Sáb 15.03.2008

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Premisas

› Por J. M. Pasquini Durán

Han pasado cuarenta años desde los sucesos de 1968, punto alto de una década sembrada de episodios trascendentes (el Mayo Francés, el otoño caliente del proletariado italiano, los primeros diez años de la Revolución Cubana, el asesinato del Che en Bolivia que lo eleva como mito universal, la China aún distante, la guerrilla, los hippies, los curas del compromiso social, el Cordobazo, entre muchos otros) que hoy parecen lejanos y algunos hasta disparatados. Años aventurados, bellos, imposibles, remarcó un estudio de la Universidad de Florencia. Por entonces el futuro estaba al alcance de la mano, mientras que hoy es un icono polvoriento, como las imágenes del alunizaje en el ’69 que parecen más viejas que el cine mudo, tanto así que convirtieron aquella hazaña en la leyenda actual que la niega, atribuyéndola a una pura simulación. Haciendo memoria, un comunicólogo italiano escribió: “El ’68 produjo una verdadera revolución en las costumbres, la organización social y el trabajo” (C. Freccero, Retorno a los puntos de partida, en “MicroMega”, 01/2008). Kant sostenía que la importancia de la revolución consiste en haber revelado al Hombre la posibilidad de intervenir en su destino. La revolución es importante –coincidieron en épocas distintas Kant y Foucault– por el hecho mismo de haber sido. Su existencia revela a los contemporáneos y a todas las generaciones venideras, la posibilidad de cada persona, sin importar su posición jerárquica, de intervenir activamente sobre la historia y sobre un destino que aparecían “ineluctables” y, peor aún, “naturales”.

Este lenguaje, estos conceptos, parecen fuera de lugar hoy y aquí, cuando los piquetes en las rutas pertenecen a productores y exportadores agropecuarios, enojados porque el Gobierno interviene en la cadena de precios para proteger al consumidor de alzas desmedidas y aumenta los impuestos sobre el comercio multimillonario debido a las excepcionales cotizaciones internacionales de algunos productos del campo. Entre los manifestantes están los miembros de la elite de la Sociedad Rural, mientras los estudiantes y trabajadores, protagonistas centrales en las gestas del ’68, parecen condenados a sobrevivir el presente como objetos del marketing, con incierto futuro. “Jamás ha existido una época más indiferente al contraste de las profundas diferencias”, afirmó el estudioso italiano. Es tan flagrante ese desdén por la suerte del Otro, que el Vaticano no pudo menos que declarar “pecados sociales” a las manipulaciones genéticas, la contaminación ambiental, el negocio de las drogas ilegales y las desigualdades sociales y económicas “en las cuales los pobres son cada vez más pobres y los ricos siempre más ricos, alimentando una insostenible injusticia social”, todos ellos, acota L’Osservatore romano, vocero papal, “asomándose al horizonte de la humanidad, casi como corolario del inevitable proceso de la globalización”.

Para hacer frente a la globalización, el gobierno nacional prometió dedicar esfuerzos para insertar al país en los negocios del mundo sin agravar la injusticia social. A eso responden, tal vez, los atiborrados calendarios de viajes de la presidenta Cristina y su agenda de entrevistas con líderes de la región y de Europa. Antes de la asunción en diciembre último, existían presunciones más o menos generalizadas acerca de una intensa actividad internacional del presidente con mandato cumplido, pero Néstor ató su propia agenda a la reorganización del PJ y a otros asuntos locales, por lo que sigue siendo un principal referente nacional y no sólo para las actividades de partido. Esta diversidad de territorios creó una cierta nostalgia por la presencia presidencial en los funcionarios de los distintos niveles de gobierno, desde el gabinete hasta gobernadores e intendentes, sobre todo entre los que, por diferentes motivos, afrontan problemas que requieren la capacidad de decisión del más alto nivel institucional. Hay quienes suponen también que algunas reyertas internas, habituales en cualquier administración, alcanzan una mayor dimensión por falta de una estricta y vigilante cadena de mandos.

Los “pecados sociales” enunciados por el Vaticano, combinados con inusuales fenómenos climáticos, tienen a maltraer a distritos de la envergadura del bonaerense, cuya insuficiencia más urgente, pero de ningún modo la única, es de carácter presupuestario. La provincia gasta sólo en programas alimenticios alrededor de 1100 millones de pesos anuales, pero ni así alcanza a cubrir las necesidades básicas de los más pobres. Erradicando incluso la corrupción que hizo aparecer la leche de los planes asistenciales a la venta en comercios de la frontera paraguaya, está claro que el programa de subsidios a 750 mil personas de cien pesos por mes es misérrimo, en especial porque, mal que les pese a los devotos del Indec, los precios suben en todos los renglones sociales. Quizá sin el secretario Moreno ocupándose de los precios la subida inflacionaria sería mayor, pero está claro que el desgaste de la gestión vuelve cada día menos eficaz las maniobras de acuerdos “voluntarios” y el mismo funcionario se convirtió en un blanco fácil de las críticas interesadas o de buena voluntad. Desde el punto de vista público, Moreno es hoy un salvavidas de plomo.

El olfato de la derecha detecta las debilidades de los gobiernos populares con la astucia de los depredadores y, en las últimas semanas, volvieron a ocupar las tribunas televisivas algunas figuras, como la del economista Miguel Angel Broda, dogmático doctrinario de las políticas conservadoras del menemismo en los años ’90, que habían desaparecido con los incendios provocados por esos dogmas en el cuerpo económico, social y político del país. Como no pueden negar la reactivación de la macroeconomía ni pueden atacar el nivel de reservas (que pasó esta semana los 50.000 millones de dólares) como tampoco encuentran fisuras en el superávit fiscal o comercial, el renovado argumento de ataque es que “vamos bien, pero podríamos ir mejor”. Es verdad, “podríamos”, pero no para el lado que se inclinan Broda & Cía., que si es católico debería estar en penitencia una vida entera por la magnitud de algunos “pecados sociales” cometidos en nombre de la supuesta modernización del país alineándose con lo que fue “pensamiento único” en la grotesca década del capitalismo salvaje. Aunque la crítica se levanta desde el costado económico, está claro que la intencionalidad tiene una carga ideológico-política innegable. Tratan de instalar la cabecera de playa entre los empresarios, siempre ávidos de más rentabilidad, pero el objetivo es tumbar la “hegemonía populista”. Condoleezza Rice, canciller de Bush, está visitando el Cono Sur pero excluyó a la Argentina de su itinerario, a pesar del peso específico del país en la región austral de Occidente, porque ella no se junta con los más amigos de Chávez. Las izquierdas son criticadas por sus visiones sectarias de la realidad, pero hay que reconocer que no tienen el monopolio, como lo demuestra la secretaria Rice.

Por supuesto, propagandistas de la derecha, ex colaboradores de Menem, salieron a vincular esta omisión con el flujo limitado de inversiones de corporaciones trasnacionales en Argentina, como si el país siguiera viviendo en la década de los ’90, cuando millones de familias se hundían en la pobreza y la exclusión mientras esas corporaciones entraban y salían del país como Pancho por su casa. La actualidad nacional merece críticas, cuyos tono y profundidad dependen de las miradas ideológico-políticas de cada franja de la oposición, pero rechazar el relato interesado de las derechas, locales y del exterior, es un acto necesario para no ser idiota útil de intereses exógenos al progreso y bienestar del pueblo. Al contrario, hay que permanecer alertas para separar paja del trigo, porque después de la cumbre dominicana del Grupo de Río, donde la posición pro norteamericana del colombiano Alvaro Uribe quedó aislada en América latina, Washington ha lanzado una campaña desaforada, por todos los medios bajo su influencia, contra los partidarios de la multilateralidad y en defensa de la “doctrina del ataque preventivo”, según la cual el antiterrorismo autoriza a cualquier país a violar la integridad territorial de otro, como hizo Colombia con Ecuador.

Entre tanto, pese a las alharacas casi teatrales de Uribe para mostrarse reconciliado con sus pares en Santo Domingo, desde que regresó a Bogotá no dejó de provocar al presidente Correa de Ecuador. Pese a que su política le ha dejado réditos electorales inmediatos, el mandatario colombiano está alentando la delación y la traición, inclusive el asesinato, entre miembros de la FARC a cambio de recompensas monetarias, al estilo de los carteles del Lejano Oeste que ofrecían dinero a cambio de entregar “vivo o muerto” al “buscado” por las autoridades. Por supuesto, si logra resultados es porque la guerrilla tiene su propio proceso de desintegración por el estancamiento y las desviaciones de su subsistencia. Queda en pie, sin embargo, el objetivo central de esta etapa que consiste en recuperar con vida a las decenas de retenidos por las FARC, algunos desde hace más de una década. Esta semana, el Parlamento europeo pidió que se autorice la visita médica a Ingrid Betancourt, cuya fotografía ampliada fue levantada por cada integrante del organismo. Chávez, por su lado, hizo un pedido público a “Tiro Fijo” Marulanda, jefe histórico de la guerrilla, que libere a esa prisionera, cuya salud se ha deteriorado en un cuadro depresivo personal agudo.

En este cuadro general, no es en vano el recuerdo del ’68 y aun de toda la década del ’60. El citado memorioso italiano concluyó su ensayo de esta manera: “Cada generación debería hacer su propia revolución cultural. Por esto, el ’68, pese a su estridente anacronismo, puede todavía decir algo que importe {...} Otra vida es posible. Extrema, aventurera, excesiva, quizá grotesca y ridícula. Pero nunca aburrida, resignada, sometida”.

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