EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
En política no existen los milagros, porque es una construcción social y no hay nada que no pueda ser previsto, o tomado como previsible. En política no hay apariciones de la virgen, ni siquiera en forma de humo. Lo que sí hay, como en todo, es que sucesos sorprendentes conducen a la pregunta de por qué no se los previó. O qué se produjo para que sucedieran.
Si se coteja el escenario actual con el de diciembre pasado, cuando asumió la Presidenta, se siente en efecto que debió haber ocurrido algo milagroso. De la oposición desperdigada y el crecimiento chino de la economía, sin mayores amenazas ni locales ni externas, se pasó a una instancia de incertidumbre y crispación crecientes. Los combustibles fueron el lockout de los ruralistas y una manipulación oficial ya pornográfica de los índices inflacionarios. Se entremezcló el choque del Gobierno con el Grupo Clarín, y eso derivó a su vez en un debate –limitado, pero muy bienvenido– acerca de los intereses que esconden los grandes medios de comunicación de masas. Todo altisonante (en algunos casos, como debe ser), todo exasperado, todo permanente. Todo con apariencia de haber sucedido de la noche a la mañana, hasta el punto de sugerir que lo único que faltaba era la aparición de algún episodio con pinta de maldición bíblica. Cómo no: Buenos Aires se llenó de humo.
Quizá no haya una única respuesta sobre este ¿repentino? clima denso, si bien es necesario que al cabo de desmalezar se llegue a alguna conclusión más o menos unificadora sobre aquello que está en juego de fondo. El lockout sojero contestó a la determinación de seguir metiendo mano en las ganancias fabulosas de la cadena agroexportadora. Pero el desmantelamiento del Indec, más la desidia en estructurar una nueva y confiable metodología de medición, más la desfachatez con que (no se) contestan las críticas, es un terreno en el que el kirchnerismo se metió solo, preso de una simbiosis entre soberbia y exceso de confianza. Esto último, en su aspecto de sucesión de errores y horrores en los procedimientos y la comunicación, es lo que uniformiza –o vehiculiza, en primer lugar– el enfoque disgustado de una porción considerable de la sociedad. Provenientes de manejar una aldea, los K son un mamut en un bazar. Y daría la sensación de que apuestan a eso como construcción simbólica de un ejercicio de poder fuerte. Las extravagancias patoteriles del secretario Moreno son sólo la cara más grosera de un estilo de conducción que, a veces, es imprescindible para imponer autoridad. Y en otras resulta difícil de resistir o sencillamente de comprender, porque en definitiva se trata de que actúan en contra de sí mismos al despreocuparse del consenso que necesitarían apuntalar. Sin embargo, ¿es ése el problema de base?
En la que a criterio de este periodista fue la nota más sobresaliente de todo lo publicado desde el choque con “el campo” (en Página/12, el miércoles 18 de abril, citada también ayer por José Pablo Feinmann), dice Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y profesor de Teoría Política de la UBA: “Un gobierno legítimamente electo no es directamente miembro de (...) clases dominantes, aunque (...) tienda a actuar sus intereses. Y, en un contexto en el que no está a la vista, ni es razonable prever en lo inmediato, una alternativa consistente y radicalmente diferente para la sociedad, no queda más remedio que enfrentar la desagradable oportunidad de tomar posición; no ‘a favor’ de tal o cual gobierno pero sí, decididamente, en contra del avance también muy decidido de lo que sería mucho peor; y si alguien nos chicanea con que terminamos optando por el ‘mal menor’, no quedará más remedio que recontrachicanearlo exigiéndole que nos muestre dónde queda, aquí y ahora, el ‘bien’ y su posible realización inmediata (...) El modelo del Gobierno no es sustancialmente distinto al de la Sociedad Rural. Pero la derecha y sus adherentes ideológicos no toleran la más mínima diferencia de ‘estilo’ con su modelo. (...) La situación obliga, a todo el que sienta una mínima responsabilidad (social), a sentar con la mayor nitidez posible una posición. Insistamos: no necesariamente a favor del Gobierno, sino inequívocamente en contra de intentonas que, a esta altura, ya nadie puede dudar que son, intencionalmente o no (pero más bien sí) ‘desestabilizadoras’, ‘golpistas’, ‘reaccionarias’”.
En línea con lo apuntado por Grüner, algunas de las preguntas clave parecerían ser las siguientes. ¿El presente escenario de conflicto responde a que el kirchnerismo está agudizando contradicciones hacia dentro del bloque dominante, por convicción ideológica o, aunque sea, porque hay un clima latinoamericano de cambio de época (¿o de época de cambios?)? ¿O sólo se trata de que el estilo autocrático de los K genera tensiones que no puede manejar, por carecer de cuadros políticos, ni aun con sus aliados corporativos naturales? Si la respuesta es afirmativa respecto del primer interrogante, el Gobierno deberá plantearse con cuál apoyo social enfrentará a los enemigos que eligió y, en función de eso, hasta dónde está dispuesto a llegar. Pero si es apenas una cuestión de estilo gubernativo, que subleva a los genes gorilas y a los sectores medios de malestar eterno, el problema es más grande; porque querría decir que la derecha terminará fumándose en pipa una posibilidad (con más de única que de interesante) para avanzar, así sea a los tumbos, hacia un modelo largoplacista de inclusión social.
Es allí donde deben adquirir su compromiso los sujetos más dinámicos de esta sociedad. Los periodistas progres con algún gramo de poder, asumiéndose como actores políticos y acabando con ese cínico relato de ser sólo un “reflejo de la realidad”; las organizaciones populares y profesionales, no dudando acerca de dónde queda el enemigo determinante; los intelectuales, en vez de asumir un papel hipócritamente ascético; los dirigentes intermedios, en lugar de ser espectadores especulativos; los sindicalistas con trabajo de base, superando la mera reivindicación salarial; los cuerpos de la universidad pública, anclados en la pelotudez del “apoliticismo” académico; los militantes de los derechos de las minorías, atentos nada más que a sus reivindicaciones por sí solas sin observar el marco político global. ¿Qué pasa con toda o muy buena parte de esa gente, que parece confundir ser “kirchnerista” con equivocarse de enemigo?
¿Será que las torpezas del Gobierno, los barones y los peones de la soja y la mentalidad cacerola de teflón habrán de ser lo único arriba del escenario?
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