EL PAíS › MURIó EL EX PRESIDENTE INTERINO ITALO LUDER
› Por Nora Veiras
“Iba vestido con zapatitos de charol, trajecito de terciopelo ribeteado con hilo plateado, moño azul y también llevaba un bastoncito como se usaba en esos años. Así era el señor.” Leticia Levrino había sido la niñera de “Chicho” en su Rafaela natal. En 1983 recordaba al entonces candidato del peronismo como un nene impecable. “Siempre fue un poco extraño: no se juntaba mucho con los demás chiquilines, casi siempre andaba solo.” “Chicho” era Italo Argentino Luder, el hombre que había llegado a ocupar interinamente la presidencia en 1975 y que a lo largo de su extensa carrera política siguió fiel a esos rasgos infantiles. Falleció anteayer a los 91 años.
Después de más de siete años de dictadura, Luder había llegado a encabezar la fórmula del justicialismo con el apoyo de las 62 Organizaciones. En el camino había quedado Antonio Cafiero. El metalúrgico Lorenzo Miguel y el petrolero Diego Ibáñez le habían dado la bendición definitiva. Hacia el final de esa campaña le pusieron custodia. Los recuerdos de la violencia estaban en carne viva y nadie quería correr riesgo.
–La verdad, doctor, con la distancia que usted pone con la gente, la custodia es un exceso –le dijo Julio Bárbaro, uno de los integrantes de su equipo de colaboradores.
A los pocos días llegó el acto que signaría la suerte del peronismo: la primera derrota del movimiento fundado por Juan Domingo Perón. Apenas salió del Hotel República, la multitud lo apretujó y en el camino perdió un zapato. El hombre atildado quedó desencajado. Fue apenas el principio. Ya en el palco ante la multitud, Herminio Iglesias le prendería fuego al ataúd pintado con los colores y el escudo radical. “Hicieron un escándalo, después de todo era un cajón de muerto, no el cochecito de un bebé”, diría años después el ex intendente de Avellaneda que pasó a la historia como uno de los “mariscales de la derrota”.
El día anterior, Luder había sobrevolado en un avioncito rumbo a Chaco el acto radical en el mismo escenario: el Obelisco. Le dijo a Bárbaro, uno de sus acompañantes: “La tenemos difícil”. Sin embargo, nunca imaginó el escenario de la derrota. El peronismo se consideraba invencible y Luder se sentía invencible. “Era muy parco, no era de compartir con nosotros muchas cosas. En alguna medida tenía un gran respeto al talento, a la inteligencia, pero siempre sintió rechazo por la estructura del peronismo barrial. Ser parte del equipo de Luder no era conocer el pensamiento de Luder”, repite Bárbaro.
A los 17 años, Luder se había afiliado en Santa Fe al radicalismo yrigoyenista, pero poco después recaló en el peronismo. Recibido de abogado a los 21 años en la Universidad Nacional del Litoral, se convirtió en una referencia de la “intelectualidad justicialista” junto con Angel Federico Robledo. Debutó como convencional constituyente en 1949 y tras el derrocamiento de Perón en 1955 fue elegido, por un congreso confederal de la CGT, como el defensor de Perón en el juicio por Traición a la Patria que le inició la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu. Después del fallido intento revolucionario del general Juan José Valle y de haberse establecido la ley marcial, Luder fue detenido a disposición del Poder Ejecutivo y trasladado a la cárcel de Devoto, donde pasó tres meses.
En el ’73 fue elegido senador nacional y tras la muerte de Perón llegó a reemplazar a María Estela Martínez de Perón gracias a la aprobación de la Ley de Acefalía. En el caos interno del peronismo de ese momento, ése fue el atajo de un sector para evitar que José López Rega, el ministro de Bienestar Social y factótum de la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A) se quedara con todo el poder. “Luder, quedate piola, que Isabel no está sola”, le advertían desde las paredes los seguidores de “El Brujo”. Bárbaro asegura que Luder no quiso que insistieran con la renuncia de Isabelita. “Yo no voy a ser quien traicione a la esposa del General”, dicen que dijo.
Durante ese breve interregno –del 13 de setiembre al 17 de octubre de 1975– firmó los decretos de creación del Consejo de Seguridad Interior, que extendieron a todo el territorio del país la autorización a las Fuerzas Armadas para “aniquilar a la subversión”. El Operativo Independencia, iniciado en Tucumán en 1975, fue la primera expresión del aniquilamiento “de los subversivos”. Esos decretos fueron el argumento que hasta el día de hoy siguen usando los represores para justificar el terrorismo de Estado.
En 1983, su condescencia con los militares alimentó la derrota. Raúl Alfonsín denunció el pacto militar-sindical. Luder se había pronunciado por garantizar la autoamnistía del último dictador Reynaldo Benito Bignone. Paradójicamente, su compañero de fórmula, Deolindo Felipe Bittel, y Herminio Iglesias habían sido de los pocos dirigentes políticos que denunciaron las violaciones a los derechos humanos ante la comisión de la OEA.
El retorno a la democracia marcó la primera caída del peronismo en las urnas por 51,7 por ciento contra 40,1. A pesar del resultado, Luder siguió manteniendo el prestigio. Alfonsín le ofreció ser ministro de la Corte Suprema de Justicia, pero no aceptó.
En 1989 se convirtió en el primer ministro de Defensa de Carlos Menem, cargo que ocupó apenas por seis meses. Al año siguiente desembarcó como embajador en Francia. En 1993 regresó al país. En 1995 ocupó su último cargo público, en el directorio de YPF.
El mal de Alzheimer lo alejó de la vida pública. Sus restos fueron sepultados en un cementerio privado de Pilar. Lo despidieron en una ceremonia íntima en la que fue notoria la ausencia de figuras partidarias.
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