sencillamente porque ninguna otra cosa es imaginada como mejor, o probable, por la mayoría del pueblo argentino.
En el poder y en la oposición, perseguido y cómplice, revolucionario y reaccionario, menemista y kirchnerista, el peronismo continúa siendo lo único que marca la cancha en esta sociedad. Y a esta altura, tras más de 60 años de fundado, eso habla mucho más de esta sociedad que del peronismo.
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