EL PAíS › OPINIóN
› Por Carlos Girotti *
En el texto de su renuncia al cargo de vicerrector de la UBA, Jaime Sorin, decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, sostiene que por “no poder efectuar la totalidad de los nombramientos rentados de los docentes necesarios para mantener el nivel académico (...), perpetuar (así) la injusta situación de más del 40 por ciento de los mismos que ejercen categorías académicas con sueldos que no se corresponden”, y por otras razones, le “resulta imposible compatibilizar las posiciones institucionales inherentes a ambos cargos, debiendo (...) priorizar la defensa de los intereses y necesidades de docentes, alumnos y no-docentes de la FADU”.
Sorin no duda. Sabe que la otra situación a la que alude es la de seguir siendo vicerrector a cualquier precio, esto es, callarse, flotar como un corcho en medio de la marejada, olvidarse de dónde viene y de por qué y cómo llegó ahí. O lo peor: ilusionarse con que el cargo que detenta le asegurará los fondos para su facultad y que la renuncia implicaría perder un espacio de negociación, presión y poder. Entonces Sorin renuncia, sigue fiel a quienes lo mandataron y no confunde el cargo con el mandato. El decano de la FADU, uno de los fundadores y referentes indiscutidos del Espacio Carta Abierta, deja el vicerrectorado pero no los principios, opta por la integridad de sus convicciones y no somete su moral ni su política a la degradación que le impone la continuidad en el cargo. Entre convertirse en un cretino y seguir siendo quien es, opta por esto último y, al hacerlo, recupera la política como acto transformador al tiempo que la condena como sinónimo impuesto de la hipocresía y la especulación. No es poco y sería de una ignorancia grosera adjudicar el gesto de Sorin a un principismo obtuso.
La Argentina de nuestros días ha mostrado la inusitada tendencia de ciertos actores a travestir sus orígenes e intereses de clase con discursos y prácticas que jamás les pertenecieron, así como otros se han sumado a los primeros aportándoles, desde su propia historia de luchas, el maquillaje de lo no negociable, de la oposición por principios y, por último, unos terceros han contribuido al encubrimiento con el silencio mezquino, calculador de votos para próximas contiendas. Ni qué hablar de los inveterados “manos de yeso”, verdaderos soldados de fortuna, prestos a cualquier batalla, bajo cualquier circunstancia y en cualquier lugar con tal de ver asegurada la paga. Este conglomerado sugestivo, inédito en su policromía y por ello tentador al paladar del sentido común por su extraña semejanza con un postre marmolado, con sus vetas de vieja derecha, sus otras vetas de antigua izquierda e, incluso, sus más novedosas de republicanismo abstruso y de nacionalismo popular extraviado, ha querido y quiere disputar las nociones de democracia y de justa distribución de los ingresos. Esta nueva fuerza social en ciernes, hija directa de la ausencia de dirección política que experimentara el levantamiento popular de 2001 y de los avances relativos a partir de 2003, viene a discutir tanto el patrón de acumulación del capital como la configuración definitiva de un tipo de Estado acorde con el modelo que impulsa. Que mañana esta fuerza social se consolide como tal, que por eso mismo comporte un cambio sustancial en la correlación de fuerzas en pugna y que logre su objetivo estatal realizándose entonces, y sólo entonces, como un nuevo bloque histórico, depende hoy de que actitudes como la asumida por Sorin se multipliquen o no en la totalidad social.
¿Exageración, panegírico desmedido? De ninguna manera. Quien tenga alguna duda acerca de la sociedad en la que nos tocaría vivir si se concretaran los sacrosantos designios sojeros puede recurrir al panorama descripto por Ignacio de Loyola Brandao en su imperecedero Nao verás país nenhum e imaginarse el resto. Una sociedad arrasada por la incontenible expansión de la frontera agrícola, con sus cursos de agua contaminados y sus tierras degradadas, su subsuelo mineral entregado a la voracidad oligopólica, ingentes masas de población llevadas a la marginalidad extrema, sin trabajo ni educación ni vivienda ni noción de futuro; una sociedad de pocos y para pocos, con una estructura de consumo sólo a ellos destinada y, sobre todo, con un Estado duro, garante del orden y los negocios. Una sociedad de los “no me toquen el bolsillo”, con su cohorte de palafreneros reclutados en las capas medias, siempre solícitos, siempre bien dispuestos a satisfacer a quienes jamás les reconocerán nada, siempre ansiosos por llegar a lo alto pero angustiados por no conseguirlo nunca. Una sociedad ilusoriamente dirigida por politicastros de profesión, amanuenses del verdadero poder, contrabandistas de la ética que reciben los sobres bajo la mesa y peroran sobre moral y religión espiando en el mingitorio de al lado; una sociedad inerme mientras la IV Flota navega en aguas territoriales como si se tratara de sus propios ríos interiores.
A un futuro como ése no se lo detiene con posturas autocomplacientes, tampoco con zalamerías o adulaciones para ganar favores oficiales. Necesitamos mucho de la palabra empeñada para urdir una red de nuevos gestos que nos ayuden a recuperar el lugar y el sentido de la palabra misma; gestos que nos esperancen otra vez para que la palabra, ya convertida en acto, la defendamos junto a miles y miles con cuerpos y almas. Necesitamos muchos Jaime para hermanarnos en la fraternidad de una sociedad más justa, más igualitaria, más democrática, más soberana. Necesitamos muchos Sorin para que nadie se la lleve de arriba, para que rindan cuentas los que deben hacerlo, para que el compromiso se honre, para que ninguno suponga que tiene la vaca atada o el cargo de por vida, para que no sea cháchara el discurso de la emancipación.
Si lográramos esto, si consiguiéramos que una parte importante de la sociedad reconociera y se reconociera en la honestidad del decano de Arquitectura, tengamos la seguridad de que estaríamos avanzando un paso, un paso diminuto tal vez si lo midiéramos en distancia histórica, pero un paso de siete leguas si lo comparamos con el tranco de pollo del ensalzado cletinismo parlamentario de estos días.
* Sociólogo, Magister en Ciencias Sociales, Conicet.
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