EL PAíS › OPINIóN
› Por Daniel Filmus *
Me crucé con él en los pasillos del Senado pocos minutos después de haber finalizado la maratónica sesión donde se resolvió negativamente el destino de las retenciones móviles. Apenas pude observar su rostro visiblemente agotado. Se movía rodeado de custodios mucho más altos que él, que parecían llevarlo “en vilo”, casi sin tocar el piso. Al cruzar las miradas me pareció que me dedicó una sonrisa burlona.
Un par de horas antes, al hacer uso de la palabra en el recinto había relatado el esfuerzo realizado para estar presente con su palabra y su voto, a pesar de que sus médicos y su precaria condición de salud le aconsejaban no hacerlo. Allí también creí que me dedicó, junto a otros colegas, parte de su discurso cuando se refirió “a aquellos que hablaron de neoliberalismo, inexistente por supuesto, de la década del ’90 y se olvidaron de mencionar el populismo que tenemos en la actualidad”. El esfuerzo valió la pena, su voto resultó decisivo para vencer al populismo en el Senado.
Compartió la opción por el botón rojo con algunos senadores que recientemente han descubierto los valores de la democracia, por ejemplo quienes tienen como referente a Bussi (el ex gobernador de Tucumán). La senadora de Fuerza Republicana aprovechó la ocasión para recordar públicamente que “al momento de jurar, cuando estaba parada aquí, con un nudo en la garganta, juré que iba respetar la Constitución nacional... que a mi manera de ver es el software que debe guiar al país”. Para aplicar este software e impedir el aumento a las retenciones y la sojización total del país utilizó, entre otros, un argumento un poco contradictorio: recordó que en Tucumán “tenemos 280 mil hectáreas de soja sembrada, que dan alrededor de 8000 puestos de empleo directos e indirectos... mientras que la actividad azucarera ocupa 220 mil hectáreas y proporciona 70.000 empleos” (¿¿??).
También compartió el voto con un conjunto de senadores que clamó por volver a la Argentina agroexportadora del Primer Centenario que, como bien sabemos, no favoreció demasiado a los pequeños y medianos productores ni generó las condiciones para lograr respetables niveles de justicia social. Claro que ahora los ingleses no están en condiciones de colaborar desinteresadamente como entonces con nuestro desarrollo comprando nuestras materias primas para vendernos los productos manufacturados. ¡¡¡Ahora están los chinos!!! Incluso un senador justificó su voto contra las retenciones planteando cambiar el viejo modelo agroexportador por un moderno estilo de desarrollo “hidroexportador”. Argumentó este senador: “¿Pero saben qué es lo que más le importa a la China, donde no hay cláusulas FOB o FAS? ¿Qué es lo que importa? Importa el agua. Al exportarle soja a China, ellos en verdad importan agua. En muchos lugares de China no hay agua para las dos cosas. No hay agua para beber ni agua para la agricultura”. Aquí también, como en el caso anterior, el argumento para facilitar la exportación de agua –perdón, de soja– también pareció contradictorio: “En el departamento de Pomán (Catamarca) hay lugares donde si se da libertad para la expansión agrícola, no habrá agua potable. Es un dato de la realidad, un dato que estará presente en el siglo XXI. Esto quiere decir que nos vamos a encontrar con hermosos (¿?) desafíos y no deberíamos negarlos”.
La decisión también fue acompañada por senadores que defendieron sus propios intereses como productores a costa de disminuir los ingresos fiscales y las posibilidades de profundizar la distribución progresiva de los recursos. No me estoy refiriendo a quienes abogaron por diferenciar a los pequeños y medianos, pues en este punto hubo consenso general. Me refiero a casos en los que se defendió abiertamente a los grandes productores. Casualmente uno de los más grandes exportadores del país utilizó la tribuna del Senado para argumentar sincera y directamente a favor de su grupo de interés: “También tenemos que dar herramientas a los pequeños y medianos productores, pero cuidando de no desincentivar a los productores grandes, ya que la mayoría de ellos fue en el pasado pequeños y medianos, pero tuvieron la visión y seguramente algo de suerte... Por lo tanto, no los demonicemos ni los diferenciemos demasiado (a los grandes). ¿Cuántos productores chicos y medianos de hoy sueñan con ser grandes en el futuro?”.
La recomendable lectura de la versión taquigráfica de la sesión a la que felizmente se puede acceder por Internet, permite observar que el senador que hizo el esfuerzo por presentarse a pesar de su delicada situación de salud, también fue acompañado por colegas que defendieron fuertemente posiciones que, por lo menos, merecen debates más profundos para evitar daños irreparables en muchos sectores de nuestra población. Por ejemplo: la utilización de alimentos para la producción de biocombustibles a pesar del hambre que padecen millones de personas en el mundo y en nuestra región; la negación del impacto de la extensión de la frontera agropecuaria y la sojización de zonas no tradicionales que modifican los ecosistemas regionales y provocan diversos tipos de desastres naturales que hoy viven muchas provincias de nuestro país.
Ningún senador desconoció la nueva coyuntura internacional ni propuso frenar el crecimiento que la producción agropecuaria ha tenido en los últimos años. Hubo unanimidad en que es necesario aumentar y mejorar la productividad del campo. Pero el debate reflejó la diferencia de opiniones respecto del modelo de desarrollo y del rol que debe desempeñar nuestro país en el contexto global: incorporarse acríticamente al mercado sólo como productor de commodities, aprovechando la actual suba de precios internacionales, o agregar valor a esta producción a partir del aporte del trabajo y el desarrollo tecnológico de nuestra gente. El reciente y fracasado debate en la OMC respecto de la llamada Ronda de Doha ilustra en profundidad que, en realidad, más allá del caso particular de las retenciones, se está discutiendo un modelo de país. Fueron las grandes naciones industriales del mundo (incluido Brasil) las que pretendieron que nuestro aporte al mercado global se concrete principalmente a través de la exportación de productos primarios. Lo manifestaron claramente: serían capaces hasta de rebajar sus aranceles y subsidios sobre las producciones agropecuarias si dejamos entrar alegremente y sin barreras los productos industrializados (muchos de origen primario) y de alta tecnología que, no nos engañemos, son los que producen la verdadera riqueza, el trabajo, la mejor distribución del ingreso y el desarrollo sustentable. Lo grave es que algunos actores locales, con mayor o menor conciencia, apoyan este modelo.
Esta lectura de la versión taquigráfica también me permitió analizar que muchos colegas senadores, a pesar de que votaron como el personaje en cuestión, propusieron argumentos que quien redacta estas líneas suscribiría en gran parte. Probablemente ellos sientan lo mismo leyendo muchas de las intervenciones que sustentaron el voto por la afirmativa. No es la primera vez que ocurre que la divisoria de fuerzas en la Argentina no pasa por donde debiera y que ello favorece definiciones antipopulares. Este punto, la no coincidencia en la acción de distintos sectores sociales y políticos que sí coincidimos en la necesidad de avanzar decididamente en la profundización de la distribución del ingreso en la Argentina, es quizás uno de los procesos más dramáticos que acompañó el conflicto agropecuario y las sesiones del Congreso en ambas cámaras. Sin lugar a dudas, esta contradicción contribuyó fuertemente a confundir la opinión pública. Seguramente está vinculado con algunas de las cuestiones más profundas de la tradición nacional, popular y progresista de la Argentina, pero exige un debate particular y profundas autocríticas respecto del desarrollo y el desenlace del conflicto en los últimos meses. Autocrítica que, por supuesto, incluye a los actores que apoyamos firmemente las retenciones propuestas por el gobierno nacional.
Como suele suceder, los sectores más reaccionarios, aun proviniendo de distintas fuerzas y perspectivas, sí supieron ver claramente la oportunidad y actuaron de conjunto.
Por eso, el senador que dio motivo a esta nota, a pesar de su cansancio y dolencia, andaba contento por los pasillos del Congreso en la madrugada del 24 de julio. Por eso también, muchos compañeros y yo mismo salíamos tristes y contrariados del recinto. El encuentro casual, el cruce de miradas, la sonrisa burlona, produjeron en mí un efecto distinto al esperado por quien dibujó la mueca en su cara. Pensé que si él estaba contento, tenía sentido reafirmar nuestra concepción a pesar de estar tristes en ese contexto y que, superado el momento, debíamos capitalizar la experiencia para trabajar mejor con el objetivo de que no vuelva a ocurrir un proceso con desenlace similar en el futuro. Quizá por esa razón, y a pesar de la hora, recuperé, al menos en parte, el ánimo y la esperanza. Menem lo hizo.
* Senador por Capital Federal.
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