EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Córdoba significa algo porque es una provincia de trascendencia mediática. Y representa algo porque es indicativo del tipo de construcción política a que apostó el kirchnerismo, y de a qué podría apostar tras ser derrotado en el choque contra el movimiento campestre. Más luego, la influencia del episodio cordobés excede los límites provinciales.
Muchos parecen haber olvidado que hace menos de un año el gobierno nacional puso sus fichas por Juan Schiaretti, cuando todo, salvo las encuestas, imponía que el elegido del favoritismo oficial debía ser Luis Juez. Schiaretti era la continuidad de José Manuel de la Sota, hombre de la derecha a secas que durante el conflicto con los ruralistas no dudó en ponerse del lado de éstos desde el primer momento. Juez, en cambio, era una ascendente figura carismática con discurso de centroizquierda, gestión municipal respetada y afecto por la transversalidad kirchnerista. Sin embargo, aunque a regañadientes, los K jugaron por su adversario en la seguridad de que la victoria le sonreiría sin dudas; y de ese modo privilegiaron el humor circunstancial de la sociedad cordobesa por sobre la cimentación ideológica y política con su aliado “natural”. Las elecciones terminaron en un cabeza a cabeza con escándalo incluido, el resentimiento de Juez llegó al extremo de arrojarlo en brazos de la coalición gauchócrata y el oficialismo cordobés simplemente continuó siendo lo que fue siempre, hasta el punto de ser iniciático en plegarse a la protesta del “campo”. El pez terminó de morir por la boca de una manera patética: ¿con qué autoridad puede decir el kirchnerismo que la crisis financiera de Córdoba es producto del desastre administrativo en que la provincia incurre hace años, si fue a esos administradores a quienes les entregó su favor eleccionario?
Esta forma de edificar política por parte de los K, basándose en la intuición temporal y en la confianza comprada a dirigentes y aparatos tradicionales, sin reparar en que la suma a tontas y locas termina dando cero al primer viento desfavorable, estalla hoy en Córdoba pero no es ni de lejos el único registro. Ahí está Cobos, vaya. Y un Congreso nacional en el que disponían de una mayoría tan plácida como pocas veces se vio, para acabar perdiendo en una votación crucial porque se les dieron vuelta los alquilados. Y una CGT que, es cierto, todavía tiene fuerza oficinesca para atemperar el conflicto social en algunas áreas sensibles, pero anémica de movilización para siquiera desbordar plazas de actos oficiales. La Capital se fue con Macri y en la provincia de Buenos Aires arriesgaron un híbrido mediático que vía fórceps se alineó con la Rosada en el combate contra los campestres, pero visto el resultado cabe dudar muchísimo de su estatura para timonear el distrito más grande y complejo del país. Misiones fue otro ejemplo de movida errónea, sólo que licuada por el paso del tiempo y las circunstancias benignas de la economía. De pura fortuna y en sentido inverso, esta táctica de rendirse ante las presuntas evidencias propicias sólo les salió bien en Chaco, donde dejaron a Capitanich librado a su suerte bajo el convencimiento de que era inevitable el triunfo del radical Rozas para que se concluyese, sin embargo, en el fuerte apoyo del ganador al gobierno nacional.
Este señalamiento crítico no va en perjuicio de reconocer que muchas veces es necesario articular el afianzamiento político con la ingestión de sapos y culebras. Lo cuestionable es que los K revelan tendencial la actitud de refugiarse en lo que queda más a la vista, no como estrategia de paso atrás-dos adelante, sino como estructura de funcionamiento. Las dificultades con que se toparon y/o quisieron encontrarse en la obra de la transversalidad, cuando el intento de afirmarse y despegar por afuera del PJ, no hallaron resistencia. Se rindieron rápido y pasaron a la Concertación Plural, que no fue más que juntar algunos pedazos del desaparecido radicalismo y que terminó en el papelón del Cobosgate. “Terminó” es una manera de decir. Ahí anda el mendocino mojándoles la oreja con que no se arrepiente de nada; en armonía con el gaucho capataz, Alfredo de Angeli, que abrumado por el pedido de autógrafos en la Rural, donde fueron a posar para la posteridad todos los que quieren dejar establecida su alianza irrompible con la plata perpetua, dijo que sí, que está bien, que si la Patria se lo pide podría ser candidato electoral.
El gran interrogante es cuáles enseñanzas habrá sacado el oficialismo acerca del resultado que dio –y puede dar, sobre todo– su forma de construcción. Punto en el que cabe retornar a la situación cordobesa, y a la modalidad de confrontación permanente de la pareja gobernante. Aun cuando la administración de la provincia sea en efecto una catástrofe, se puede arriesgar –sin mucho lugar para equivocarse– que el kirchnerismo vería con buenos ojos una etapa de convulsión capaz de cargarse a Schiaretti y compañía. Restemos por inútil el aspecto “moral” del asunto, ya que por corrección política nadie suscribe en público maniobras de esa índole. Una visión política más descarnada invita a preguntarse si acaso en Olivos piensan que podrían sacar tajada de una Córdoba sacudida. La respuesta es muy probablemente afirmativa. Y así no lo fuese, la conclusión es la misma: ¿con qué malla de protección propia enfrenta o afrontaría el kirchnerismo un nuevo escenario de conflicto desgastante? ¿Cuáles fuerzas tendría para hacerlo? Está claro que lo que el Gobierno no construyó hasta ahora derivó en la avalancha inorgánica pero demoledora que le asestó el golpe en el Congreso y en la confianza popular. Tiene que remontar desde ahí. Y la necesidad de recuperar iniciativa política puso en agenda rápidamente, tras cuatro meses de virtual parate de gestión, una serie de temas que exigen reflejos, reorientación de los recursos económicos con sentido distributivo y, por lo tanto, afectación de intereses. A menos que quieran salir por la derecha. La marcha de los salarios contra una inflación que no controlan, la sangría de los subsidios, la movilidad de las jubilaciones, son nada más que una parte de la lista de deudas sin saldar.
Se supone que la llamada “macroeconomía” goza de buena salud, y que en consecuencia no habría motivos “técnicos” para preocuparse. Bueno: tampoco los había en marzo. Y resultó que la política se llevó puestas a las expectativas económicas por obra y gracia de la furia gauchócrata, pero con la decisiva colaboración de las barbaridades gubernamentales. Habrá que ver, entonces, con qué capacidad de liderazgo, y de nueva articulación, desafía el Gobierno a una avanzada opositora que ya demostró su incapacidad para construir. Y su fortaleza para arruinar.
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