EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Becerra *
Radio Mitre, 19 de mayo: Marcelo Zlotogwiazda pregunta a Luciano Miguens cómo evalúa el rol de los medios en el conflicto del campo. El presidente de la Sociedad Rural es taxativo: “Totalmente a favor”.
En un mundo en el que los medios son objeto de regulaciones antimonopolio (en todo el mundo desarrollado) y en donde se instituyen espacios públicos para alentar el pluralismo, la Argentina de hoy constituye una rareza. Acá, hasta 1976, los medios exponían sin rodeos su línea editorial; hoy el statu quo mediático cimienta el mito de su neutralidad. Discurso éste que se asemeja a la creencia en la inmaculada concepción.
Las instituciones están determinadas económica y políticamente. Estructuran y son estructuradas por esas determinaciones. ¿Excepto los medios de comunicación? El 18 de mayo, Ernesto Tenembaum dedicó su nota en este diario a predicar la inmaculada concepción de los grandes medios, y criticó, con una arrogancia que él condena en otros, al autor de la presente, mofándose además del grado académico de doctor.
Tenembaum brindó ejemplos en los que los grandes medios ceden minutos a quienes cuestionan sus intereses: su evidencia es lo que técnicamente se llama “muestreo por conveniencia”, seleccionando casos sólo cuando validan el prejuicio del autor. Este método carece, lógicamente, de poder explicativo o comprensivo.
Molesto con quienes profanan el carácter sacro de los medios al analizarlos críticamente, Tenembaum ataca. Pero en su ataque, que es también defensa (de los grandes medios), confunde empresas con periodistas, que metonímicamente serían los criticados (los trabajadores). Esa operación retórica subestima a sus colegas: quienes hemos trabajado en redacciones conocemos los contornos de la libertad de expresión cuando se juega el interés del empleador.
Es preciso reconocer a los periodistas (muchos empleados en condiciones precarias) que con esmero amplían los márgenes de su acotada autonomía. Hay quien cultiva el compromiso con su profesión. Hay quien no. Ocurre en todo campo profesional: los periodistas no son arcángeles que sobrevuelan la realidad sino que forman parte de su trama.
El ejercicio del periodismo en los grandes medios está ceñido (ceñir no es liquidar) por la fusión entre interés económico y línea editorial y por compromisos políticos. Ello diluye la preocupación por el lector. Dos investigaciones rigurosas lo demuestran: la tesis doctoral de Adriana Amado en Flacso y un libro de Raquel San Martín editado por la UCA.
Lejos de carecer de mácula, la intervención de los medios concentrados sintoniza con fuerzas bien terrenales: su cobertura del asesinato de Kosteki y Santillán en 2002 puede calificarse sin empacho de cómplice. Por supuesto, hay excepciones. Excepcional fue la información sobre hábeas corpus por los desaparecidos en el matutino La Prensa, donde al mismo tiempo firmaba Ramón Camps en los años de plomo. Años en los que los principales diarios aprovecharon el despojo de las acciones de Papel Prensa a los deudos de Graiver hecho por Videla convirtiéndose en socios privilegiados del Estado. Este caso de integración vertical, inédito en el mundo por las reglas antimonopólicas vigentes en otros países, no parece ser un tema “noticiable” (excepción hecha de Ambito Financiero, que ha denunciado la anomalía).
La agenda de los medios no sólo es importante por lo que incluye (en donde no hay uniformidad), sino fundamentalmente por lo que excluye. Durante una década, siendo Aguas Argentinas uno de sus principales anunciantes, los medios silenciaron el incumplimiento del plan de inversiones por la concesionaria, mientras millones de personas eran privadas del acceso al agua potable.
Tenembaum parece interesado en la pereza (“reducir todo a una conspiración para defender los privilegios de los monopolios es apenas una expresión de haraganería intelectual, o refleja un apego llamativo a ciertas teorías comunicacionales berretas”), pero no es laborioso al aludir a posturas que, porque él no las comparte, deforma y ridiculiza. De la carta de más de 750 personas de la cultura presentada por Casullo, Verbitsky y otros el 13 de mayo, Tenembaum extrae dos frases, para concluir que “trabajar no siempre es agradable en la vida. Pero a veces es necesario”. El fruto de la reflexión grupal de referentes que hace décadas contribuyen al estudio de la realidad merece una lectura más atenta.
Es verdad, como dice Tenembaum al criticar mi nota “Los medios salen del placard” del 23 de abril, que hubo más que dos conductores radiales que procuraron equilibrar su cobertura de la crisis del campo (porque hay matices es que cité dos ejemplos). Tan cierto como la adscripción predominante de los grandes medios a la perspectiva de uno de los actores en conflicto (los ruralistas). Salvo excepciones, cada opinión disonante fue sucedida por una opinión favorable al paro. Pero esa regla, que podría quebrar la tendencia del periodismo “monofuente”, no se aplicó cuando el entrevistado apoyaba el lockout. En el balance, resuena un retrato angelizado de los productores del campo, como admite Miguens.
Genera malestar, es evidente, que se documente la enorme concentración de la propiedad en pocas manos, que se advierta que ello configura un obstáculo para la diversidad informativa, que se constate la centralización geográfica de los contenidos de los medios, que se requiera una legislación democrática, que se testimonie la discriminación contra minorías y desposeídos, que se reclame el respeto por los plazos de las licencias audiovisuales.
Los medios de comunicación no son pulcras vestales. Tienen, como el resto de las instituciones públicas o privadas, intereses parciales. La reacción de Tenembaum corrobora cuán complejo es hablar libremente de los medios si no se acepta naturalizar su concepción inmaculada.
* Doctor en Comunicación. Docente e investigador Universidad Nacional de Quilmes/ Conicet.
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