EL PAíS › CRONICA DE TRES PRODUCTORES ATRAVESADOS POR EL CONFLICTO AGROPECUARIO
Un intendente productor que habla pestes de Alfredo De Angeli, enfrentado al que fuera su socio y que ahora anda por las rutas. Un ruralista que amenaza con que “la única manera de que Buenos Aires entienda es que sufra hambre de verdad”. Una familia de gauchos judíos, acorralados por las plantaciones de soja, viendo cómo otros cosechan en su tierra. Historias de Larroque, Urdinarrain y Basavilbaso.
› Por Mariano Blejman
Desde Larroque, Urdinarrain y Basavilbaso
En el pueblo de Yabrán ya no se ven sus rastros, ni rastrojos, apenas quedan algunos familiares vivos, el más conocido dicen que se pegó un tiro aunque nadie lo crea. El poblado de Larroque, a unos 40 kilómetros de Gualeguaychú, todavía lo tiene al Toto en el imaginario colectivo, de cuando se fue de gurí para Buenos Aires a los 17 años, de cuando volvió como testaferro de vaya a saber cuántos otros. “Yo creo que se la tenían jurada, le dijeron ‘vos o tu familia’ y él tuvo que elegir”, dice montado en su Ranger camino a mostrar dónde tiene guardada la soja Ariel “Coco” Fiorotto, productor agropecuario, arrendador de unos campos a unos pocos kilómetros del centro de Larroque, guía campestre de este diario, mandado por el intendente. Coco Fiorotto es del riñón de De Angeli, ha estado en los piquetes de Gualeguaychú desde el comienzo, entendió que ese otro Alfredo, “el torito”, era la voz que resolvería sus problemas cuando reinaba el desconcierto. Su ex socio, el intendente, está en la otra vereda sin arreglar.
Fiorotto vive en pequeño chalecito de la calle Silboldi, a unas cuatro cuadras de la intendencia, que está al mando de Raúl Alberto Riganti, justicialista desde hace poco, productor agropecuario, sojero más bien mediano y encolumnado a favor de las retenciones propuestas por el gobierno nacional “por convicción”, dice. La cosa es que Fiorotto y Riganti fueron socios hasta no hace mucho, explotaban unos silos de acopio de granos, ubicados en la entrada del pueblo. El “Presidente Municipal” Riganti (así dice su tarjeta) confiesa que De Angeli no le cae bien (“pero es de antes”): “porque ahora juega de una manera, parece, pero en la crisis del 2001 jugó para gente que hizo mucho daño en la zona, defendía empresas que quebraron y que se llevaron muchos puestos de trabajo”, recuerda. Lo tiene cruzado, parece.
Desde que el campo saltó a las rutas, Larroque está como cambiado. “Encrispado.” La disputa por la resolución 125, ratificada en Diputados la semana pasada, ha logrado dividir lo indivisible. Los colegas, los asados. Riganti tiene pinta de doctor, un celular nuevito y ya se comió dos tractorazos en contra. “Los atendí, les abrí las puertas”, asegura. Apoyado por el kirchnerismo, terminó hace unos meses con 16 años de gobierno radical. A lo mejor, porque los radicales fueron los primeros que se “acordaron” de hacer votar a sus padres o abuelos, allá a comienzos del siglo veinte, es que el radicalismo conservador sigue haciendo escuela entre los reconvertidos tractoreros de hoy. “Cuando hicieron los tractorazos, los autoconvocados se quedaban en la plaza. Los que venían hasta la intendencia eran los productores radicales”, insiste el intendente, hoy en una situación algo incómoda. “El problema no son las retenciones, sino los márgenes de los más pequeños”, intenta sentar posición.
“Coco ¿podés atender a los chicos de PáginaI12”, había preguntado por celular Riganti a Fiorotto. Este le dijo que sí. A diferencia del rostro enervado de los chacareros del corte de la ruta 14, cuando está en la intimidad, el discurso de Fiorotto es más bien cansino, reflexivo, un tanto desmoralizado. Hoy mismo debería estar en la ruta, a la vera, panfleteando a los autos que ahora sí dejan pasar pero se quedó “por unos asuntitos personales”. Mientras sube a su camioneta con este diario para recorrer los campos que arrienda, Fiorotto intenta entender cómo es que es su enemigo el mismo gobierno que lo hizo salir de las deudas de los últimos años. “El 2003 y 2004 fueron muy buenos años”, recuerda, y repite esas frases que mejor le salen a De Angeli: “para qué lo cambiaron si íbamos bien”.
Entonces Fiorotto levanta el dedo y señala un pedazo de campo pelado de 600 hectáreas, ya cosechado, que perdió el año pasado, lo arrendaba él desde hacía décadas. “Vinieron los de El Tejar, ese pool de siembra que anda alquilando todo lo que puede, y ofrecieron pagar un precio que yo no puedo pagar. Al contado, sin riesgo para el dueño de la tierra.” Fiorotto no cree que las compensaciones que figuran en la ley que se debate en el Congreso le vayan a tocar alguna vez. “Ya nos dijeron que iban a compensar el trigo”, recuerda del año pasado, y nada. Dice que sigue esperando, mientras se prepara para acercarse a la asamblea de hoy en la ruta para ver cómo hacen para ir a Buenos Aires. A pesar de las tres cuadras que lo separan de Riganti, habla poco y nada personalmente con él.
Justo el viernes a la noche, Salvador Hecker volvió a encontrarse con su hermana Julia, que vive en Concordia, desde hace medio siglo, y va cada tanto a visitarlo. Entre los dos hacen unos 180 años aproximados y unas horas después de ese encuentro, por ese azar del destino, PáginaI12 les golpea la puerta de su humilde caserón, entra el solcito por la ventana. “A ver la circuncisión”, pide Salvador, con cara seria, cuando este cronista dice su nombre y su intención de entrevistarlo. Después ríe. Los Hecker son del puñado de colonos originarios de Basavilbaso, una de las primeras colonias judías de la historia de la inmigración. Hecker todavía conserva unas 150 hectáreas de tierra, que ahora ha arrendado en su mayoría a un poolcito sojero entrerriano (de los Ortelli, ese corredor del Turismo Carretera) a unos cuantos mangos la hectárea. “Los judíos sembraron trigo, y cosecharon doctores”, había sintentizado horas antes el gaucho judío Hugo Arcusín, guardián del cementerio de la colectividad, que hace changas para la AMIA local.
Pero los Hecker están un poco alejados de la cole, tal vez por haber perdido hace años ese costado religioso que une los pueblos alejados de sí mismos. “Está llena de mitos y leyendas la religión judía”, dice Julia, que llegó al pueblo para encontrarse con sus compañeros de la escuela, de hace unos 70 años, y ahora pelea un lugar en el relato de su hermano.
“¿Y usted qué piensa sobre la crisis del lockout?”, le pregunta este cronista, con esfuerzo, casi gritando, a Salvador, que oye poco, pero sabe bastante. “Yo no sé, estoy afuera”, dice, pudo comprarse una heladera cuando le alquiló una buena parte de sus campos a la soja transgénica. “¿Pero qué va a pasar cuando ya no haya más soja?”, le pregunta la hermana, preocupada, que lee los diarios y entiende que si no hay rotación de cultivos, ellos están hipotecando su futuro, aunque sea corto, será el de sus hijos. Papá Marcos y el abuelo León Hecker, desmontaron la tierra a principios de siglo, son los que pagaron las parcelas del Barón Hirsch durante varios años: “Porque a nosotros nadie nos regaló nada”, dedo en alto el Barón Hecker.
Julia nació en 1916, Salvador dos años después. Llegaron a ser varios hermanos. Quedan ellos. Ahora Salvador acompaña a este diario a lo que fuera su casa hasta hace 8 años, a unos 15 kilómetros del centro. Ahí está Carlos Hecker, justo, detrás de sus bigotes, el hombre que consiguió la manera de resistir las deudas que arrastraba con el pago a contado de los sojeros. “Si esto sigue así, el horizonte está muy nublado”, dice Carlos, que viene produciendo pollos, en el poquito de terreno de sol que le quedó.
Carlos se recibió en el ’76. En ese entonces tenía que vender dos vacas para comprar un tambor de gasoil de 200 litros. Su padre no aceptó invertir en el campo, él se fue a trabajar por ahí, hasta que con la hiperinflación decidió volver al campo. “Empecé de nuevo con ‘Carlitos Saúl’, que en los primeros tiempos de su gestión mejoró los valores de los productos.” Cuando vino el fenómeno de la Corriente del Niño, Hecker tenía 25 hectáreas de lino y se quedó sin nada un 31 de diciembre. El segundo período de “Carlitos Saúl”, como dice Hecker (H), los hizo parir. “Mi deuda empezó a crecer, y para trabajar 60 hectáreas debía 60 mil pesos”. Carlos concede que después del 2001 les dieron una mano en el Banco Nación, le pesificaron la deuda de cinco mil pesos que tenía. “En eso estoy muy conforme”.
Hecker empezó a trabajar de vuelta, pero los cereales quedaron con precios bajos, hasta que el año pasado el maíz y la soja comenzaron a recuperarse. “Yo debía una fortuna, quería créditos para no malvender mi cosecha, pero tenía que vender rápido”. Carlos recuerda que estaba en la esquina de su casa, en 2005, con la cara preocupada, y no conseguía nada, porque los terrenos no estaban a su nombre. “Porque pasar 100 hectáreas de titularidad cuesta 5 mil pesos”. Entonces, pasó un amigo que vive en la otra esquina y le ofreció conectarlo con un hombre que pagaba arrendamiento al contado: “un poolcito”, dice. “Y yo veía cómo entraban las máquinas a mi campo, y yo pagaba las cuentas mirándolos trabajar. ¿Qué política tenemos, que tenemos que alquilar para pagar las cuentas? Yo ahora no debo más nada. Pero ahora me pusieron de vuelta la pata en la cabeza. Entonces, tengo que seguir arrendando, que se vaya todo a la mierda.”
Carlos Hecker dice que el miércoles, si no hay solución, “esto revienta”. “Si querían que no desabastezcan, ahora van a saber lo que es desabastecimiento”, asegura ensañado con Buenos Aires, como si la ciudad fuera culpable de sus penas. Carlos dice que es un judío autoconvocado, que tampoco cree en las compensaciones, y que en vez de sacarle y devolverle, que no le saquen antes y ya. “¿Cómo se detiene el pool de siembra?”, pregunta el cronista. “Con el precio, nene, con el precio.”
Carlos también es radical, estuvo en los cortes de Gualeguaychú, dice que no le cree a nadie y que uno se da cuenta de la inteligencia de la gente mirándole la cara. Y asegura que los justicialistas no tienen cara de inteligentes, es cuestión de mirarlos a la cara y con eso basta, dice, el hombre. Pero Hecker no va a ir a Buenos Aires, porque no puede estar parado mucho rato, no se banca la ciudad. “Los desocupados son desocupados porque no quieren laburar”, cierra el hombre detrás de sus bigotes, quien recuerda el caso de un tío suyo, que dio su campo para la soja, le sembraron sin fertilizarlo durante unos años y ahora el campo no vale nada, y su pobre tía viuda se quería morir también ella, cuando se enteró. “A ese tipo hay que hacerle un juicio”, cierra Carlos, sin tocarse los bigotes.
La solidaridad del exportador empieza por casa. A la entrada de Urdinarrain, a unos 60 kilómetros de Gualeguaychú, los inmensos silos de la Cooperativa Federal Agrícola Ganadera de Urdinarrain Ltda. no dan abasto con la cosecha 2008 de soja, trigo y maíz. El resto de los cereales están acopiados dentro de esos gusanos blancos de plástico, que del otro lado del alambrado producen un efecto futurista: una ciudad imaginaria que cambia de reglas constantemente. Todo entra, casi nada sale desde hace unos meses. Una ciudad esponja. El que sale, en cambio, es el alemán Carlos Michel, que tiene unos cuántos chucruts de más, pero sigue siendo ágil defensor del trabajo de un pueblo entero. Así que aparece al encuentro del fotógrafo de PáginaI12 cuando lo descubre sacándole fotos al acopio. “Si no le molesta, ¿podría decirme qué están haciendo?”, pregunta, mientras anota en su mano la patente del auto.
Michel es el encargado de la división de acopios de cereales y –resuelto el entuerto con los periodistas de este diario– ofrece hacer un recorrido por las inmensas instalaciones. “Aquí nadie quiere vender nada”, explica, y luego da su versión: Michel dice que si el miércoles el Senado aprueba las retenciones “se va a armar kilombo en serio. La única manera de que Buenos Aires entienda –entiende él, hará entender a los demás–, es que sufra hambre de verdad y no es que seamos golpistas, pero nos tienen que entender de alguna manera”. El pensamiento del alemán –que también usa la palabra “enchastro” varias veces– resume la lógica campestre: la arrogancia también forma parte del labrador de la tierra.
La soberbia campestre pide cambio de modelo, cuando saldó su pasado con este presente. Michel dice que en los últimos años volvieron los jóvenes que habían estudiado, se tecnificaron los procesos productivos, se pagaron las cuentas de la década de los ’90, se mejoraron los rindes (o, sea, lo que la tierra rinde), y que ahora (“como nadie quiere vender”) el pueblo está desanimado, ya ni piensan en las fiestas alemanas de octubre, nadie invierte, se va a cosechar poco y nada el año que viene, como ellos no ganan, que pase hambre su gente.
La cooperativa tiene 59 años, nació en el pueblo y pronto quedó chica. Los vecinos comenzaron a quejarse hace un par de décadas, y finalmente los productores se fueron para el parque industrial. “La Municipalidad hizo el parque industrial y se trasladaron para acá”, dice Michel, le da el solcito a sus cejas rubias, que señala entre los silos las cargas de arroz, sorgo, girasol, lino y soja. En los últimos ocho años, se construyeron nuevos silos, más grandes, inalcanzables. “El mundo demanda comida, pero los productores no pueden producir. Ahora, la gente no vende, ves los silo-bolsas ahí afuera”, señala. “Ahora tendrían que estar comprando insumos para la próxima siembra y está todo quieto. No es cuento lo de los gringos del campo. Es cierto, con el supuesto problema de que si esto sigue así se va a armar una grande.”
Esa manera de pensar se expande entre los colonos, los que trabajan la tierra, los hijos de los hijos que alguna vez llegaron sin nada. Los dueños hereditarios por hecho y derecho, “nadie nos regaló nada”, repiten y es cierto. Pero creen que si no ganan como corresponde, entonces nadie (ni los empleados de su propio pueblo) tiene derecho a ganar. “¿Cómo hacen para vivir sin trabajar?”, se preguntaban el jueves pasado los empleados de los bares que atendían las rutas durante los cortes en Gualeguaychú. “¿Cómo hacen para estar 100 días al lado del camino?” “La brava de Urdinarrain”, como le decían sus co-piqueteros en el kilómetro 53 de la ruta 14, tiene más presencia como hombres solos sobre el asfalto a diferencia de Larroque o Gualeguaychú, que acompaña el piquete familiar, en directo, con payada de ocasión. Casi todo Urdinarrain va a estar el martes en Buenos Aires. Michel no sabe si va a ir, está a cargo del cuidado de los granos.
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