EL PAíS › DOS SOBREVIVIENTES RECONOCIERON EL LUGAR DONDE ESTUVIERON SECUESTRADOS EN LA TABLADA
En el marco de la causa por delitos de lesa humanidad que investiga el juez Rafecas, Víctor Hugo Díaz y Alcira Ríos volvieron al lugar donde estuvieron secuestrados en el Regimiento de Infantería 3 de La Tablada.
› Por Diego Martínez
“La maquinaria de la muerte tenía grietas. Por una de ellas salí yo”, relató Víctor Hugo Díaz, ex militante de la Juventud Peronista que en la mañana del 4 de febrero de 1977, a horas de su secuestro, se fugó del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada. Tres décadas después, Díaz volvió ayer a la ex guarnición militar, no en un baúl, sino como testigo de una inspección ocular que encabezó el juez federal Daniel Rafecas. El edificio del que logró huir ya no está en pie y en su lugar hay un hipermercado de colores furiosos. “Pero siempre quise volver y estar acá es una gran victoria –aclara–, porque este lugar no estaba denunciado.”
El Regimiento General Belgrano, en la intersección del Camino de Cintura y Crovara, en La Matanza, pasó a la historia por el asalto del Movimiento Todos por la Patria en 1989. Años antes, durante la dictadura, había cobijado a los cerebros de El Vesubio. El centro clandestino tenía línea directa con la Central de Reunión de Inteligencia (CRI) a cargo del mayor Pedro Durán Sáenz, que alternaba trabajos sucios entre ambas sedes y viajaba a Azul los fines de semana para asistir a misa y visitar parientes. Por encima suyo estaba el coronel Federico Minicuchi, jefe del Regimiento. Durante el menemato el predio pasó a manos de la cadena francesa Auchan, que en 2004 lo revendió. Hoy el terreno de la CRI y la “enfermería”, que alojó a decenas de secuestrados, pertenecen a otro mercado. El resto de las construcciones se mantienen en pie: siete edificios de dos plantas, lúgubres, pero con rastros de maderas y alfombras que delatan su pasado.
Beto Díaz entró por primera vez en el baúl de un auto. Durante la tortura se le subió la venda y alcanzó a ver un rostro y un tablero con fotos. Lo abandonaron desnudo, vendado, en un catre de lona. Cuando escuchó roncar al guardia se desa-tó las manos con los dientes. Le sacó el arma, le dio un golpe en la cabeza y le preguntó dónde estaba.
–Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. No me mate –le rogó.
Díaz se puso la camisa verde oliva del militar, le sacó la billetera y salió. Amanecía. No eran las siete. “Corrí trescientos metros hasta el alambrado. Al saltar me corté las manos con alambre de púas”, relató ante Rafecas. Cruzó la ruta a los gritos. “¡Soy Víctor Díaz, me secuestró el Ejército!”. Pidió plata y se tomó un colectivo hasta Once. En el camino abrió la billetera y vio el DNI del guardia: capitán Alberto Juan, que pasó a retiro en 1979 y nunca rindió cuentas a la Justicia. Horas después, en su casa, secuestraron a dos de sus hermanos, liberados un día después.
Díaz volvió en 1999, con su hijo, a filmar el edificio de la fuga. Hoy sólo quedan ruinas. La principal tiene cuatro columnas y una escalinata señorial para mirar a la tropa desde arriba. En el interior, un tosco mural de Belgrano y sus batallas. Detrás de una puerta que indica “área restringida” un graffiti señala “Pañol San José” encima de frases de adoctrinamiento. “La guerra es algo muy remoto, pero el día menos pensado, pasa”, por ejemplo. En el piso de una sala, hojas de un álbum de fotos inservibles: una visita protocolar de los ’60. En el ex patio de armas, restos de un mástil con una virgen triste. El juez ingresa a todos los edificios menos a uno, al fondo, que tiene puertas y ventanas tapiadas.
“Acá nos hicieron bañar, con toallas del Ejército y un guardia armado que no nos sacaba la vista de encima”, recordó ayer Alcira Ríos, abogada de Abuelas durante más de dos décadas que pasó un mes de septiembre de 1978 secuestrada en La Tablada. A Ríos y a su compañero los sacaron de La Cacha y simularon liberarlos a dos cuadras del Regimiento. “Armaron un operativo con uniformes y camiones ‘¡Tienen armas!’, gritaba el milico”, recordó ayer. Mientras les armaban un sumario por “actividades terroristas” los encerraron treinta días en una pieza, detrás de la salita de guardia pegada a la “enfermería”. Nada de eso quedó en pie.
“Sólo reconocí el baño. Fue como volver en el tiempo, aunque a esta altura lo cuento como si fuera una película”, desdramatiza y sonríe. Desde su vuelta al país en 1984, Ríos se dedicó a investigar apropiaciones y exigir justicia. Díaz también se corre del rol de víctima. “La fuga fue una pequeña victoria en medio de tanta muerte –reflexiona–. El marco de mi historia es la resistencia a la dictadura, no como víctima sino como persona que vive, que milita, que resiste, que lucha ante la muerte.”
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