EL PAíS › OPINION
› Por Mempo Giardinelli
Finalmente, el señor Cobos definió el rechazo a la Ley de Retenciones tal como la había propuesto el Ejecutivo. Puede pensarse que es contradictorio que un vicepresidente anule la voluntad presidencial, pero él votó de acuerdo con su convicción y eso es irreprochable.
Pero entonces ahora es esperable que renuncie. Porque el argumento de que tuvo los mismos votos que Cristina es un sofisma. La ciudadanía votó por ella, no por él. La dignidad de su voto en la madrugada debiera ratificarse con su renuncia. Eso haría una persona honorable.
Y si de honores se trata, hay que decir –nobleza obliga– que los que estuvimos del lado de sostener la 125 hemos perdido.
Los que temimos y denunciamos que en este conflicto se jugaban mucho más que las retenciones, subrayando los riesgos que corría la democracia y los siempre solapados embates del golpismo criollo, ahora de nuevo cuño, lo hicimos sabiendo que nunca sobra ese temor cuando el escenario es la Argentina y los protagonistas son sus clases altas y medias.
Es como cuando temés que se incendie tu casa. Uno no desea ni espera que suceda, pero eso no quita que se señalen las fugas de gas, se tome todo tipo de precauciones y se actualicen los seguros. Es lo que pasó ahora –ése era el escenario, ésos los protagonistas– y sólo desde la estupidez se podría acusar a los que temimos un golpe. Y lo seguiremos temiendo, por cierto, siempre en la esperanza de que el incendio no se produzca.
Pero el paisaje que nos queda después de la batalla es mucho más complejo.
Porque lo que cancelaron esos 37 votos en el Senado (no casualmente gracias a Menem, Romero, Urquía y otros demócratas desinteresados y de acrisolada vocación social) fueron también las concesiones que hizo el Gobierno en estos meses, y las reformas y el apoyo a los pequeños productores que sancionó la Cámara de Diputados.
Pero sólo la Historia dirá cuántos chacareros escupieron hacia arriba en estos meses, mientras aquí y ahora todo vuelve a Diputados y no cabe ilusionarse con esa nueva batalla.
Conflicto agrario y votación senatorial no fueron solamente por las retenciones, y en tal sentido la primera lectura política no puede ser otra que la de que el Gobierno pagará por todos los errores cometidos y que tantos les señalamos en estos meses. Dilapidaron un poder fenomenal que –en esto estaremos casi todos de acuerdo– mereció tener mejor destino que sostener a funcionarios como Jaime o Moreno.
Sin embargo, el kirchnerismo no está terminado –como desean Joaquín Morales Solá y todos sus aliados agrarios– a menos que NK y CFK quieran seguir suicidándose.
Como bien señaló ayer Mario Wainfeld, el oficialismo tendrá que ser “capaz de elaborar cómo cambió la situación y cuánto de su traspié se debe a sus propias falencias antes que a la fuerza o mala fe de sus contrincantes”. Y la oposición y las corporaciones agrarias deberán “cumplir todo lo que aseveraron en más de tres meses: su ausencia de voluntad destituyente, su voluntad de cooperar y no salirse de los cauces institucionales”.
El gobierno K no supo dialogar y jugó siempre a todo o nada. Igual que los empresarios agraristas, que procedieron con la dureza típica de la necedad y la avaricia. Pero era el Gobierno el que tenía más responsabilidad, porque todo gobierno es siempre el responsable último del diálogo republicano y sobre todo debe ejercerlo cuando tiene enfrente posiciones necias o cavernícolas.
Otra falencia enorme, que también deberán pagar los K, fue la absurda política comunicacional del Gobierno. Si es que la hubo, la información oficial fue tonta y anodina, y se amilanó en todo momento ante la manipulación astuta y pertinaz de la llamada opinión pública. Ya se vio que los intereses que gobiernan los multimedios son capaces de cualquier cosa con tal de quebrar la confianza social en la economía, e incluso a la economía misma.
En la evaluación del paisaje, lo que queda de bueno es que funcionaron las instituciones republicanas, y no es poco. El Congreso evitó el desbarrancamiento de la crisis, una vez más. Con todo lo que muchas mentes simples les critican a los legisladores, y muchísimas veces con toda razón, ellos y ellas trabajaron arduamente y resolvieron la coyuntura.
Ahora habrá que ver qué país viene y la verdad es que a la vista de las dirigencias que tenemos los argentinos, no cabe hacerse mucha ilusión. La primera dirigencia que es todo gobierno, en nuestro caso ya demostró su ineptitud para pilotear una crisis de esta envergadura, y es por lo menos dudoso que tengan la muñeca y la cintura deseables para manejar los grandes temas nacionales que se vienen.
Y las otras dirigencias –las agrarias y de la oposición, que apenas fueron capaces de juntar lo mejor con lo peor de este país, de rezar al aire libre y de mentir cuidando el bolsillo de los ricos– es seguro que tampoco ilusionarán a muchos millones de argentinos.
Días graves nos esperan, porque aquí no se resolvió nada. En el fondo de todo sigue estando la eterna cuestión argentina: si los más ricos, los que ganan siempre y ahora ganan más que nunca, van a ceder algo en favor del conjunto. Jamás lo han hecho.
Hace tres meses Claudio Lozano señaló que en el modelo sojero impuesto aquí en los últimos 20 años sólo “936 propietarios controlan 35 millones de hectáreas, a razón de 38.000 cada uno, mientras casi 150.000 propietarios tienen 2.200.000 has, a razón de sólo 16 cada uno”. Y no es dato menor que el precio actual que recibe el productor argentino es mejor que el de octubre pasado, pese a los aumentos de retenciones que tanto resistieron. Los valores de estos días son los mejores desde 2002. Y no es una opinión; son datos de la Bolsa de Cereales.
Esta fue la película que vimos; éste el paisaje que nos queda. ¡A seguir remando, argentinos!
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