EL PAíS › SE FUE EL HOMBRE QUE ADMINISTRABA EL MáXIMO TRIBUNAL DESDE LOS DíAS DE DOMINIO MENEMISTA
Nicolás Reyes dejó su cargo de administrador general del cuerpo. Había llegado a ese puesto de la mano del menemista Julio Nazareno y era el único sobreviviente de la época de la mayoría automática. Su poder ya no era el de entonces.
› Por Irina Hauser
Nicolás Reyes usa anteojos cuadrados. El armazón dorado, pesado, se apoya sobre su ancha nariz. Tiene pómulos prominentes y su tez oscura siempre se ve satinada. El año pasado, en medio de una Conferencia de Jueces, Carmen Argibay lo hizo pasar al frente y le pidió que explicara con cifras ante trescientos magistrados por qué al Poder Judicial nunca le alcanza el presupuesto. A Reyes, Administrador General de la Corte Suprema desde 1995, se lo veía nervioso, o protagonizando una magnífica actuación. Del brillo de su piel brotaron gotas mientras buscaba aquietar su cuerpo bajo y compacto. “Perdón, no estoy acostumbrado a hablar en público”, se disculpó en un susurro. No, claro. Reyes, desde que llegó al tribunal de la mano de Julio Nazareno, estuvo para otra cosa, no para mostrar las cartas en público. Lo suyo fueron intrigas palaciegas, pactos subterráneos y puentes con el poder político. Hasta ayer, que anunció ante Sus Señorías su decisión de dejar la corona.
Uno de los memorables premios que obtuvo por su labor fue una comida en el Plaza Hotel que le organizaron los supremos en 2002, después de que logró salvarlos del juicio político tras el primer fallo anti-corralito. Reyes amasó a más no poder su relación con el entonces titular de Diputados, Eduardo Camaño, hasta que logró parar la máquina del enjuiciamiento. Durante el banquete –al que sólo faltaron Carlos Fayt y Gustavo Bossert– hasta Enrique Petracchi, ajeno a la mayoría automática que aún reinaba, hizo un brindis en su honor.
En aquel congreso donde Argibay lo invitó a exponer(se) Reyes, contador y abogado nacido en La Rioja, habló de lo que se le pedía aunque marcó sus lealtades. “En 1994 –destacó– la Justicia disponía, en proporción, de mucha más plata que ahora”, dijo. Más a regañadientes parafraseó al actual titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, quien suele quejarse de que el Poder Judicial no puede gastar plata sin pedirle permiso al Jefe de Gabinete.
Reyes era el único sobreviviente de la era de la mayoría automática en la Corte. Aunque nunca tuvo tanto poder como durante la presidencia suprema de Petracchi en la transición hacia la nueva Corte. Cuando se consolidó el recambio, las cosas ya no volvieron a ser como eran. Perdió terreno, trabajo, confianza, y además enfermó gravemente.
El 18 de diciembre el tribunal creó el cargo de Subadministrador General, donde terminó nombrado a propuesta de Lorenzetti su coprovinciano santafesino Héctor Marchi, quien había sido secretario de Hacienda del ex gobernador Jorge Obeid. Le dieron una categoría equivalente a la de camarista, aunque es contador. El reglamento ahora lo permite. Reyes leyó el mensaje. Ayer fue personalmente al plenario de jueces para anunciar su retirada. En Tribunales, donde lo llaman “el hombre que conoce todas las puertas” se hablaba de “el fin de una era”.
Cuando desembarcó entre los cortinados supremos, Reyes traía mucha práctica previa. Su gran habilidad: estar cerca de la cocina de los poderes de turno. El mismo suele jactarse de haber trabajado “para los militares” de Juan Carlos Onganía. Las dictaduras no lo amilanaron y siempre se acomodó en su provincia. En democracia se radicó en Córdoba, donde fue secretario de Coordinación del ex gobernador radical Eduardo Angeloz. Año más tarde cambió de bando: estuvo con Erman González en los ministerios de Economía y Defensa. Donde iba, Reyes cuidaba los números.
La Corte de nueve miembros lo nombró Administrador General en 1995 por recomendación del ex ministro de Economía Domingo Cavallo. Tuvo en sus manos, desde entonces, las decisiones sobre qué hacer con el dinero de la Justicia y cuándo aumentar sueldos. Pero además fue un funcional operador político de Nazareno y de su ex segundo, Eduardo Moliné O’Connor, con llegada directa a las jefaturas de Gabinete y ministerios de Economía de los sucesivos gobiernos. Todavía seguía aportando sus contactos.
Los jueces, todos, lo necesitaban por otras razones: custodiaba sus declaraciones juradas patrimoniales, que hasta hace poco eran secretas a menos que algún juez u organismo las solicitara. Reyes recibió en 2005 un pedido de informes de la Unidad de Información Financiera (UIF) sobre los bienes del ex supremo Adolfo Vázquez luego de que un banco de Luxemburgo le rechazara la apertura de una cuenta por 1,5 millón de dólares ante la sospecha de que era dinero de corrupción. La pesquisa tramitaba con total sigilio hasta que Vázquez apareció en la UIF con una copia del pedido que había llegado a la oficina de Reyes.
En los comienzos del Consejo de la Magistratura en 1998, Nazareno –que lo presidía– le dio allí un lugar a Reyes. Se convertía, así, en el administrador de todo el Poder Judicial. Pero tuvo que dejar ese cargo al año siguiente cuando se supo que había cobrado una retroactividad de casi 300 mil dólares de la Anses por una jubilación de privilegio. Reyes luego se defendió diciendo que le pidió al máximo tribunal que no le liquidara más el sueldo íntegro. Plata no le va a faltar. La Corte emitió ayer un comunicado de prensa que le reconoce “los inestimables servicios prestados durante más de una década”.
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