Dom 08.06.2008

EL PAíS  › OPINION

Directo al enano fascista

› Por Luis Bruschtein

Ningún otro periodista político de la televisión tiene el manejo de tiempos y de cámaras y el sentido de la comunicación que tenía Neustadt. Doña Rosa es una de las artimañas comunicativas más exitosas en esa tarea. ¿Usted le compraría un auto usado a fulano? Directo al enano fascista de la clase media argentina, a esa abuelita inocente más autoritaria que un sargento de caballería y más venenosa que una cobra africana.

Más allá de su talento en ese campo, Neustadt fue el producto de una época, el gran decodificador y amplificador de significados para la construcción de un sentido común mezquino y soterráneamente violento. Fue la época que le tocó vivir, la de los golpes militares al por mayor, la de las democracias con proscripciones, tuteladas por el general gran hermano, la de un periodismo que solamente era “serio” cuando actuaba como traductor de las políticas de poder, que en su tiempo fue el de los militares. Si el periodismo era crítico, no era “serio”. Lo serio era el embellecimiento y la justificación de ese poder, hacerlo más inteligente.

Después de la última dictadura, cambió el canon del periodismo y Neustadt quedó anacrónico, no supo entender ese cambio, tenía una gran antena intuitiva para percibir los paradigmas de su época, pero ese “don”, esa marca tan fuerte, lo ataba al pasado y le impidió adecuarse a los nuevos tiempos. Solamente podía hacer lo que había hecho. Y si en los ’60 y ’70 al público masivo le parecía un periodista con un gran sentido común, en los ’90 , desprovisto de ese contexto cultural, su discurso repicaba con una carga ultraderechista difícil de ocultar. Era la misma de antes pero ahora quedaba demasiado expuesta.

La televisión es así. Multiplica los rasgos de identificación de un momento determinado, los explota al máximo y cuando los tiempos cambian tienen que cambiar las caras que están identificadas con ese momento. A Neustadt le tocó vivir su momento de apogeo y después una decadencia fulminante. No encajaba: de administrador del sentido común dominante, pasó a ser un marginal en el ámbito de la comunicación, víctima de la misma escala de “exitosos” y “fracasados” que él contribuyó a diseñar. En esa escala fue un hombre exitoso y después un perdedor. Y Neustadt despreció siempre a los perdedores.

Desde el punto de vista ideológico siempre fue el mismo. En eso no cambió. Si su idea del éxito hubiera estado más relacionada con sus convicciones y no sólo con el poder, la fama y las grandes ganancias, quizá no se hubiera muerto con ese sabor amargo en la garganta.

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