Mar 17.09.2002

EL PAíS  › OPINION

Farsa democrática

› Por Nora Veiras

Carlos Juárez logró que “se queden todos”. En Santiago del Estero nadie esperaba otra cosa. El engranaje de dádiva hace mover el sistema político y el único que controla el motor de ese mecanismo es el octogenario caudillo peronista. Desde agua y bolsines de comida hasta subsidios de subsistencia y precarios puestos de trabajo todo pasa por el dominio del juarismo y la omnipresente Rama Femenina. Es una cultura política fundada en el más primitivo asistencialismo, una práctica que germina en un terreno de pobreza cristalizada. Una práctica que pone en evidencia los límites de la democracia entendida como la posibilidad de “elegir” libremente a quienes deben representar al pueblo.
Ni los ríos se canalizaron en Santiago y la gente del interior sigue dependiendo del aguatero. En ese interior el juarismo arrasa: en localidades perdidas como Churqui, el PJ obtuvo 326 votos y el radicalismo apenas 6. El debate no existe. Sólo cuentan las cosas que calman la sed y el hambre.
Esta vez, este hombre achacado avasalló a la oposición inclusive en la capital y en La Banda, las dos principales ciudades. Desde el balcón de la Casa de Gobierno, se felicitó por el apabullante 70 por ciento de los votos obtenidos por la fórmula Carlos Díaz-Mercedes Marina Aragonés de Juárez. Con maestría ocultó que 200 mil de los 517 mil empadronados decidieron no votar. Fueron más los ausentes que los 189 mil sufragios que le permitieron al peronismo legitimarse en el poder.
Una mirada esperanzada en un cambio puede entusiasmarse con esa indiferencia de gente cansada de sumarse a la ficción de una elección con final anunciado. El dato sin embargo es una luz de alerta para la endeble oposición. El radical José Zavalía llegó segundo con poco más de 35 mil votos, 50 mil menos que en la elección que lo catapultó a la intendencia de la capital en octubre del ‘99. El voto en blanco, impugnado o nulo se consolidó como tercera fuerza. Toda la oposición recogió apenas poco más de 80 mil votos, es decir menos de la mitad que el juarismo.
En ese marco, se quedaron todos. Y quedó claro que hasta ahora no surgió una alternativa. El dominio político, judicial, policial y empresarial forjado por el juarismo parece infranqueable y agobia a cualquiera que mire de afuera esa realidad. “La única salida es que cuando se muera el Viejo se coman entre ellos”, dice una empresaria que intenta sobrevivir sin entrar en el círculo de obsecuencia.
El problema es más complejo. Juárez es el máximo representante de una cultura que somete desde hace décadas. Están acostumbrados al cacique, al “protector”, al cabecilla que resuelva todo aunque ese todo implique transformar en eterno el atraso. Construir una alternativa a esa forma de vasallaje requiere mucho más que participar en un proceso de seudoelectoral. Requiere ir resquebrajando el miedo que transforma en silencio –o en ausencia– todo disconformismo y requiere hacer de Santiago del Estero un lugar donde el empleo público o la emigración sean la única opción.
Si no se empiezan a levantar esos cimientos, la farsa democrática fabricará otro señor feudal.

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