Lun 12.05.2008

EL PAíS  › ENTREVISTA CON MARíA LAURA PARDO, ESPECIALISTA EN ANáLISIS CRíTICO DEL DISCURSO DE LOS MEDIOS

“Un sistema de creencias discriminatorio”

A diferencia del tratamiento dispensado a otros sectores sociales, “los medios de comunicación representan a los pobres con un discurso que, a través de estrategias de jerarquización y mitigación de la información, los asocia al delito y la violencia”, explica Pardo.

› Por Javier Lorca

El discurso dominante en los medios masivos genera y difunde una noción de ciudadanía excluyente, “una civilidad expulsora” basada en “un sistema de creencias discriminatorio”, señala María Laura Pardo. Profesora de Análisis de los lenguajes de los medios de comunicación (Filosofía y Letras - UBA) y directora del departamento de Lingüística del Ciafic-Conicet, Pardo investiga desde hace casi dos décadas los modos en que los medios representan a los pobres. En esta entrevista explica cómo reproducen “una construcción muy negativa de la pobreza a través de su asociación con la delincuencia, las drogas, la violencia, la locura”, mientras que los delitos de los sectores sociales más acomodados –cuando son relevados– suelen ser presentados “fuera de foco” y “casi siempre aparece algo que mitiga la responsabilidad: ‘se sospecha’ que el funcionario robó”.

–Desde la perspectiva del análisis crítico del discurso, ¿qué rol desempeñan los grandes medios de comunicación en la Argentina?

–En realidad, más bien deberíamos preguntarnos cuál es la posibilidad que tienen los medios de cumplir un rol ante la concentración monopólica de la propiedad de los medios. En esa situación, es muy difícil que existan medios o un periodismo realmente independientes... Dentro del análisis crítico del discurso hay dos vertientes. Para una, los medios no están para entretener ni para educar, sino para informar. Para la otra perspectiva, lo que hacen los medios es reproducir el discurso dominante. Los estudios de caso que hemos realizado nos demuestran que no se puede hablar de un rol único y específico de los medios para todas las épocas sociales. Va cambiando a través de los años. Por ejemplo, en la Argentina fue muy diferente el rol que cumplieron los medios en la época de reconstrucción de la democracia y el que cumplieron durante el menemismo. En la defensa de los derechos humanos en determinado momento, en el impulso a causas judiciales que sin su intervención nunca se hubieran resuelto, los medios y el periodismo han ocupado espacios que la política había dejado vacíos. Pero también ha habido muchos otros casos de matrimonios nefastos entre periodismo y poder político, donde los medios han colaborado a mantener un discurso dominante. Es muy difícil generalizar y señalar un ideal sobre el rol de los medios, porque todo es diversidad y adaptación, pero lo central debería ser que respeten los valores de una sociedad democrática y los derechos humanos, entendidos en un sentido abarcador.

–¿Qué concepto de civilidad o ciudadanía construyen los medios masivos?

–Hay que distinguir entre los medios. No es lo mismo la televisión, la radio o la prensa gráfica, si bien existen fuertes monopolios y, por lo tanto, corrientes ideológicas comunes. Sobre todo en la TV y en la prensa hay una construcción muy negativa de la pobreza a través de su asociación con la delincuencia, las drogas, la violencia, la locura. En la medida en que hay una construcción tan nefasta de una parte de la sociedad, la civilidad resultante aparece dividida en un nosotros/ellos. En lugar de ser una noción de civilidad contenedora, se produce una civilidad expulsora. Están, por un lado, los que pertenecen y, por otro, los excluidos. En este conjunto tan amplio de la pobreza excluida entran desde el indigente que vive en la calle, en condiciones de extrema precariedad, hasta una familia que vive en una villa, los nuevos pobres y clases medias bajas. Es un rango de gente que es tratada como si no tuviera derechos. Se produce como una “minorización” de esas personas, son tratadas como si no fuesen adultas, como si fuesen incómodas o molestas o peligrosas para la sociedad. Todo esto va construyendo una civilidad donde hay personas que disfrutan de una cantidad de derechos en virtud de que muchas otras no pueden disfrutarlos. Un sistema de creencias que tiene muy poco que ver con la democracia.

–¿En relación con qué ideas es representada la pobreza en el discurso mediático?

–La pobreza aparece ligada a la delincuencia, el alcohol, la droga, la violencia familiar. No vemos la violencia o las drogas en una familia de clase alta, donde por supuesto existen también, sino, por ejemplo, en un programa como Policías en acción, vemos estos problemas en una villa. Siempre se presenta una disociación entre el delito de guante blanco y el delito pobre. Cuando el delito lo comete una persona rica, no es delito, tiene otro nombre, se lo puede llamar “corrupción”. En ese caso, la persona es caracterizada como “rara” o “exótica”. En cambio, si es un pobre, es definido directamente como “delincuente”, “chorro”, “loco”. Esto está muy estereotipado en los medios masivos. Y hay cierta responsabilidad que trasciende al periodismo y que tiene que ver más con lo humano, con plantearse qué está haciendo uno con su trabajo, qué conexiones está vehiculizando a través de lo que hace. También es cierto que hay un gran control en la estructura de los medios y que las exigencias del mercado, del rating, desvirtúan las funciones del periodismo y de los medios.

–¿Con qué estrategias discursivas se construyen estas asociaciones entre pobreza y delito?

–Hay muchos modos. Hay modos de jerarquizar la información que ponen el foco en la relación entre el pobre y la delincuencia o las drogas y quitan el foco de otros tipos de problemáticas muy semejantes, pero que involucran a otras clases sociales. También hay un uso importante de la fragmentación de la imagen, que hace que los discursos aparezcan cortados y, por lo tanto, jerarquizada de otro modo la información. Ahora se usa mucho en la TV el subtitulado, como si no pudiéramos entender lo que se dice: aparece alguien que habla y, si es pobre, se lo subtitula en blanco, si es policía en amarillo, si es la edición aparece en un recuadro. Estos ejemplos son de la TV, donde los procedimientos son más notorios, pero ocurre lo mismo en la prensa gráfica. En los textos escritos aparecen cantidad de estrategias en el uso del lenguaje para ocultar o mitigar información, o para poner en foco y enfatizar información. No es lo mismo decir “hubo un asalto hoy en la calle tal”, que decir “en el barrio de emergencia tal nuevamente se cometió un ilícito, en una villa donde los vecinos ya están cansados de los robos”. Es decir, se contextualiza de un modo que va ligando unos y otros fenómenos. En las lenguas romances, la atención se concentra en la última parte de la emisión, que es lo que queda en foco. Desde ese punto de vista, no es lo mismo decir “Juan dijo que mañana va a llevar a los chicos al colegio”, que decir “mañana va a llevar los chicos al colegio, dijo Juan”. Desde la lógica, las dos emisiones son iguales, sin embargo son distintas para quien las escucha o lee. En el primer caso, el foco está en “mañana va a llevar los chicos al colegio”, mientras que en el segundo está en foco “dijo Juan”. Entonces, en el discurso de los medios es muy común que la referencia al pobre aparezca en foco. Si siempre se relaciona a los pobres con los delincuentes en la posición final, se está reforzando un mensaje determinado.

–¿Cómo contrasta el discurso de los medios sobre los pobres con el que asignan a otros sectores sociales y otras formas del delito?

–En los delitos de corrupción, por ejemplo, los funcionarios involucrados son tratados de una forma muy diferente a los pobres. Al pequeño ladrón se lo denomina “maleante”, pero al funcionario que cometió un delito mucho más grave, siempre que se lo menciona se le conserva el título o cargo. Hay como un cierto acuerdo entre los medios y la sociedad en ese sentido. A los funcionarios corruptos casi nunca se los caracteriza, no se dice “el estafador” como sí se dice “el malviviente” si se trata de un pobre. Sus acciones suelen aparecer fuera de foco y casi siempre aparece algo que mitiga la responsabilidad: “se sospecha” que el funcionario robó, mientras que en otros casos, sin importar si hay constancias o no, se califica como “drogadicto” a una persona pobre. Se construye un estereotipo muy rápidamente porque funciona un marco conceptual claro: si es un chico pobre, es ladrón o drogadicto; si es un funcionario, hay que ver. Estas construcciones muestran una sociedad con una doble moral que se revela en lo que se dice, en los discursos de los medios que transmiten un sistema de creencias discriminatorio.

–¿Cómo se relacionan estos fenómenos con lo que en sus trabajos denomina la estetización del dolor y la pobreza?

–Hace no tantos años era algo excepcional ver a una persona pobre en la televisión. Y no es una casualidad del destino que hoy haya tantos programas donde se pueda ver y oír a los pobres contar sus historias de vida. Es un fenómeno propio de la posmodernidad: como diría Guy Debord, hay una espectacularización en la cual uno no es si no está al menos 30 segundos en un programa de televisión, donde sentirse socialmente reconocido, no excluido. La pobreza se ha convertido en un objeto estético, al igual que el terror. De la misma manera, se ha producido una estetización de la memoria, un culto que va más allá de la memoria histórica: en los espacios vacíos de la historia oficial aparecen una sucesión de fragmentos de una historia mayor de la comunidad, desde Cromañón hasta la AMIA. La filosofía nihilista de la posmodernidad se corresponde con la ausencia de proyectos colectivos. En la medida en que la vida no tiene más sentido que el presente, se produce un vacío que genera angustia y que lleva a que cada proyecto particular haga su culto a la memoria, a la muerte, a una idea de la heroicidad relacionada con vivir lo cotidiano. Cuando el hombre llega a una situación donde sólo lo efímero interesa, donde lo privado no tiene validez si no se hace público –de ahí los blogs y fotoblogs–, se produce una estetización, no en el sentido de producir algo bello, sino en el de objetivar algo que colocamos afuera y lo podemos observar. Por eso, hoy es estético que los extranjeros puedan hacer un tour de la pobreza, es cool ver cómo las personas viven en la miseria.

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