Vie 22.08.2008

EL PAíS  › OPINION

La infancia no hace lobby y lo sufre

› Por Silvina Gvirtz *

No tienen voz. No reclaman. No se nuclean en agrupaciones. No hacen lobby. Aun cuando son uno de los sectores más necesitados de nuestra sociedad, los niños y niñas pobres no tienen capacidad de demanda. Sufren sus carencias cotidiana y silenciosamente.

Cuando la tragedia sucede y toma estado público (es generalmente el caso de la muerte de una niña por desnutrición), el estupor, la sorpresa y la indignación nos impulsan a asignar culpas y responsabilidades (que las hay) ¿Qué otra cosa podemos hacer, especialmente, quienes no gobernamos?

Si dejamos pasar los días, la preocupación pierde gradualmente su intensidad hasta diluirse. Al cabo de un espacio de tiempo, corto, mediano o largo, de nuevo volvemos a saber que, en nuestro país, otro niño muere, como sucedió la semana pasada, por una causa absolutamente evitable.

A todos nos duele esta noticia. Todos queremos que se ponga fin a este flagelo. ¿Qué podemos hacer?

El primer paso es dar visibilidad al problema, posicionar a la niñez como un sector social prioritario. Urge “hablar” del tema, llevarlo a cada entrevista con decisores políticos y a cada debate entre gobernantes y aspirantes a liderar el país. Se trata de reclamar desde todas las plataformas posibles estrategias de gobierno para la mejora de las condiciones de vida de la niñez. La prensa y la sociedad civil cumplimos, en esta instancia, una función crítica. Desde nuestros espacios, podemos ayudar a llevar el problema a un lugar prioritario en la agenda política. Es cierto que las demandas coyunturales y permanentes son tan vastas, que es fácil perder el foco sobre lo esencial. Pero no hay “mar de preocupaciones” que pueda ni deba empantanar la relevancia de este asunto.

El segundo paso es iniciar un debate sobre cuáles son las políticas públicas actuales en esta materia y cuáles sus alternativas posibles. ¿Es un ingreso universal para la niñez el mejor camino, como señaló un partido en las pasadas elecciones? ¿Convienen políticas más generales de lucha contra la pobreza? ¿Focalizadas? ¿Integrales? ¿Una combinación? Sin duda la elaboración de diseños estratégicos puede dar lugar a divergencias. Eso es saludable, pero hace aun más necesario iniciar sin demora el debate sobre soluciones, estrategias de monitoreo y evaluación de resultados de éstas y otras posibles intervenciones. Contamos con instituciones reconocidas, que estudian y velan por la infancia. Sería de esperar que alguna de ellas se constituyera en anfitriona de una mesa para un debate general y técnico? Seguro acudirían los responsables del Estado en esta materia, pero también ciudadanos y organizaciones sensibles a la causa de interés común.

El funcionario público que lea esta columna dirá: “Nosotros hacemos”, y seguramente es cierto. No obstante, la realidad indica que el problema resiste a estas intervenciones. El diseño y la ejecución de políticas requieren de solvencia técnica y controles que procuren los resultados deseables: mejoras concretas en las condiciones de vida de nuestros niños. El hacer, si no, pierde todo su sentido.

Para avanzar en algunas discusiones, señalemos algunos aspectos que ameritan revisión:

1. Hoy las políticas son generalmente sectoriales. No se trabaja en función de los “sujetos” (los niños), sino en función del ámbito o rubro de intervención. Salud, educación y desarrollo social suelen trabajar desarticuladamente y, para agravar el cuadro, frente al fracaso, no es infrecuente asistir a la asignación de culpas y responsabilidades mutuas.

2. No pocos ministerios desarrollan su acción siguiendo el modelo de “programas”. Cuando se pierde de vista la estrategia general del sector, los programas tienden a multiplicarse y desarticularse. A veces, es al revés. Surgen programas yuxtapuestos donde nunca hubo una estrategia general. Frecuentemente no se autoevalúan ni dan cuenta de sus logros.

Pero existe un último problema que no es menor: los programas que hoy conforman el conglomerado de intervenciones orientadas a resolver las realidades más acuciantes aspiran casi exclusivamente a conseguir efectos compensatorios. En otras palabras, establecen mecanismos para revertir los daños que ya acontecieron. Cuando se diseña un plan, por ejemplo, para trabajar con los niños mal alimentados, los derechos que establece nuestra Carta Magna se han incumplido. Es necesario dedicar mayores esfuerzos a prevenir y evitar estos acontecimientos.

En síntesis, precisamos fortalecer nuestro compromiso solidario como sociedad. Por un lado, esto se juega en la disposición de los actores ya organizados para incorporar en sus esfuerzos a aquellos sin la capacidad de imponer, demandar o presionar. Por el otro, precisamos de un Estado que cuente con suficiente poder para garantizar acuerdos y con la solvencia técnica necesaria para implementar políticas inteligentes.

Es urgente sacar a la infancia de su invisibilidad. Nunca más un país que incumpla los derechos establecidos en la Constitución Nacional y en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. ¿Es posible?

* Pedagoga.

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