Mar 08.04.2008

EL PAíS  › OPINIóN

Cuestión de piel

› Por Marcelo Justo

Si una cosa ha asombrado a mis amigos ingleses y latinoamericanos sobre el conflicto entre el Gobierno y los ruralistas fueron las declaraciones del vicepresidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati. Explicar los aspectos económicos y políticos del paro a mi regreso de una visita a Buenos Aires no me resultó fácil (me pasa mucho con Argentina: bordeamos lo inexplicable), pero esas memorables palabras sobre el color de piel de los piqueteros causó un reacción unánime entre mis interlocutores. Se recordará que el 21 de marzo, en el programa radial que conduce Ernesto Tenembaum, Biolcati explicó su apoyo a los piquetes rurales y su rechazo a los piquetes de desempleados por la diferencia de “color de piel”. “Yo creo que ustedes se equivocan o no han ido a mirar el color de la piel de los que están haciendo...”, contestó el dirigente rural para justificar la aparente incoherencia de su posición.

No es que el racismo no exista en estas latitudes –lejos de ello– pero las fronteras de lo decible y aceptable son muy claras y los que se pasan la raya terminan pagándolo, como le pasó en noviembre pasado al diputado conservador Nigel Hastilow por un exabrupto racista sobre la inmigración. De ahí que el asombro de mis amigos creciera cuando les dije que las declaraciones de Biolcati habían tenido un impacto prácticamente nulo. No lo podían creer; nada como el otro para dar con la sombra inexplicable de uno mismo. ¿Era que el racismo estaba tan arraigado en la psiquis de algunos sectores sociales que se había naturalizado como discurso social? ¿O se trataba de ese claro sesgo opositor que percibí en la mayoría de los medios que, lejos de estar dominados por los Kirchner, como se dijo alguna vez, no se ocupaban de exabruptos de la Sociedad Rural? ¿O era que la política nacional generaba tanto ruido, tanto grito crispado y acusación descabellada que se terminaba por perder las proporciones de todo?

A mi juicio, un aspecto positivo del incidente fue que el muchas veces justamente criticado dirigente Luis D’Elía denunció el hecho ante el Inadi, es decir, apeló a un órgano institucional para dirimir el rechazo que le había causado una conducta ilegal, la discriminación. Podría haber hecho algo más. Podría haber convocado a una manifestación pacífica para repudiar el racismo, ese soterrado fenómeno patrio que no da la impresión de haber variado mucho desde que en 1947 el diputado radical Ernesto Samartino descalificara al peronismo tildándolo de “aluvión zoológico”. ¿Habría cambiado algo una manifestación? Quizás el hecho habría alcanzado más visibilidad, quizá los medios se habrían ocupado del asunto, no puedo asegurarlo, pero creo que habría valido la pena el intento.

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