Lun 09.06.2008

EL PAíS  › OPINIóN

¿Podría pasar?

› Por Eduardo Aliverti

¿Qué pasaría si la Presidenta, por sorpresa, no más allá de una noche de éstas, apareciera por cadena nacional, sola, nada más que ella y la cámara, con un tono firme pero desprovisto de esas inflexiones arrogantes difíciles de soportar, y dijese “Buenas noches, como están. Están hartos, ya lo sé. Todos estamos hartos. Por eso quiero hablarles y hablarnos a nosotros mismos, el Gobierno, que evidentemente cometió muchos errores en este último tiempo pero no tantos, o no tan graves, como para estar afrontando, junto con la inmensa mayoría de ustedes, este clima raro, enojoso, injusto”?

¿Qué pasaría si después explicase muy brevemente que, en marzo pasado, cometieron el error político (que lo diga así: “error político”) de no medir las consecuencias que supondría aumentarle los impuestos al campo (que lo diga así: “impuestos al campo”, aunque no sean exactamente “impuestos” y “campo” sea una convención en extremo concesiva a los intereses del bloque enfrentado; meterse con “retenciones móviles”, “pool de siembra”, “superficies cultivadas” y precisiones de ese tipo distraería la atención de una audiencia masiva que no entiende nada de todo eso y que a esta altura, es probable, ya interprete que esa terminología es empleada para, justamente, desviar la atención popular en aras de vaya a saberse cuáles intereses)?

¿Qué pasaría si explicase que no supieron prevenir lo que ocurriría al no diferenciar medidas para los pequeños y medianos productores, y si aclarase que, de todas formas, el problema fue mucho más la forma de comunicación que la justicia de la medida, visto que... (seguirían algunos pocos números, muy pocos, humildemente relatados, sobre cuánto de “sufriente” es la situación de algunos –que lo diga así: “algunos”— de quienes protestan)?

¿Qué pasaría si acto seguido, mirando fijo a la cámara, que eso sabe hacerlo como pocos, ayudada por un poder oratorio extraordinario y en parte compensa la altivez compadrita de sus tonos, apelara a un “pero lo que no puede cuestionarse de ninguna manera es el derecho del Estado, que somos todos, a cobrarse más de quienes más tienen y más obtienen, porque la tierra es de todos (que lo diga así: que “es de todos”) y el derecho de propiedad no puede estar por encima de distribuir la riqueza que se genera en el suelo que todos habitamos (que insista con el inclusivo, con el “todos”, que provoca imaginario colectivo de posesión aunque nadie se lo tome demasiado en serio) y trascartón remarcase un par de ejemplos sobre cómo algunos países desarrollados toman medidas recaudatorias aún más duras en tiempos de bonanza? “Porque no nos oponemos a que ganen más plata”, podría seguir. “Nos oponemos a que hablen de pérdidas cuando sólo se trata de que el momento extraordinario que vive el campo sea solidariamente compartido con el conjunto del pueblo”, podría rematar. ¿Qué pasaría?

¿Qué pasaría si, ya con cadencia de ir redondeando, apuntase “ustedes se preguntarán qué hacemos con el dinero de los impuestos extraordinarios al campo (que lo diga así: “extraordinarios”; delimita que es una cuestión de coyuntura, en vez de algo que piensan extender para toda la vida). No quiero aburrirlos con cifras, ni tampoco dejar de reconocer que en muchas áreas o aspectos cometemos faltas y administramos incorrectamente. Sólo los invito a que se detengan, por un segundo, en el solo hecho de que seguimos disponiendo de un colchón de reservas en el Banco Central que nos permite quedar a salvo de cualquier circunstancia desfavorable, en una etapa crítica del capitalismo global” (que lo diga así: “capitalismo global”; es medio ampuloso, y una buena parte de la audiencia se sentiría ajena al significante pero comprendida en el significado, que consiste en “hay que cuidarse, tiene razón”, y de paso riñe un poquito con el devenir del capitalismo pero sin dejar de comprometerse con él)? ¿Y qué pasaría si remata con “repito que nos equivocamos en las formas pero no en el fondo y que, también es cierto, quedamos presos de la dinámica que adquirió este lamentable conflicto con el campo. Interpretamos que nos agredieron y agredimos. Interpretaron que los agredimos y agredieron. Tiendo la mano (que lo diga así: “tiendo”, que lo personalice, que recupere autoridad). Acepto errores. Pero comprendan, comprendamos todos, que me votaron para gobernar y no para ceder a una extorsión que ha llegado al límite de tirar leche a la basura en un país donde nos quedan todavía varios millones de pobres e indigentes”? Otra mirada a la cámara, mirada fija, un largo silencio hasta el límite de transformarse en bache, en que la tildó la emotividad, y simplemente un “buenas noches, gracias por escucharme”. ¿Qué pasaría?

Un cuadro retórico como la Presidenta es capaz de desplegar una pieza de esa naturaleza muchísimo mejor que lo sugerido por un simple comentarista. Pero, antes que eso: “la gente” está efectivamente harta por este choque y necesita, redoblado por las características paternalistas de esta sociedad, que quien ejerce la primera magistratura muestre capacidad de liderazgo, de conducción, de asimilación de un problema grave. Tiene que mostrar alguna gestualidad de estadista, como se lo dijo la Iglesia con la inteligencia de ese cinismo ancestral que se activa cada vez que advierte la incertidumbre de eclosiones sociales. El ensayo es que si Cristina hiciese eso marcaría la cancha y posiblemente alcanzaría la victoria coyuntural frente al “campo” que, por cierto, como sector es el único que puede permitirse estar tres meses de (fingido) parate, pero no prolongarlo hasta donde se les ocurra ni a sus representantes institucionales ni a sus chacareros desaforados. Son poderosos. No todopoderosos.

¿Por qué no lo hace? ¿Sólo por razones de personalidad, de resentimiento, de entender que a mejor fotografía monárquica menor contaminación política? ¿Es por eso o porque no puede reconocer que lo del “campo” es sencillamente un conflicto de recaudación fiscal, detrás del que no hay casi más nada en términos de afectar impositivamente a otras fracciones, ni de reactivar el crédito productivo, ni de ampliar el arco hacia políticas estructurales de desarrollo, ni de mejorar un mapa sanitario y educativo que sigue cayéndose a pedazos?

Como dijo el filósofo e investigador Alfredo Pucciarelli en la magnífica entrevista publicada por este diario el lunes pasado, detrás de esta puja no hay propuestas. Es sólo una “histórica disputa por la renta”, pero “sin llegar a explicitar modelos opuestos de país, sin darle contenido político a la pugna”. En otras palabras, lo que pasa debería bastar para saber que “los del campo” son los peores malos de esta película. Pero no para que los menos malos convenzan ni de lejos.

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