EL PAíS › OPINION
› Por Pierre Ostiguy *
La acertada decisión de Néstor Kirchner de abandonar los sueños de una “transversalidad” de izquierda y, luego, de una Concertación Plural a la chilena representa, al fin y al cabo, el regreso a la normalidad política argentina. Como vengo pregonando desde hace ya veinte años, la matriz básica de la realidad política y sociopolítica de la Argentina –producto de su propia y diferenciadora peculiaridad histórica– es el doble espectro político. Dos espectros políticos que abarcan de izquierda a derecha, paralelos el uno al otro. Uno culturalmente “peronista”: popular, localista, “con pelotas”, inmanente y personalista. Y otro no peronista, más formal y “bien educado” (por lo menos en público), “institucionalista”, a menudo muy preocupado por la mirada “desde afuera”. Considerando los altibajos de las modas y planteos académicos, es gratificante verificar que el esquema propio caracteriza con durabilidad el espacio argentino desde más de seis décadas. Y además notar que los (numerosos) esfuerzos y voluntarismos para cambiar esta situación y “normalizar” la Argentina terminaron en el regreso de esa única verdad.
El ritmo de ese “va” voluntarista y ese “viene” estructural es aproximadamente de una vez por década y media.
Recuerdo varios congresos de ciencias sociales de esta década en los que gran parte de los académicos, tomando una vez más sus deseos por realidades, predecían el fin del gran corte peronismo/antiperonismo y el alba de un sistema de partidos normalizado entre izquierda y derecha. En tierra criolla, se recordarán las predicciones de Torcuato Di Tella, casi tan antiguas como el justicialismo, sobre la fractura “inminente” del peronismo en sus componentes izquierda-derecha.
La sabia adecuación de Kirchner a la realidad argentina se efectuó muy rápidamente después de los comicios de octubre. La sociología electoral de los resultados no pudo haber sido más clara, ni más en línea con el clivaje peronismo/no peronismo. Muchos analistas y políticos lo notaron en aquel entonces. Pero la permanencia dura del “doble espectro político” es también visible examinando sólo las fuerzas en pugna.
Existe ahora en la Argentina un fenómeno bastante raro a nivel internacional. Una fuerza gobernante ubicada a la izquierda del centro, enfrentada a una oposición sin cuartel ubicada... a la izquierda del centro, y con una tercera agrupación, el Partido Socialista, gobernando una provincia importante... a la izquierda del centro. Un sueño encantador para alguien como yo, a quien le tocó vivir en Estados Unidos esta década.
Pero, no hace tanto, en la elección de 2003 la Argentina estuvo muy cerca de tener en la segunda vuelta a dos candidatos ubicados “a la derecha del centro”: Carlos Menem y Ricardo López Murphy. La línea sigue al infinito en ambas direcciones: muy lejos a la izquierda, hubo un ERP y los Montoneros. Y continúa muy lejos a la derecha, entre un Seineldín o Rico y un Martínez de Hoz o Alsogaray.
De modo espectacular, el doble espectro político sobrevivió a la implosión del país y al “que se vayan todos” en 2001-02, a una crisis de hiperinflación en 1989-90, a dos dictaduras represivas que quisieron borrar el pasado político, la más reciente crisis del radicalismo y numerosos esfuerzos para deshacerse de él.
La perdurabilidad del doble espectro político es tal que cabe considerarla estructural. Lo que me lleva a una aclaración chocante y a una predicción riesgosa.
Primero, la aclaración. Las discusiones sin fin sobre la crisis del sistema de partidos argentino son bastante exageradas. Las siglas partidarias van y vienen, pero la estructura del espacio político queda. Es decir, un espacio bidimensional, cuya configuración concreta a veces se aleja (como producto de voluntarismos políticos) y luego vuelve (como “única verdad”) al doble espectro político. Pongamos algunos ejemplos. ¿Alguien dudó, alguna vez, de que el Frente para la Victoria era una fracción (importante) del peronismo? Elisa Carrió y López Murphy ahora tienen sus partidos opositores, son ambos de origen radical. A menos de ser ciego, ¿quién puede ignorar la diferencia de “sensibilidad” entre el socialismo argentino y el peronismo del Gran Buenos Aires o de La Rioja. ¿Podrían ser Barrionuevo o Moyano socialistas? ¿Por qué en Harvard pueden estar dispuestos a invitar a Carrió a dar una charla, pero no lo harían con el ex presidente Duhalde? Ahí cuelan viejas nociones de “gente decente”, de “lo nacional-y-popular”, de “conducción”, sin hablar del cliché fundacional de alpargatas y libros. No por casualidad Aldo Rico terminó con Duhalde y Carrió en lo lindo que es el campo.
Resumamos. La izquierda y la derecha existen –y fuertemente– en la Argentina. La invención argentina es que existen dos espectros políticos izquierda-derecha y que paradójicamente los movimientos en el espacio político fueron más frecuentes al interior de cada espectro que de un espectro al otro. Vale recordar la evolución del Frepaso o la, más reciente, de Carrió. Por no hablar de los amores y odios de los muchachos del otro bando.
Conozco el riesgo de las predicciones. Pero me atrevo a alguna, confiando en que la realidad argentina coopere tanto como lo ha hecho en los últimos veinte años. A corto plazo, sin duda habrá hegemonía del peronismo bajo la conducción de un líder ubicado a la izquierda del centro. O sea, al revés de una década atrás, cuando el peronismo tenía un líder ubicado a la derecha del centro. La derecha peronista sufrirá en silencio como sufrió la izquierda peronista hace una década y media. O hace 33 años.
Por simple “ley de simetría” dentro del espacio bidimensional argentino, este hecho fortalecerá un polo no peronista y a la derecha del centro. Todavía no hemos llegado a esta situación, pero el desplazamiento de Carrió hacia el centro (¡por lo menos!) ya es un principio.
Obviamente habrá una pelea entre Macri y Carrió para ocupar este espacio, desde un punto de partida muy diferente (Carrió en tránsito desde la izquierda antiperonista, Macri desde Boca y la derecha). Personalmente, le deseamos suerte a Carrió.
Dentro de una década, suponemos, el proyecto kircherista fracasará y será derrotado. A partir de ahí (posiblemente después de una victoria electoral del no peronismo) probablemente nuevos sectores dentro del peronismo, esta vez más cerca del peronismo tradicional (antes se decía “ortodoxo”) llegarán a hegemonizar, desde esta nueva posición en el eje izquierda–derecha –y después de unos momentos no siempre lindos– ese gran movimiento nacional y popular. Una oposición republicana y de centroizquierda nacerá entonces, por enésima vez, contra ese líder fuerte. Mi única esperanza, como profesor “joven”, es que este va y viene se interrumpa de una vez... después de mi jubilación.
Entre tanto, es un placer volver a oír desde lo lejos la marcha peronista, axial como las protestas y denuncias en lo “alto” sobre la falta de republicanismo y la concentración del poder en la conducción justicialista, a 34 años de la muerte del General.
- Politólogo (y “argentinólogo”) quebequense, profesor en Bard College, Estados Unidos.
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