EL PAíS › EL PRONTUARIO DE LUCIANO MENENDEZ
› Por Adriana Meyer
Alias “Cachorro”, alias “Chacal”, alias “Hiena”. El más bravo de los sicarios del Estado en dictadura, el que se animó a cuestionar a los jefes de la Junta Militar por blandos, uno de los represores con más imputaciones en procesos judiciales. El genocida Luciano Benjamín Menéndez, poderoso ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército entre 1975 y 1979, fue autoridad máxima en Córdoba durante los años del terror y estuvo a cargo de la represión en Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán.
Bajo su mando funcionó el destacamento de Inteligencia 141 General Iribarren, del que dependía el centro clandestino de detención La Perla, conocido como “la ESMA cordobesa”, por donde pasaron 2500 hombres y mujeres. Menéndez solía visitar ese campo de exterminio y algunos recuerdan haberlo visto mientras presenciaba fusilamientos al borde de las fosas. Según testimonios de los pocos sobrevivientes, también aparecía durante los interrogatorios y las torturas.
Le adjudican ser ideólogo del “pacto de sangre”: hacía participar de los secuestros y fusilamientos a todos los oficiales para que en el futuro “no se dieran vuelta”. Hombre de armas llevar, en agosto de 1984 sacó un cuchillo cuando militantes de la Juventud Comunista lo repudiaron al grito de “asesino” en la puerta de un canal de televisión, cuando salía del programa de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona. En 2003 hubo un incidente similar en Córdoba, cuando amenazó con una sevillana a un grupo de estudiantes que lo reconoció en una playa de estacionamiento.
El “Cachorro” participaba de algunos operativos en los que se reservaba el “botín”. En la Justicia cordobesa hay un pedido de reapertura de la causa Mackentor, una empresa constructora que fue ocupada y saqueada por los militares en abril de 1977 por orden de Menéndez. Veinte empleados y los accionistas jerárquicos fueron secuestrados y llevados al centro clandestino La Ribera, mientras que el presidente Natalio Kejner y el síndico Gustavo Roca lograron salir del país.
Desde hace un mes, Menéndez duerme en la cárcel cordobesa de Bower, tras haber sido condenado por el secuestro, tortura y asesinato de Hilda Palacios, Humberto Brandalisis, Carlos Laja y Raúl Cardozo, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Fue su primera sentencia de una larga lista de procesos por los que debería ser juzgado en varias provincias. Hasta ese momento había gozado del beneficio del arresto domiciliario en su casa de Bajo Palermo, en la capital cordobesa, con su rutina de caminatas y su apacible existencia de general de división retirado. Si bien tuvo menos exposición pública que un Videla o un Massera, ejerció la misma influencia en las decisiones políticas y represivas. Mantuvo algo de ese poder durante los años ’80 y ’90, cuando el Ejército lo seguía invitando a sus actos oficiales.
Fuera del amparo de la Ley de Obediencia Debida, en 1988 fue procesado por 48 homicidios, 76 tormentos y 4 sustracciones de menores. Pero en 1990, cuando estaba a punto de ser juzgado, el entonces presidente Carlos Menem lo incluyó en el indulto, a pesar de que nunca había sido condenado. Esa medida lo salvó, además, de otras 700 causas en las que se lo acusaba de homicidios calificados, tormentos seguidos de muerte, torturas, privaciones ilegales de la libertad y sustracción de menores (masacre de Palomitas, centro Arsenales, asesinato de Paco Urondo, torturas a Raúl Ernesto Morales, entre otros casos). En abril de 2000 pasó cinco días preso tras negarse a declarar en el proceso en el que se investigaban los 30 asesinatos de presos políticos en la Penitenciaría. Fue la primera vez que se encontró frente a dos hijos de sus víctimas.
Junto a Ramón Díaz Bessone, Santiago Riveros y Carlos Guillermo Suárez Mason integró el grupo de Los Duros y llegó a soñar con la política desde la organización Nueva Opción Republicana. Fue ferviente partidario de que Argentina entrara en guerra contra Chile en el conflicto del Beagle. “Si nos dejan atacar a los chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, el brindis de fin de año lo hacemos en el Palacio de La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico”, dijo entonces.
Menéndez nació hace 81 años en San Martín, entró al Colegio Militar en 1943 y ascendió a coronel en 1966. De familia militar, su abuelo también había querido iniciar la guerra contra Chile, su padre se sublevó en 1951 contra Juan Perón y su sobrino, Mario Benjamín Menéndez, se rindió en Malvinas.
Mientras otros genocidas callan, Menéndez usa el banquillo de los acusados como si continuara arengando a la tropa. En sus ardientes defensas del terrorismo de Estado (que le “ganó la batalla a la subversión marxista”), hay una aceptación implícita de los delitos que se le imputan. Como en sus “Instrucciones para actuar contra la subversión”, en las que instaba a los ciudadanos a la delación de sospechosos y de “cualquiera que esté alejado de sus padres, no crea en Dios y excite contra todo tipo de autoridad”.
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