EL PAíS › LA MIRADA DE DOS INTELECTUALES SOBRE LA CONFERENCIA DE CFK
Reflexiones sobre la rueda de prensa. La falsa creencia de que allí se revelarían importantes temas de gobierno. Las preguntas que faltaron y el rol de los medios de comunicación.
Por Luis Alberto Quevedo *
Y finalmente se nos cayó un mito: el mito largamente alimentado sobre las conferencias de prensa de los Kirchner como un momento epifánico de la verdad, donde se revelarán y donde cambiará la calidad de las instituciones en la República Argentina. Pues no, nada de eso ocurrió. Creo que más bien la Presidenta se salió con la suya: ante el protagonismo de la apertura de la Rural, con los discursos de Miguens y el grito de guerra de Alfredo incluido, Cristina decidió competir en la tapa de todos los diarios del domingo poniendo en primer plano un hecho que nunca había ocurrido durante la gestión de su marido y de la suya propia: hablar con los periodistas (nacionales e internacionales) con una agenda abierta. Eso sí, sin repreguntas y durante una hora y media. ¿Y qué pasó allí?: nada. Ni siquiera hubo una pregunta sobre lo que había ocurrido durante la mañana en la Rural. Sólo se cayó el mito de que es en el ámbito de las conferencias de prensa donde ocurren los grandes anuncios, los debates postergados y donde los hombres del poder se ven forzados a decir sus verdades. Personalmente, nunca lo he creído así, sinceramente... Ni hoy ni durante todos los años pasados en que varios presidentes no dieron conferencias de prensa el problema político o comunicacional estuvo allí. Claro, ¡está bien que se haga una conferencia!, por supuesto. Pero a veces (como ayer) sólo sirve para mostrar los pies de barro de esta creencia periodística.
Cristina es una gran oradora de atril más que de tribuna o barricada. Y por eso allí, con esos dos micrófonos convergentes sobre su rostro, con un vaso de agua servido de manera insistente y mirando a todos casi con sorna (¿vieron?, aquí estoy....) se sintió cómoda, sonriente, se permitió algunos chistes (para dejar también alguna nota de color) y se la vio muy distendida. A esto le agrega algo que a algunos nos pone muy nerviosos: no lee ni le pregunta nada a nadie (como lo hace Chávez en sus charlas, por ejemplo) y maneja con mucha certeza cifras de la economía, datos históricos, resoluciones de organismos internacionales, reuniones que mantuvo hace algunos años y recuerda con mucha precisión todos los nombres de funcionarios, políticos, líderes internacionales y ciudades donde ocurrieron estas cosas. Una destreza que pocos tienen. Y durante esa hora y cuarenta minutos habló sobre muchas cosas: Moreno y el Indec, el tren bala, la ley de radiodifusión, las retenciones y la Resolución 125, la relación con Brasil, más sobre Moreno y el Indec, los cortes de rutas, el crimen de Cardales, las elecciones americanas y la personalidad de Obama, la renuncia de sus funcionarios, los rumores sobre su propia renuncia, la inversión extranjera, el valor del dólar, la 4ta flota de los EE.UU., Cobos, otra vez sobre Cobos, otra vez sobre Moreno y el Indec y todo para no decir nada concreto, ni anunciar nada puntual, ni revelar alguna historia jugosa que hasta hoy desconocíamos. Por supuesto, lo que sí hizo (y nos tiene acostumbrados) fue retar a los medios (¡...cómo le gusta retar a los medios!), descalificó algunas encuestas y relativizó los costos que ha pagado su gobierno por las decisiones tomadas en estos meses.
Creo sin embargo que sí hubo un tema que articuló su discurso –al que recurrió varias veces– y que para ella es estratégico: su política de mejoramiento de la calidad institucional en la Argentina. Ya lo había hecho durante la campaña del 2007 y en el inicio de su gobierno, y pese a las críticas que recibe del arco opositor y de muchos medios, lo cierto es que es un tema que surge de sus palabras con mucha fuerza, verdad y logra tornarlo verosímil. Son esos momentos (los pocos momentos) en que su cuerpo y la inflexión de su voz adquieren mayor compromiso con su palabra. Está convencida de que allí está haciendo algo importante, y lo cree firmemente. Por eso se torna más humana y logra desdibujar algo de su retórica impostada.
Yo me quedo con la Cristina de los otros atriles, la del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, o esos momentos donde se despliega una palabra inesperada, en las entregas de diplomas o la asignación de viviendas, allí donde Cristina suele ser mucho más sustanciosa en sus apreciaciones sobre política nacional, las relaciones internacionales o redistribución de la riqueza. En un momento en que la conferencia declinaba (ya a los 35 minutos declinaba...) le dijo a un periodista: “...si te parece, la levantamos inmediatamente y acá no ha pasado nada”. Y creo que así fue, la conferencia transcurrió, se levantó y nada nuevo ha pasado. Sólo se desmontó un mito: el que sugiere que la verdad sobre un gobierno aparece en algún espacio privilegiado. En el fondo, todos los momentos de la comunicación política pueden ser tan anodinos como sustanciosos: el problema entonces sigue siendo la política, no el formato de la comunicación.
* Sociólogo, investigador de Flacso y UBA.
Por Alejandro Kaufman *
¿A que se debe la discrepancia entre los militantes políticos Néstor Kirchner y Cristina Fernández y los medios hegemónicos de comunicación? Néstor Kirchner actuó como actuó en su hora respecto de los derechos humanos. Lo que hizo no estaba en las expectativas de ningún sujeto social ni político del espectro democrático, progresista ni de izquierda. No avisó que iba a hacer lo que hizo. Sin duda, para poder hacerlo. No hubo conferencia de prensa. Pero la sorpresa tiene un costo político. En el triunfo es bienvenida, en la derrota se recuerda amargamente la falta de participación consensual. Los avances de Alfonsín en ese sentido habían sido anunciados en su plataforma electoral. No así los de Kirchner.
¿En qué posición quedaron la prensa y los medios hegemónicos en relación con el nuevo escenario que las políticas públicas de derechos humanos del kirchnerismo instalaron en la Argentina de la postdictadura? ¡Quedaron en evidencia! Ahora ya no se trata de unos imposibles juzgamientos de perpetradores que se seguirían implorando por toda la eternidad. En este nuevo escenario aquello que consiguió silenciarse durante este último cuarto de siglo podría hacerse visible: que los medios de comunicación de la dictadura, sus líderes empresariales, periodísticos y del entretenimiento no han cambiado, son los mismos, permanecen en sus puestos, dictan las agendas mediáticas y las modalidades comunicacionales, consiguieron homologar el horror exterminador con toda clase de acontecimientos de diferente orden. Educaron a varias generaciones de jóvenes audiencias en la idea de que arrebatar una cartera en la calle merece la pena de muerte pero haber perpetrado desapariciones y torturas es un asunto opinable. Que los derechos humanos son algo del pasado. Cooptaron a intelectuales progresistas para que escriban y comenten sus biografías personales e institucionales y los absuelvan de sus complicidades, acciones y omisiones en la dictadura.
Lo que tenemos que discutir en la Argentina, si nos creemos las palabras que solemos intercambiar sobre las instituciones democráticas, es el estatuto ético-político de las prácticas de la prensa y los medios de comunicación. Ese estatuto no depende solamente de declaraciones y normas fundadas sobre acontecimientos anecdóticos, por graves que sean en sí mismos. El procedimiento de la “carta robada” oculta lo aterrador confundiéndolo con otros acontecimientos –dramáticos– que, aisladamente, justifican diversas preocupaciones y demandas políticas. En estos veinticinco años se han acopiado cada uno de los eventos dolorosos, accidentales o criminales noticiables de distinta índole como modalidades de ocupación excluyente de las agendas. Hoy no se usan en general la censura ni la mentira flagrante sino la transparencia, la omisión y la sustitución.
Los actores mediáticos de la dictadura quedan en evidencia porque ya no hay tantos otros culpables sin nombrar. Innumerables archivos de toda índole atesoran sus crímenes simbólicos y políticos. Es por ello que gritan tanto en el espacio público y ajustan en privado las tuercas sobre los trabajadores de prensa, para que el pasado que a ellos concierne se mantenga en el olvido. No tienen como rehenes sólo a los trabajadores de prensa, sino también a gran parte de los actores políticos y culturales que dependen de los medios para mantenerse en los espacios comunicacionales. ¿Conferencias de prensa de los presidentes? ¿Cuáles, las de Bush padre o Bush hijo? En los instantes previos a la conferencia de CFK algunos periodistas los recordaban en cámara. Podrían haber mencionado que la frase más horrorosa de Videla sobre los desaparecidos fue pronunciada en una conferencia de prensa.
Hay que discutir las agendas mediáticas, eludir las divisiones binarias tan establecidas, seguir luchando por la memoria y por los relatos, como casi siempre. Sólo un debate semejante podrá emanciparnos de la prensa de la dictadura.
* Ensayista.
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