Sáb 10.05.2008

EL PAíS  › EL PERIODISTA ESPAñOL VICENTE ROMERO, COAUTOR DE EL ALMA DE LOS VERDUGOS

“Los represores, enfermos políticos”

Junto con el juez español Baltasar Garzón, instructor del proceso por genocidio contra los militares argentinos y chilenos, Romero indagó en las actitudes de los responsables del terrorismo de Estado. Hoy es la presentación en la Feria del Libro.

› Por Laura Vales

“¿Quiénes son esos tipos que, tras despedirse de sus hijos con un beso, acuden a su trabajo como funcionarios ejemplares para torturar o asesinar a prisioneros políticos? ¿Cómo sienten y piensan los sicarios del Estado?” Estas son las preguntas que el periodista español Vicente Romero y el juez Baltasar Garzón se hacen en El alma de los verdugos, un trabajo sobre la dictadura argentina que presentarán hoy en la Feria del Libro. Garzón llegará esta mañana a Buenos Aires para el evento; Romero, que se le adelantó y ya está en la ciudad, habló con Página/12 sobre la investigación.

–Baltasar y yo somos amigos desde hace tiempo, y él fue el de la idea. Rodamos El alma de los verdugos para la TV española. Salió un documental de casi dos horas y nos pareció que era una pena que se quedara allí; el cuerpo nos pedía un libro. Enriquecimos el material con algunas cosas que no habíamos planteado en el video: no habíamos querido entrevistar por ejemplo a ningún psicólogo ni psiquiatra, porque pensábamos que plantear la pregunta en el formato de TV iba a crear en el espectador la duda de si realmente son locos o no. Así que no lo incluimos en el documental, pero nos pareció que sí había que hacerlo en el libro.

–¿Qué encontraron haciendo este trabajo? ¿Qué pasa en la cabeza de un torturador?

–A mí me ha tocado entrevistar sicarios para un programa de televisión sobre Colombia, he seguido todo el tema de Camboya de los Jémeres Rojos, he entrevistado a los principales verdugos de Toul Sleng, quiero decir, no solamente argentinos. He tenido mi propia experiencia con los verdugos: estuve cuatro días desaparecido en Chile tras ser secuestrado junto con mi mujer, y la pregunta siempre era la misma: ¿quiénes son? Aquí he podido hablar con ellos: con el contraalmirante (Horacio) Mayorga, que ha dicho que el error fue hacer desaparecer a tantos en lugar de fusilarlos en el estadio de River; con (Adolfo) Scilingo; con (Ernesto) “Nabo” Barreiro, de quien un informe de la OEA dice que eyaculaba en el potro de torturas sobre sus víctimas. He entrevistado a numerosos verdugos y la pregunta siempre es ésa: cómo es posible. ¿Cómo es posible que un hombre como Barreiro, un tipo absolutamente presentable y encantador con el que te puedes ir a cenar o ir de fútbol, sea alguien que a la mañana manda a sus hijos al colegio, va a su trabajo, baja al sótano, agarra la picana o las tenacillas y empieza a arrancarle las uñas a alguien?

–¿Hay una respuesta?

–Creo que no... tal vez que el ser humano es capaz de todo lo malo y todo lo bueno. Y hay otras cosas que no se acaban de entender, como la necesidad que tienen algunos de hablar en privado, mientras en público callan con un silencio tan impenetrable que hoy, tantos años después, estamos sospechando que han matado a uno de los verdugos porque estaba dispuesto a hablar.

–¿Qué es lo que dijeron en las entrevistas?

–Los que han hablado conmigo creo que querían justificarse, explicarse. Dan argumentos como la necesidad de defender el bien común, muchos hablan sobre el sentirse reconfortados por su fe cristiana.

–¿Qué vio sobre la vida privada de los torturadores? ¿Cree que quedaron afectados en lo personal?

–En algunos casos se ve... El sistema estaba muy bien organizado, porque el que daba la orden era uno, el que secuestraba era otro, el que torturaba otro y las responsabilidades se diluían; aun así, creo que el hecho de torturar y de decidir sobre la vida y la muerte de tantos tenía que terminar dañando a esta gente. Por ejemplo Ana Rita (Pre-tti Vagliatti, que se cambió el apellido para no llevar el de su padre torturador) relata cómo su padre necesitaba contarle sobre aquel niño “que había tenido que matar” de un tiro en la cabeza. Y Ana Rita decía que ella no quería que su padre se desahogara con ella... Claro, ese comportamiento del padre es enfermizo, pero yo no creo que él haya sido un enfermo y por eso se haya convertido en un verdugo, sino al contrario: el hecho de ser un verdugo es lo que lo convirtió después, posiblemente, en un enfermo.

–Ese testimonio es uno de los pocos que existen de familiares de los represores, ¿no es así? En general, los familiares mantienen el mismo silencio.

–Sí, creo que hay una vergüenza o una humillación... el coronel Ballester, uno de los pocos militares demócratas, contaba que algunos de sus compañeros de armas habían enloquecido o se habían suicidado. Algunos de los hijos de desaparecidos que fueron apropiados también contaron algunas cosas. Carla Rutilo Artés, una nieta recuperada, contó en el documental por primera vez cómo Ruffo se metía en la cama con ella y la violaba desde que tenía cinco años. Podríamos hacer así la pregunta: ¿es normal un pederasta, es normal un asesino? Bueno, habría que ver los límites de la normalidad.

–Usted decía que para el libro entrevistaron a psicoanalistas.

–Sí, aunque el que busque un estudio hecho por un psicólogo argentino sobre la tortura no encontrará ninguno. Hay cuatro artículos mediocres porque nadie de toda esa profesión ha dirigido sus ojos allí, salvo Eduardo Pavlovsky, que ha escrito una preciosa obra de teatro. Voy a contar la anécdota de uno de ellos, sin decir su nombre porque no me parece elegante decirlo sin que pueda defenderse. Uno de ellos dijo muy serio en una de las entrevistas que una de las cosas que había que valorar era la capacidad de una mujer para gozar mientras era violada en el potro de tortura, que había que plantearse el analizar si la mujer era capaz de gozar. Así que le pregunté si al él le habían dado alguna vez por el culo: “Doctor, ¿le han dado a usted por el culo? Porque si quiere, podemos probar la capacidad que tiene usted de gozar si le dan por el culo”... Hay un enorme vacío por parte de los psicólogos y psiquiatras, hay una deuda que saldar allí. Porque otras profesiones, como la periodística, pagaron con muchos muertos y exiliados, igual que los abogados, que presentaban hábeas corpus, o los médicos, pero los psicólogos y psiquiatras se encerraron en sí mismos en un paso atrás.

–Entrevistó a los represores cuando ya habían perdido parte de su poder...

–Algunos sí y otros no; a Camps lo entrevisté poco después de que dejara de ser jefe de policía, cuando había publicado el libro sobre Timerman. Camps me recibió en su casa, un perfecto caballero que no paró de jugar con una pistola durante la entrevista. Decía que era la pistola que le había quitado a un guerrillero que trató de disparar contra él, a bocajarro, que la pistola se le encasquilló y se la había quitado, y ahora la guardaba como un talismán.

–La pregunta es qué pasa con los represores cuando pierden la impunidad y tienen la amenaza de un juicio. Tienen la muerte más cerca también, porque envejecieron, ¿qué pasa entonces?

–Pues nada... dicen que hicieron lo que les correspondió hacer.

–¿Encontró usted respuesta a las preguntas que hacen en el libro?

–No soy nadie para encontrar la respuesta, no estoy capacitado ni me considero capaz de emitir un juicio sobre ellos, soy un periodista que ha tenido la suerte de poder conocer algunos de esos individuos de cerca y que sobre todo ha tenido la enorme suerte de conocer a alguna de sus víctimas y de tener un trato con ellas de confianza, de amistad. La única conclusión a la que hemos llegado Baltasar y yo de todo esto es que son seres normales, que no son locos, que no hay un eximente de enfermos mentales en su comportamiento. Si son enfermos, son enfermos políticos. El fascismo es una enfermedad política.

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