EL PAíS › SOLANAS, MACALUSE, LOZANO Y RIPOLL PROTESTARON CONTRA EL TREN BALA EN EL SARMIENTO
El programado viaje en una formación de TBA desde Once hasta Mercedes para demostrar el hacinamiento en el que viajan millones de pasajeros no se concretó: la empresa no autorizó la salida. Los organizadores acusaron al Gobierno.
› Por Werner Pertot
Al final, el tren antibala no pudo arrancar. Como habían anunciado, Pino Solanas, Eduardo Macaluse, Claudio Lozano y Vilma Ripoll encabezaron un acto en la estación Once de la línea Sarmiento para protestar contra el tren bala y para impulsar la reconstrucción del sistema ferroviario. Desde allí, pensaban partir en un tren hasta Mercedes, con actos en cada estación. Pero TBA les informó que la formación de dos vagones que habían reservado no iba a poder salir por “desperfectos técnicos”. Los opositores responsabilizaron al Gobierno y se tomaron el tren eléctrico hasta Haedo. “Es grave lo del Gobierno: hay protesta agraria e impide las exportaciones; hay protesta ferroviaria y paran el tren”, dijo Macaluse.
La estación frente a plaza Miserere estaba revolucionada: los pasajeros miraban sin entender muy bien de qué se trataba el remolino de bombos, carteles y banderas rojas que irrumpió en el hall central. “Qué boludooos, qué boludos, el tren baaaala se lo meten en el cuuulo”, cantaban, sin demasiada imaginación. Además de los dirigentes del ARI Autónomo y de Proyecto Sur, estaban María América González, Mario Cafiero, Daniel Santos, de Izquierda de los Trabajadores, y el dirigente del PO Marcelo Ramal, mezclados en una multitud que incluía desde estudiantes del CBC de Merlo y de la agrupación 14Bis de Derecho, pasando por militantes de la CCC y el PSA hasta integrantes de la comisión interna de Mafissa. Adhirieron los delegados del Indec, el entrerriano Emilio Martínez Garbino, el dirigente de la CTA Víctor De Gennaro y hasta el kirchnerista Humberto Tumini, de Libres del Sur.
“Fe-rro-via-rios, carajo”, coreaban los trabajadores con remeras de TBA cuando inició el acto el delegado de la línea Sarmiento, Rubén “Pollo” Sobrero, quien denunció presiones de otros dirigentes sindicales para que “apoyara al tren bala”. “Nos da vergüenza cuando vemos a los usuarios viajando colgados o cuando vemos que los pueblos se quedan sin tren”, advirtió Sobrero, que pidió que se reestaticen los trenes.
“Está el tren bala, pero también está el tren cebita”, advirtió Macaluse, quien señaló que el primero es “para los que pueden pagar 600 dólares, mientras que el tren cebita es el trucho, el que no anda, el que no cumple los horarios, en el que tenemos que viajar colgados todos los días”. “Este no es sólo un acto por la salida del tren antibala, sino que es el inicio de una campaña nacional que ponga al tren en la agenda”, dijo Lozano, a grito pelado. “El tren bala es la demostración más evidente de cómo se le cayó la careta al gobierno nacional: dejaron el discurso pseudoprogresista y mostraron toda la tilinguería de los noventa”, lanzó.
Poco después, el locutor anunció que TBA les informaba que el “tren de la reconstrucción” no iba a salir “casualmente por problemas técnicos”, lo que fue recibido con silbidos e insultos. “Pueden frenar un tren, pero no van a frenar esta campaña”, completó Lozano. “Esta propuesta creció tanto, que hoy el Gobierno presiona y quiere callar estas voces. Le duele en las vísceras a esta manga de yacarés que se quiere comer la carne del tren bala”, metaforizó Pino Solanas.
–Por lo pronto, se comieron el tren antibala –acotaron desde la tribuna.
Tras el cierre del acto, los militantes saltaron los molinetes, avanzaron hacia los andenes y los recorrieron al compás de los bombos. “Escúchenlo, escúchenlo, no queremoooos el tren bala y la puta que lo parió”, corearon. Tras un conciliábulo entre los dirigentes –unos proponían terminar allí, los más estoicos, seguir hasta Mercedes en los trenes de línea–, decidieron tomar el tren hasta Haedo.
Sonriente, Solanas encabezó la columna que subió al tren, apretujándose entre los pasajeros, con los carteles en alto (uno decía “somos todos chacareros” y pedía “retenciones diferenciadas”) y empezó a repartir volantes. “Siempre tomo este tren”, comentaba Macaluse, esquivando codazos. “Claro, Macaluse, como es de Haedo, dice que si llegamos hasta allá, está hecho”, bromeó Ripoll. Macaluse rememoraba, mientras tanto, a su bisabuelo, que había sido telegrafista de ferrocarriles y por eso su familia se instaló en Haedo. Alguien preguntó, al pasar, por qué Lozano no se había subido al tren.
–Ramal, ¿sacaste boleto? –le preguntaron al dirigente del PO.
–Por supuesto –mintió Ramal.
–Usted sabe, compañero, que estamos en contra del boleto –terció otro militante.
Dado que era la hora pico, Ripoll se preocupó por lo que iba a pasar cuando llegaran a la estación de Liniers y toda la gente intentara subir. Al final, no fue para tanto, lo que no implicó que los dirigentes de izquierda no viajaran como sardinas en lata. En Haedo, cerraron con otro acto. Se hicieron otras manifestaciones en Luján y en Mercedes, donde se quedaron esperando el tren antibala, que nunca llegó.
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