EL PAíS › OPINION
› Por Norma Giarracca *
En América latina, en estos momentos, dos discusiones llaman la atención a quienes orientamos nuestros estudios a la región. Por un lado el único país que tuvo un “socialismo del siglo XX”, Cuba, registra cambios institucionales a raíz de que Fidel Castro renunció y esto provoca especulaciones acerca del futuro. Por otro, varios intelectuales se animan a desafiar públicamente la idea de “socialismo”. Y no se trata de intelectuales conservadores o políticos reflexivos de derecha, sino de un conjunto de pensadores que contribuye a los cuestionamientos más radicales al mundo actual.
En México, Gustavo Esteva, un lúcido y comprometido intelectual, advierte en el periódico La Jornada sobre la “tentación” de levantar nuevamente el socialismo como forma alternativa al capitalismo y se alarma de que esto suceda no sólo desde los académicos o políticos de izquierda de viejo cuño, sino desde algunos jefes de Estado. El problema, dice Esteva, es que no se sabe de qué se está hablando cuando se enuncia la idea: ¿es el socialismo un sistema que fue y fracasó?; ¿otro que no conocemos y será mejor?; ¿el “verdadero” que aún no conocemos? Remata provocativamente: “En algunos países la experiencia socialista parece haberse convertido en el camino más largo, cruel e ineficiente de llegar al capitalismo. En la actualidad, además, hasta los países más fieles a la doctrina socialista convencional no parecen encaminados al comunismo, como esa doctrina prescribiría para todo socialismo, sino al ‘socialismo de mercado’, que sería otro nombre del capitalismo”. Las críticas no se hicieron esperar: “Llovió de nuevo en mi milpa electrónica. Hay resistencia a participar en el funeral del socialismo al que convoqué hace un mes”, comenzaba Esteva su segundo y agudo artículo el 18 de febrero.
Mientras los mexicanos discuten, otros intelectuales comprometidos y mezclados con los “actores en movimiento” de América latina largan conceptos tales como “transmodernidad” o la búsqueda de un “universal, diverso, descolonizador, antisistémico” como proyecto de liberación en este mundo atravesado por la “colonialidad”. Se proponen generar un llamado a la creación de un nuevo imaginario universal radical antisistémico (que incluye las dominaciones económicas, raciales, de género, patriarcales, culturales, etc.). Proclaman la creación de un mundo donde, básicamente, se socialice el poder y se generen críticas radicales descolonizadoras que habiliten la creación de espacios humanos donde se valoren sus creaciones y se resignifiquen las herencias (democracia, ciudadanía, Estado, derechos humanos). Esto es posible, dicen los autores, desde las acciones de resistencia y desde un conocimiento situado, de frontera, desde el Sur, desde los márgenes; es decir desafiando las viejas premisas epistémicas que Europa y EE.UU. utilizan en la dominación que denominan “colonialidad del poder y del saber” (véase Aníbal Quijano, Enrique Dussel, Ramón Grosfoguel, Walter Mignolo, etcétera.).
En estos escenarios (que apenas podemos esbozar) la discusión sobre el funeral del socialismo y los inciertos cambios en Cuba cobran otros significados. Es decir, no están allí –en Cuba ni en la idea “socialismo”– las esperanzas de la transformación deseada y necesaria de estos mundos neocoloniales, desiguales, patriarcales, racistas, injustos, depredadores, militarizados, violentos, mortificantes en los que vivimos. Esas esperanzas no están en las posibilidades de un cambio en el nivel del Estado-nación; no lo están en los “socialismos del siglo XXI”. Están en otro lado; están en cada “campo de experimentación” humano, en cada lugar donde un conjunto de pobladores decide, autónoma y libremente, vivir de otro modo al impuesto por el orden en todos sus niveles. Están en los puentes y plazas que resisten “el desarrollo”, en los territorios campesinos e indígenas; están donde han decidido “mandar-obedeciendo”, donde las mujeres y homosexuales recuperan sus cuerpos y sus voces, los indios, sus territorios –que es mucho más que la tierra– y los jóvenes una razón digna para vivir.
¿Descolonización? ¿Socialización del Poder? ¿Un mundo donde quepan todos los mundos? ¿Nuevos Estados plurinacionales? ¿Comunalización? Es difícil decirlo, pero se apuesta a que el “futuro mejor” o “mundo otro” se construye desde el “aquí y ahora” y no desde el pasado ni desde “el progreso”. Parafraseando a Karl Marx, se puede sostener que este “mundo otro” (su revolución social) del siglo XXI (él dijo XIX) no puede sacar su poesía del pasado sino sólo del presente y porvenir.
- Investigadora del Instituto Gino Germani (UBA), coordinadora del Grupo de Estudios de los Movimientos Sociales de América Latina.
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