EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
¿Es posible medir con relativa exactitud cuáles son los errores de un gobierno y cuáles, antes que errores, son decisiones relativas a su ideología o a interpretaciones del momento político que atraviesa? ¿Es posible detectar cuáles cosas son producto del interés de sus adversarios por desgastarlo? ¿Y cuáles otras son la combinación de todas o parte de las anteriores? En principio, la respuesta sería “no” porque cada una de esas preguntas está atravesada por las posiciones de cada quien. La precisión objetiva es improbable porque la política no es una ciencia dura. Pero sí puede ser viable intentar aproximaciones, de basamento empírico, que aporten datos, o recordatorios, para que cada quien se pregunte por la certeza u honestidad intelectual de sus respuestas.
Es cierto que las cifras oficiales de inflación, por ejemplo, son ya un error en sí mismas si es que, hasta hace unos meses, podía interpretarse que se trataba de una decisión política casi consensuada. El dibujo kirchnerista de la suba de precios les convenía a todos: al oficialismo por razones de imagen y de ajuste de sus bonos de la deuda; a los empresarios porque amortiguaban los reclamos salariales; a la burocracia sindical porque anclaba en un piso, más o menos consensuado, que le permitía acolchonar el reclamo de los trabajadores. Sirvió mientras la inflación real se situaba en torno de un 15 a 20 por ciento anual. Pero el mecanismo hizo agua, ayudado por la presión que metieron los cuatro meses del choque con “el campo”, y hoy ya es insostenible que hablen de un cero y pico por mes. Sin embargo, la ofensiva de quienes se declaran escandalizados por la mentira oficial, y por la intragable figura de Guillermo Moreno, no consiste en que se sincere todo el esquema que conduce al aumento de precios sino, y gracias, aquel del cual es o sería responsable el Estado por obra de su gasto. ¿O alguien escucha que los cantos de sirena de los políticos, economistas y opinadores liberales se posen sobre la cadena de producción y comercialización? ¿Sólo la administración de Estado es responsable de lo que aumenta todo? ¿Cuentan los costos pero no las ganancias? ¿Hay una sola mentira? Más bien se diría que el capricho oficial de persistir en ella es socio de quienes quieren hablar de precios pero no de sus dividendos. Entre uno y tres gigantes por rubro concentran prácticamente el total de la producción y venta de energía, petroquímica, fertilizantes, agroquímicos, herbicidas, insecticidas, telecomunicaciones, pan, galletitas, leche, yogures, cerveza, gaseosas, envases. Sólo tres supermercados acaparan el 83 por ciento de las ventas. Y los bienes más concentrados son los que se conocen como de “uso difundido”, por tratarse de insumos que se emplean para la fabricación de numerosos productos. Esos son los que más subieron desde que terminó la convertibilidad, con alzas de entre 300 y 400 por ciento. He ahí una primera mezcolanza entre el yerro oficial de continuar con la narrativa de Alicia en el País de las Maravillas; la decisión de apostar a acuerdos de precios con las grandes cadenas (los “monopolios amigos” que citó José Sbatella al irse de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia), en vez de estimular el rol de las pymes y diversificar la producción entre otros aspectos; y la insaciabilidad de los emporios concentrados y cartelizados.
Otro tanto ocurre con el choque entre el Gobierno y los ruralistas. Desde que el Senado tumbó las retenciones móviles, la única medida fue el cambio de titular en la Secretaría de Agricultura. Virtualmente nada más, ya pasado un mes. Cualquier medida que hubieran tomado era, y es, mejor que no disponer ninguna. La plancha gubernativa es asociable a incertidumbre o venganza, y los campestres vuelven a tensar la cuerda amenazando con cortes de ruta. Los grandes terratenientes están de fiesta al cabo del favor que les hizo el amigo Cobos. Ahora lloran porque bajó el precio internacional de la soja y secretean que les habrían convenido las retenciones móviles, pero eso no les debería dar ni de lejos para volver a chistar. En cambio, la Federación Agraria se perdió todas las modificaciones favorables que había introducido Diputados. El amigazo Buzzi también secreteó que el proyecto volteado les convenía, pero adujo que no podía dar marcha atrás con la lógica de confrontación. Se quedaron sin pan y sin torta y no pueden sincerarlo, so pena de reconocer que sus aliados en el espanto son quienes son y no quienes los “pequeños productores” querían que fuesen. Síntesis: el Gobierno está inmóvil, porque quiere o porque no sabe qué hacer; y los más revoltosos del movimiento campestre quieren volver a la pelea, sin otra intención que morder la parte que su decisión política de aliarse a los grandotes les impidió morder. Es probable que Miguens, Llambías y sus asociados presten coro. Como sea, de nuevo la mixtura. Por un lado, tenaces errores gubernamentales, que ya no tienen que ver con la determinación ideológica de mantener un relato por debajo del cual se mostraría una debilidad peligrosa sino con, en el mejor de los casos, un empecinamiento rayano en la estupidez. El problema de no ceder a las presiones contra Moreno no tiene por qué estar atado a la restitución de la credibilidad del Indec, que puede encararse por fuera de mantener al secretario en su puesto. Y, por otra parte, el factible retorno de la protesta gauchesca porque una vez que comprobaron su fortaleza nada les impide ir por más. Se suponía que la dichosa Resolución 125 era la madre de todas las batallas. La ganó “el campo”. Pero quedó demostrado que tampoco les alcanza.
Un último apunte corresponde a las cifras de la macroeconomía, que muestran al Gobierno asegurando que sobra paño para apechugar y sostenerse tranquilos, y a la oposición –globalmente entendida: dirigentes políticos, medios, economistas del establish-ment– con la certeza de que el modelo se derrumba. El oficialismo no admite que carga con la cruz de miles de millones de dólares de intereses que vencen entre este año y el que viene, y en el rincón contrario se guardan que en cualquier indicador que se tome rigen ganancias descomunales. La Bolsa, para no abundar, registró una suba de casi el 4 por ciento en el segundo trimestre. En medio del “país parado”. Más quisieran la fórmula en Wall Street.
Atados esos cabos, quedaría como conclusión que el kirchnerismo profundiza una suma de errores procedimentales y carencias políticas muy significativos. Y que en la vereda de enfrente, donde se guarecen muchos de quienes supieron conducir el país a sus recurrentes desastres, no sólo no hay nada que venga bien sino que lo bien que les va es prolijamente silenciado. Como para recordar que la realidad no es lineal. Una obviedad, desde ya, que parece no serlo según la forma en que se informa y opina.
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