Testigo en una causa contra Patti, fue secuestrado en noviembre de 2006 y por unas horas conmovió al país. Gerez se queja de que no puede conseguir trabajo y sobrevive gracias a las changas que hace como albañil. Dice que sólo lo mantiene con energía saber que Patti sigue preso.
› Por Alejandra Dandan
Luis Gerez vive como en una especie de pesadilla permanente. Después de aquel noviembre de 2006, en la que corrió la sensación de que podría haber sido el segundo testigo desaparecido de las causas por el terrorismo de Estado, lo único que no cambió en su vida fue su estropeado Dogde 1500 modelo ’82, al que ya no le puede ni cambiar las gomas. En mayo y junio de este año ganó 600 y 700 pesos por mes, y aunque durante ocho meses vivió con un cargo de asesor en el Senado que le habían facilitado desde el PJ bonaerense, hace meses volvió a su oficio de albañil. O mejor, lo intenta: sus viejos clientes ya no lo llaman y los nuevos le suspenden las propuestas cuando se enteran quién es. Sólo la solidaridad de un grupo de compañeros del PJ lo mantiene con energía y, claro, la detención del ex subcomisario y represor Luis Abelardo Patti.
“La vida ha cambiado sustancialmente –dice él–, he sido asistido unos meses por el gobierno de la provincia y después tuve que salir a hacer lo mío, pero me es costoso porque en un pueblo tan chico la primera vez que salí a trabajar, en una asociación civil que me tomó, porque me conocía y son amigos, la radio y la televisión dijeron que no era posible, que no se me podía dar trabajo a mí.”
El 22 de noviembre de 2006 un auto lo levantó de la casa de un amigo, y aquello que comenzó difundiéndose como un secuestro lentamente lo instaló en el lugar del sospechoso. Gerez, torturado por Patti en 1972 y testigo clave en las causas contra el ex subcomisario, vivió los primeros meses de 2007 con custodia personal; de enero a agosto trabajó tres días a la semana como asesor de un diputado e hizo trabajo territorial desde la Cámara. En agosto, la Cámara le suspendió el contrato y desde entonces intenta volver a ser albañil. Eso, intenta.
Los clientes más viejos y los más importantes siempre estuvieron en San Isidro, pero después de noviembre no lo volvieron a llamar. En este momento, los que lo llaman son la gente del barrio o para arreglar una canilla o para rehacer un “frentecito”, dice, agradecido. Una vez, en cambio, lo llamó un gran comerciante de Escobar; necesitaba hacer una reforma “re-importante” para toda la casa. Gerez le pasó un presupuesto de 5000 pesos, con gastos de ayudante y herramientas, incluido. Si el trabajo hubiese salido, le hubieran quedado unos 2500 que después de tanto tiempo parado y, comparado con lo que cobró los últimos meses, era una suerte de fortuna. Un jueves el comerciante le dijo que sí, acordaron comenzar el lunes siguiente, Gerez no aceptó un adelanto, el domingo el comerciante lo llamó para suspender toda la obra y siete días más tarde otro equipo de obreros tomó su trabajo.
“Con el Dogde 1500 modelo ’82 yo me movía para todos lados. Cuando andaba bien podía comprar las cubiertas, ¡pero ahora se me cae a pedazos! Tengo que ir a San Isidro pero no puedo, gracias que me muevo por Escobar si me patina el embrague, las puertas están caídas. Yo no quiero demostrar que, por ahí, estoy derrotado pero trato, hago todo lo posible, pero tuve que cambiar muchas cosas.”
“Y a una empresa no puedo ir –dice Gerez–, una porque tengo 53 años, y segundo por portación de apellido, imaginate que vaya a un country todo el mundo sabe, a mí me conoce la gente de toda la vida. Cuando entro, hay gente que me atiende bien, pero cuando no pasa, yo me pongo muy mal.”
Ayer, cuando se levantó, se pegó una ducha y, a pesar del tiempo, se fue a terminar una obra porque tenía trabajo adentro de la casa. Apenas llegó, los efectos de una tos que arrastra de toda la vida lo obligaron a retirarse. Como no tiene obra social, volvió al hospital municipal de Escobar como lo había hecho el domingo. Consiguió turno para que lo atienda un especialista recién dentro de 30 días.
La tos, que no tiene que ver de forma directa con el episodio de noviembre, pudo haberse potenciado. Gerez sufre una afección pulmonar desde muy joven y aparentemente no es por el cigarrillo.
“Mis padres eran pequeños productores, arrendaban 3 o 4 hectáreas para hacer una quinta y en ese momento se usaba Folidol, un veneno que ahora está prohibido, pero vos le ponías una tapita de Coca-Cola en una fumigadora de 20 litros y uno le pasaba y al rato estaban todos los bichitos muertos. Yo le ponía eso, y después no sé, puede ser producto de la vida, pero hoy me volví porque no aguanté más, me duele mucho la cabeza y el pecho.”
Sus padres eran zafreros santiagueños, de los viejos obreros golondrina que viajaban de Santiago a Tucumán para la cosecha de la caña de azúcar y al Chaco santiagueño para el algodón. Se instalaron en Buenos Aires de más grandes, como una forma de progreso, cuando Escobar todavía era campo de migrantes. Con el golpe de Perón, los padres se unieron a la Resistencia peronista y sus 12 años asistía a falsos cumpleaños donde los grandes aprovechaban a reunirse. En 1971 entró en la Juventud Peronista, en el 1972 fue torturado por Patti, que lo convirtió en testigo privilegiado de su detención, estuvo en la Ezeiza del retorno y militó en el barrio después del `83.
La fiscalía federal de Escobar nunca tuvo claro qué sucedió con Gerez el 22 de noviembre de 2006. Nunca encontró una pista sobre el secuestro, y por lo bajo las fiscales se quejaban de las presiones de la provincia y de Nación para que apareciera algo. Sin embargo, tampoco encontraron la forma de demostrar que no hubo nada, como pedía la defensa de Patti.
“La detención de Patti para mí –dice ahora Gerez– era una asignatura pendiente con más de 30 mil compañeros desaparecidos. Yo ahora siento que ya he cumplido, no me interesa si tiene que salir porque eso lo tiene que decir la Justicia. Si dice usted que mató y torturó y sale mañana es problema del juez y si tienen que quedarse 30 años es problema del juez, pero para mí es una carga que se va de mi mochila.”
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