EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Los que se animan a ejercer la política como instrumento y posibilidad para redimir el mundo de uno y de todos tienen que estar dispuestos a soportar las aristas ásperas, hasta crueles en algunas circunstancias, de la actividad. A comer sapos cuando sea necesario, dicen los practicantes veteranos. Esta semana la convención nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos ofreció algunos ejemplos de ese juego, en el marco casi olímpico del show de proclamación oficial de la candidatura presidencial surgida de dieciocho meses de internas. El matrimonio Clinton, que hace dos años creía tener la victoria asegurada, tuvo que salir al ruedo con todo entusiasmo a convencer a sus propios votantes, dieciocho millones en la interna, para que formen fila detrás del vencedor. Barack Obama, cuya vertiginosa carrera hacia la Casa Blanca tiene apariencia aluvional, debió soportar por su lado que dos de las cuatro noches de la convención estuvieran ocupadas por Hillary y Bill, dispuestos a apoyarlo pero, a la vez, de hacerle notar que si gana en alguna medida se lo deberá a ellos. En otro país, diminuto en comparación, antiguos comandantes del Frente Sandinista se persiguen con la misma saña que, por lo general, se dedica a los enemigos. El poeta Ernesto Cardenal acaba de ser condenado por un tribunal debido a una carta crítica de su puño y letra contra Daniel Ortega, actual presidente de Nicaragua, sin otra razón que la subordinación de los jueces al Poder Ejecutivo, según la denuncia del escritor Sergio Ramírez, que formó, con los otros dos mencionados, parte del primer gobierno revolucionario del sandinismo. Estas situaciones, producto del antagonismo de ideas o de ambiciones, suelen desanimar a la militancia política y aún a desacreditarla, muchas veces en favor de los partidarios de la antipolítica, convertida en “sentido común”, aunque casi siempre detrás de sus argumentos se encuentra a elites de la derecha. A pesar de éstas y muchas otras referencias más o menos groseras, la política seguirá siendo el único territorio habitable para todos los que quieran, para bien o para mal, “hacer la diferencia”, ejercer influencia sobre los asuntos públicos, superar la insatisfacción con la realidad que los circunda. Eso sí, hay que estar en disponibilidad para la dieta de batracios.
En la política criolla, muy a menudo se tiene la sensación de que son más los que quieren hacer la diferencia en provecho propio antes que prestar servicio público. Para no andar por las ramas, es difícil imaginarse al matrimonio Duhalde comportándose con el de los Kirchner igual que los Clinton con Obama. No se trata de virtudes personales, sino de concepción de la política y de sus fines. Cuando Obama habla de restablecer “la promesa norteamericana” que facilite el bienestar general, en primer lugar para los trabajadores y las clases medias, y le pide a los votantes que asuman la responsabilidad de esa redención desde abajo hacia arriba, está ubicando a la política en el lugar que le corresponde, el centro de la sociedad democrática. ¿Quiere decir que modificará la naturaleza del poder imperial? Es probable que en lo esencial, sobre todo hacia el mundo exterior, los intereses norteamericanos sean los mismos, pero en su interior está proponiendo reemplazar la estrategia del miedo utilizada por Bush a partir del ataque terrorista en Manhattan por la voluntad de cambio, a las guerras preventivas por la diplomacia y al unilateralismo por las alianzas múltiples. Aquí, pese a que se va a cumplir un cuarto de siglo de continuidad democrática, la política y la sociedad siguen separadas, caminando por carriles distintos, a veces paralelos, a veces transversales. El último conflicto con “el campo”, sobre todo a partir de la decisión presidencial de reactivar al Congreso Nacional como el ámbito natural del acuerdo o la confrontación de intereses, permitió una cierta reactivación del interés social en la puja política.
Por desgracia, los siete años pasados desde la crisis del primer año del siglo XXI no fueron suficientes para recomponer el cuadro partidario y el peronismo sigue ocupando la doble función: es oficialista y opositor al mismo tiempo. La implosión del radicalismo y la dispersión socialista han colocado fragmentos de ambos en casi todos los frentes posibles, mientras que las fuerzas nuevas, el Frente Amplio y luego el ARI o el PRO, son manchones, borradores imprecisos de opciones políticas que siguen desmembrándose en porciones sucesivas a la búsqueda de definir una identidad precisa. La izquierda neta es tan antigua en sus ideas que sus reclutamientos juveniles, siempre renovados como un río que pasa sin ningún dique de contención, sirven como mano de obra temporal para la agitación callejera, carentes de peso real en la definición de políticas públicas, dejando testimonio en el mejor de los casos. Tanto es así que en la puja agropecuaria, las izquierdas fueron centrifugadas por la Sociedad Rural o el Gobierno, sin ninguna propuesta propia, aunque fuera utópica, que definiera un horizonte. Estos no son tiempos, sin embargo, para darse el lujo de seguir ensayando proposiciones cargadas de teorías retóricas, pero sin ninguna consecuencia práctica. Tampoco los partidos pueden seguir reemplazados por otro tipo de organizaciones, sea la Mesa de Enlace agropecuaria o la CGT y la CTA, por las iglesias o las ONG. Todas son útiles y necesarias, pero cada una en su función.
Vendrán años más difíciles que la actualidad y en el mundo entero hay indicios de huracanes. Cuando Obama enumera las reivindicaciones y las tareas pendientes hacia el futuro, está indicando la enorme magnitud de problemas que deberá afrontar Estados Unidos y con ellos todas sus áreas de influencia. El espanto europeo ante la inmigración no es otra cosa que la confesión de sus propias limitaciones para atender las necesidades de la población autóctona, sin contar con los desafíos que el planeta tiene por delante debido a los temas de energía, alimentos, calentamiento global, fundamentalismos y ausencias de relatos ideológicos que amparen las incertidumbres humanas y que sean guías de los poderes establecidos. En etapas de grave desazón, las teorías más conservadoras hacen su agosto. En términos globales, el mundo no está desplazándose del centro hacia la izquierda, sino hacia el otro extremo. En América latina no se hizo conciencia de la situación privilegiada, en términos políticos, que vivió en la última década o tal vez menos, ni de lo que significa, a pesar de las luces y las sombras, la libertad y las ansias de progreso que, en unos mejor que en otros, alientan las voluntades gubernamentales. Estos regímenes serán empujados con fuerza hacia la derecha y los obstáculos que hoy se alzan en sus caminos no son otra cosa que la pretensión de obligarlos a desviar el curso.
Los intereses que se oponen a los cambios reformistas son pocos en número, pero cuentan con recursos casi ilimitados. ¿Cuántos son los núcleos financieros que están en la punta de la pirámide agropecuaria? Sin dar la cara, usando a su favor el ímpetu de quienes serán sus víctimas, los pequeños y medianos productores consiguieron crear una situación que en 120 días hizo más daño al Gobierno que toda la oposición política junta en cinco años. Son como los bancos que lavan los capitales del narcotráfico: en público hacen donaciones a las campañas contra el consumo mientras en la intimidad de sus gabinetes consuman las operaciones con el dinero sucio que les deja suculentas rentabilidades. Si las drogas fueran legalizadas, tendrían que develar los movimientos y pagar intereses como cualquier hijo de vecino. ¿Hace falta preguntarse quiénes son los principales aliados del submundo de las drogas ilegales? A medida que la política se hace más cara –la competencia presidencial en Estados Unidos costará alrededor de mil millones de dólares–, las tendencias básicas de la sociedad quedan afuera de la competencia y los congresos se convierten en un club de millonarios, con excepciones que confirman la regla. ¿Cuántos productores sojeros votaron en el Senado junto con el Cleto Cobos, el más que amigo de la Sociedad Rural?
La condición político-ideológica de los gobiernos es trascendente, la voluntad, el coraje y la decisión de los gobernantes es imprescindible a la hora de enfrentar a los poderosos del statu quo y los beneficiarios de las políticas públicas definen la orientación verdadera más que los discursos bonitos, pero aún con todas esas cualidades, ningún poder institucional es suficiente para dar las batallas necesarias por las transformaciones a favor de las mayorías. La sociedad debe estar convencida y dispuesta a brindar el soporte que sea capaz de aguantar y de empujar al Ejecutivo y al Legislativo para que no afloje en lo que prometió, con seguridad, mientras cazaba votos. Para no abundar en ejemplos, que valga el de la situación de los docentes en huelga: no es irracional lo que piden, pese a que el Gobierno pueda recordar todo lo que ya dio, y así como pueden invertirse muchos millones en subsidios a empresas, son los hombres y mujeres del trabajo los primeros que merecen salarios dignos, porque se los ganan con el esfuerzo diario. No hay razón presupuestaria que justifique la persistencia de subsidios a las empresas y argumente insuficiencia ante los reclamos salariales. Por otra parte, es una inversión de futuro para la gobernabilidad: en el porvenir difícil, ningún gobernante, por muchas alianzas o acuerdos con los aparatos partidarios que pueda negociar, podrá realizar su tarea con una sociedad disconforme.
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