EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
El ejercicio del poder, según las previsiones, debió transcurrir sin mayores sobresaltos en su primer cuarto del mandato de cuatro años, debido sobre todo a la excepcional etapa económica, al contundente resultado electoral, a las mayorías propias en el Congreso y a una oposición débil y desconcertada, pero se encuentra hoy, a cinco meses de la asunción, con un cuadro de problemas que son más propios del crepúsculo que de la alborada de un gobierno. En la nómina de preocupaciones no le faltó nada, incluido un techo de cenizas sobre la Capital Federal que vino desde el lejano sur chileno a causa de las bocanadas del volcán Chaitén de casi ocho mil años de antigüedad que justo ahora se puso inquieto después de un largo período de inactividad. Haría falta, tal vez, la clarividencia de los ancianos de la tribu que sabían descifrar los mensajes de la Madre Tierra para deducir el rumbo de los quehaceres de los hombres. Los chacareros actuales, acomodados a los tiempos modernos, sólo leen cifras de rentabilidad en los surcos de los campos y le aparecen de los cielos las imágenes mediáticas de sus propias voces alteradas.
Para la presidenta Cristina, por cierto, las dificultades más arduas no fueron los cataclismos naturales, sino las desavenencias humanas por intereses materiales. Las tensas negociaciones del jefe de Gabinete con cuatro entidades agropecuarias han ocupado el centro de los dos últimos meses, desde que el 10 de marzo, apenas tres meses después de la asunción, el ya olvidado ministro Martín Lousteau voceara los nuevos tributos a las exportaciones de soja y girasol. Desde entonces, el Gobierno y el país, como si no existieran tantas otras urgencias, parecen haberse dedicado sólo a girar en esta frustrante calesita, dedicada ahora a medir la capacidad de aguante político de los bandos en pugna, que ya son tantos, por culpa del internismo de las internas, que cada día que pasa son más confusos y extraños para el resto de la ciudadanía. En la lengua coloquial de la calle, hoy “el aguante” tiene un sentido distinto a la mera resistencia, pero el Gobierno y los agraristas usan el vocablo en su antigua acepción, a ver quién puede más que el otro. Sin ánimo de ofender a nadie por la evocación, Menem solía decir que podían pegarle sus adversarios porque estaba hecho de quebracho y algarrobo. De madera, como Pinocho.
Algunos protagonistas de los sucesos actuales también parecen de madera, seducidos por la efímera notoriedad que le brindan las luces mediáticas, cuya importancia en esta puja ha sido de primera línea. En el prólogo de un libro de reciente aparición (J. I. López, El hombre de Clarín), el ensayista Natalio Botana, de prosapia familiar en asuntos de la prensa, destaca el sentido último de esas conductas: “Reflejo de lo que acontece, los medios son también sujeto creador de valores; registro de la puja de intereses en una sociedad, ellos mismos encierran la promoción de su propio interés”. ¿En qué punto de esa descripción se encuentra el agrarista Alfredo De Angeli, al que la tele, casi en cadena, lo instala a diario en la primera plana, convirtiéndolo en un gesticulante Juan D’Arienzo, en lugar del sutil director homónimo? ¿Es por su combatividad gremial o por su incontinencia verbal de opositor hostil? ¿Es por el interés “del campo” o por los propios intereses de sus difusores? ¿En qué punto se cruzan ese hombre que se arroga el derecho ilegal de controlar el tránsito en rutas nacionales e internacionales con las líneas editoriales que reclaman orden social y jerarquía institucional?
Así como esas preguntas son válidas, tampoco hay que dar por el pito más de lo que el pito vale. La prensa en general, aun la más enconada contra los Kirchner, no provocó este conflicto y es en vano descargar sobre ella, o algunos de sus miembros, la catarata de ira y rencor que puede tener motivos legítimos, pero en las reglas democráticas forman parte de la dieta de batracios que todo político debe estar dispuesto a consumir. En su origen, desaciertos y torpezas en el elenco oficial abrieron la caja de Pandora, porque ofrecieron el flanco que la derecha económica y política venía buscando para colocar sus dardos, ya que la oposición partidaria en el Congreso y en la calle no demostraban ninguna eficacia para cumplir con los roles que le reserva la democracia.
Cuando la derecha y el antiperonismo olfatearon sangre, ya no hubo sobre la mesa ningún debate reivindicativo; sólo querían una derrota pública del Gobierno, el que, a su vez, anhelaba lo mismo para sus contrarios. Sería bueno que en sus reflexiones íntimas, el alto mando oficial reconociera que la derecha le ganó la calle sin ollas ni sartenes, con una maciza y sostenida influencia en el mensaje mediático hegemónico que se hizo cargo del malhumor social, cuyo origen es variado, pero terminó condensándose en el pleito “del campo” y las góndolas desabastecidas o con precios remarcados por la codicia. Lograron meter cuña, inclusive, en las propias filas del oficialismo, poniendo a los gobernadores frente a sus agricultores, o sea su base electoral, sin que el Gobierno les diera juego suficiente a sus hombres de provincias para que pudieran confrontar sin renunciar posiciones. La última consigna del lockout desabastecedor incita a sus seguidores a ir por intendentes y diputados provinciales y nacionales, lo que demuestra que esta riña sigue hablando de retenciones impositivas, pero quiere poner en juego el control del poder.
Como en otras ocasiones, las izquierdas nacionales lo primero que hicieron fue dividirse en distintas posturas y frentes, para luego ponerse a fabricar algunas ilusiones y otras desengaños. Entre las ilusionadas están las que creen que aquí nace la posibilidad de una coalición que sea alternativa electoral a partir del 2009, aunque los más atrevidos desempolvan el sueño revolucionario permanente imaginándose que las movilizaciones en las rutas iniciarán una marcha popular que terminará en el asalto al Palacio de Invierno, si bien no está muy clara la ubicación exacta del objetivo. No les importa que en el puente de mando del movimiento “campesino” estén la Sociedad Rural y sus aliados, porque las bases, al compás de D’Arienzo, “marcharán con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes”, para decirlo con el catecismo peronista. ¡Cuánta imaginación sin poder!
Los desengañados van por otra ruta, pero tienen el mismo origen que los ilusionados. La decepción gana terreno entre los que creyeron que el segundo mandato del matrimonio Kirchner llegaría hasta donde el primero no pudo porque estaba ocupado apagando los incendios. Venía el cambio y de la mano firme de una mujer inteligente y briosa, como lo probaban sus credenciales legislativas. Una vez más, desestimaron la capacidad y los recursos del establishment para sostener intereses y privilegios, pero también dejaron de lado que progresista no es sinónimo de revolucionario. En esta América latina injusta, es cierto, a veces hace falta el ímpetu revolucionario para ser progresista porque los intereses establecidos son tan cerrados y cerriles que no aceptan ningún método ni autoridad de la institución democrática, aunque sean la expresión de las urnas. A los grupos económicos concentrados, la opinión popular les importa un bledo ni tienen la obligación de conservar votos, porque sus posiciones dependen de las ganancias que consigan para sus accionistas. Entre los desengañados militan los que consideran que este gobierno está perdiendo una oportunidad histórica para producir una redistribución de la riqueza que invierta la tendencia de los últimos treinta años. Lo acusan de favorecer la concentración económica o de retacear la equidad, por lo que la pobreza y la exclusión son todavía lacerantes y masivas realidades en el país. Lo que no aclaran es la opción de alternativa que ofrecen, además del diagnóstico desesperado.
En cualquier caso, el Gobierno tiene un mandato que excede de lejos sus discrepancias con “el campo” o con algunos periodistas y medios. De lo contrario, se encontrarán con que sus aliados gremiales de hoy van a pedirles una revancha salarial porque no se ocuparon de la inflación con la misma dedicación que a los agropecuarios. Y las escuelas, los hospitales, las viviendas, los caminos, la seguridad y todo el programa que supone un cambio verdadero a favor de los intereses populares. Qué lindo sería saber a qué se dedican los ministros mientras el jefe de Gabinete intercambia besos varoniles con sus interlocutores campestres. ¿Y el Congreso, qué estará debatiendo, acaso la reforma impositiva para que la Presidenta pueda cumplir con su compromiso para “que los que más tienen sean los que más aportan”? Si dejan de dar vueltas en la calesita rural y se bajan donde está la mayoría de los ciudadanos, se van a encontrar con el deseo de mucha gente de “hacerles el aguante” a políticas públicas que sigan empujando al país hacia adelante. Nadie va a reprocharles un error corregido en tiempo y forma, pero pocos perdonarán que la arrrogancia o el capricho pongan al árbol delante del bosque.
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