EL PAíS › OPINION
› Por Marcelo Justo
“Es una gran vergüenza”, dice Wall Street. Este título hacía presagiar una tardía pero bienvenida mea culpa de la élite financiera estadounidense por el peor colapso económico desde el crac del ’29. Nada de eso. Con el habitual desparpajo de los impunes, los especialistas de distintas firmas de Wall Street criticaban con dureza la decisión del gobierno de Cristina Kirchner de estatizar las jubilaciones privadas. La crítica era previsible. Lo que sorprende es que los hayan consultado. Llamar a jueces y fiscales del proyecto estatizador los responsables de la actual crisis global, que ha agujereado unas cuantas jubilaciones en el mundo desarrollado, es más o menos como preguntarle a la Camorra napolitana qué piensa de las leyes contra la mafia o consultarlos sobre una determinada política de seguridad ciudadana. En ningún momento se cuestiona la autoridad moral de Wall Street para opinar sobre el futuro de los demás, ellos que arruinaron el de medio planeta. Así que pueden despacharse alegremente diciendo que el proyecto es “una triste y terrible idea”, un regreso a las “épocas oscuras” y un temerario paso hacia el “abismo”. Todo parece permitido.
Lamentablemente habrá que apechugar, porque estos gurúes tienen la resistencia y durabilidad de un “eterno retorno” nietzscheano. En Argentina se ve a diario con los adalides de los ’90 que siguen tan solicitados como siempre para recetar la cura de los males económicos, cuando alguien con un poco más de “vergüenza” hubiera hecho un discreto mutis por el foro hace tiempo. En esto el Norte no se diferencia mucho del Sur. En febrero de 2003, el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, presentó ante Naciones Unidos y un mundo en vilo, un mamarracho de “pruebas irrefutables” sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Ahí figuraba la tesis publicada por un universitario a principios de los ’90 sobre el aparato militar de Saddam Hu-ssein que el secretario de prensa del primer ministro británico Tony Blair, gran aliado estadounidense del momento, había bajado de Internet y reciclado como actualizado informe de los servicios de inteligencia. Con un papelón así, ¿no deberían haber salido estos personajes con su reputación hecha jirones? Aparentemente no. Los mismos protagonistas del escándalo siguen citados como grandes autoridades (baste como ejemplo la reciente difusión que tuvo el respaldo de Powell a Barack Obama) y Estados Unidos continúa pontificando sobre relaciones diplomáticas, democracia y paz mundial. ¿Tendrá algo que ver con todo esto el hecho de que menos de una docena de grandes conglomerados mediáticos estadounidense controla el flujo de la mayoría de la información que circula a nivel mundial?
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