Dom 29.06.2008

EL PAíS

Acá cerca y hace tiempo

› Por Mario Wainfeld

Un hecho brutal y determinante como la masacre del Puente Pueyrredón siempre habilita la rememoración y la lectura. Se acaban de cumplir seis años de los asesinatos de los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Los autores materiales recibieron severas condenas judiciales, los responsables políticos están marcados pero no pasaron por los estrados judiciales.

El 26 y el 27 de junio de 2002 fueron jornadas históricas por la saña gubernamental y policial, pero también fueron jornadas oprobiosas para una fracción mayoritaria y dominante de la prensa nacional. Los medios electrónicos, en proporción aplastante, “compraron” durante más de 24 horas la versión absurda propagada por la cúpula de la administración Duhalde: la Bonaerense había obrado con profesionalidad y contención, los piqueteros (presumiblemente) se habían baleado entre ellos. El dislate, propalado por el entonces comisario Fanchiotti (jefe del operativo y, en cuanto tal, líder de la matanza) tuvo enorme prensa.

“La gente”, se presuponía, estaba hastiada y atemorizada por la movilización de los desocupados. La represión (“una cacería” la describió en este diario la colega Laura Vales, expresión que el presidente Eduardo Duhalde haría suya días después) fue justificada y hasta enaltecida. La hipótesis más obvia (la matanza fue causada por los represores) fue subestimada en malón, al aire el día 26, en importantes diarios el día 27. Algunos periodistas con conciencia, algunas radios alternativas marcaron distancias siderales pero no pudieron con el mainstream. Este diario también reflejó lo sucedido, su brutalidad y puso el acento de la sospecha en el gobierno y en la policía. Los archivos están ahí nomás, al alcance de cualquiera, y hablan por sí solos.

La verdad emergió al día siguiente, como consecuencia de la labor de cientos de fotógrafos que habían cubierto la aciaga jornada, con el alto riesgo consiguiente. Se hallaron secuencias que comprobaban lo que estaba cantado, tres diarios (incluido PáginaI12) dieron a conocer esas secuencias. El primer tramo de la verdad salió a la luz, Duhalde adelantó su salida del gobierno y convocó a elecciones... la historia tomó un recodo que aún se está recorriendo.

La mirada retrospectiva viene a cuento, cuando las crónicas tramitan el martirio de Alfredo De Angeli, quien fue encarcelado unas horitas, en medio de una apoteosis mediática. El discurso mayoritario ahora aborrece la represión, cuando son otros los piqueteros. A menudo simplifica los tantos a extremos asombrosos, como hiciera ayer no más cuando corrió sangre de argentinos por las calles. Quizá la experiencia no fue en vano, quizá haya mediado alguna autocrítica implícita (las explícitas no se dejaron oír), algo puede haber. La impresión del cronista es que predominan consideraciones de intereses, tanto como alianzas políticas o clasistas.

Leído desde la actualidad el episodio es también un clamor a favor de una demanda epocal: la de ampliar el abanico de emisores de información. No hay pluralismo con concentración de emisores, una obviedad de a puño, fundante para la necesaria (y tan postergada) ley de Radiodifusión. La verdad oficial, gubernamental y mediática, se desbarató por la profusión de reporteros gráficos enrolados o free lance que hizo imposible sostener la mentira.

¿Se hubiera develado el crimen sin mediar ese ejercicio de libertad de prensa? Todo contrafactual tiene algo de voluntarismo y es controversial. El cronista supone que sí, merced a la labor de la militancia social, de los organismos de derechos humanos, de eventuales funcionarios dignos (que los hay), de ciertos periodistas. Pero el potente efecto político no hubiera sucedido si se demoraba la revelación.

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Paradojas en Palacio: Página/12 y este cronista sostuvieron desde días antes de la masacre que el gobierno la venía propiciando e instigando. Una vez producida, Duhalde advirtió que no tenía sustento y debía dar un paso al costado. Una duda flagrante asalta a cualquiera: ¿tiene sentido que instara lo que le costaría el gobierno? La primera respuesta es desolada, fáctica. Algún sentido tuvo, porque sucedió.

Hilando más fino queda inquirir cómo no registraron antes lo que entendieron tan bien en forma casi inmediata. Sólo pueden emitirse hipótesis, porque nadie sabe del todo cómo son las ecuaciones de los protagonistas en situaciones límites.

Tal vez la violencia represiva, que estaba ínsita en su naturaleza, estaba en el código genético del gobierno de Duhalde quien no pudo con su idiosincrasia, como el escorpión de la fábula.

Por ahí el microclima de Palacio obnubiló a los propios protagonistas, degradando su acción por debajo de su propia inteligencia. Suele ocurrir, más de lo que creen las personas profanas que atribuyen a los políticos dotes infalibles, así fuera para hacer el mal.

Tal vez creyeron que el simulacro, la mentira patente, podía sostenerse.

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La sangre: Una lección quedó marcada a fuego luego de ese junio que parece remoto. Demasiada sangre corrió en la Argentina, el temor y el hastío cunden. Hay una demanda inespecífica pero fuerte sobre la contención de la represión policial. Tan fuerte es que se ha tornado un mandato casi imposible de cumplir. Tulio Halperín Donghi, con eficacia e ironía impares la describió así en el diario La Nación: “el Estado sólo retenía el monopolio de la violencia a condición de renunciar a usarla”. Esa exigencia coyuntural pero potente, que permitió la movilización de sectores sojuzgados e invisibles, fue capitalizada desde hace años por grupos de clase media y alta, que no necesitan de la acción directa pues cuentan con otros recursos fácticos e institucionales pero que se valen de la franquicia social con impiedad e insolidaridad inigualables. En esa charada se debate hoy el sistema político.

Menos contradictoria, acaso menos perceptible pero digna de mención y encomio es otra consecuencia de la reacción ciudadana. La autocontención de los actores sociales es digna de mención. En el conflicto con “el campo” han abundado sustracciones de hechos violentos (agresiones, clavos miguelito, autos quemados, patoteadas, cobro compulsivo de peajes) pero aun computándolos llama la atención la relativamente escasa violencia física que se observa en más de cien días de enfrentamientos cara a cara. Algo quedó en la conciencia mayoritaria y ese algo no está nada mal, para un país marcado por el exceso de efusión de sangre.

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