EL PAíS › OPINION
El cambio de pantalla y el nuevo rol de la Anses. Debate sobre el Banco de Desarrollo, susurros en Palacio. La vieja cartera de las AFJP y la necesidad de no enamorarse. El Acuerdo del Bicentenario bis, en un nuevo contexto.
› Por Mario Wainfeld
El peronismo cometió la canallesca reforma previsional del ’93 y lideró la reparadora ley aprobada este jueves. La UCR se opuso, con dignidad, a la primera; nada hizo luego cuando fue gobierno y fue pura incongruencia al seguir en la contra respecto de la segunda.
Unos hacen, para mal o para bien otros cuestionan sin capacidad de obrar, en espejo permanente. ¿Será ésa una primera aproximación a la fisiología del sistema político? La pregunta es inquietante, está a tono con el clima verbal de esta semana, de este año, de lo que va del siglo.
El archipiélago opositor no honra su relato republicano cuando el Parlamento se pronuncia contra sus criterios. Entonces, ahora, no se habla de errores o de diferencias de criterios o conceptos. La discrepancia se equipara al delito, así sea validada por las instituciones funcionando con decoro. “Robo”, se encoleriza un editorial del diario La Nación; otros prefieren “confiscación”, no falta quien se valga del “saqueo”, que suena más congruente cuando Pino Solanas lo usa, refiriéndose a otras situaciones.
La calidad institucional, se supone, se edifica acatando los veredictos mayoritarios, también (sobre todo) cuando son adversos. Se supone, pero en las pampas hay mucho revisionismo constitucional.
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El Banco textual y el metafórico: El oficialismo ejerce la iniciativa, rectificó con tino su táctica parlamentaria, dejó participar a la oposición constructiva, refrenó su proverbial vocinglería. Dictó una medida correctiva en el plano social que mejora el fondeo del Estado, toda una carambola en el juego que más le gusta. La Presidenta detuvo su cuesta abajo y la remonta a paso lento. Un nuevo escenario se abre, será crucial qué se hace con la nueva Anses.
Todo el elenco oficialista lo sabe, una recorrida del cronista por despachos variados recoge esa unanimidad. La referencia al Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes) brasileño es otro factor común. La nostalgia del extinto Banco Nacional de Desarrollo es transversal a dirigentes y economistas nacionales y populares argentinos, puede haber sonado la hora de la revancha. Y ahí comienzan las primeras diferencias de un Gabinete que conserva las características y las rémoras del kirchnerismo: escasa comunicación horizontal, carestía de reuniones de intercambio, desconocimiento del futuro inmediato aun entre las primeras líneas. Así las cosas, algunos veteranos integrantes del staff de gobierno creen que la referencia al Bndes es indicativa pero no textual. “Tenemos al Banco Nación trabajando al límite y sin bastarse para satisfacer la demanda y al BICE, muy chiquito. No tiene sentido inventar una tercera estructura, que insumirá tiempo y gastos”, le explican al cronista desde el rango más elevado de Economía.
Sin extenderse en detalles, Sergio Chodos habló de modo textual de un Banco de Desarrollo. Es un secreto a voces que Chodos, junto a Amado Boudou, atraviesan su cuarto de hora en Olivos, para desazón de otros habitués de Palacio. Al titular de Anses se lo mide en encuestas de imagen e intención de voto, el máximo galardón parea un funcionario novel. Y se lo lleva a cónclaves progresistas donde el hombre debuta viniendo desde otros lares ideológicos.
Algunas coincidencias existen y van en línea con el discurso y la praxis kirchnerista. La obra pública debe ser uno de los pilares de la política proactiva. El mundo cambió tanto que la orientación keynesiana ni puede llamarse “heterodoxa”. Debe haber sustento firme para las acciones del Ministerio de Infraestructura, domiciliado en el mismo edificio que el de Economía, unos pisos más arriba. Una metáfora edilicia involuntaria.
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No te enamores: Como se reseñó semanas atrás, las corporaciones empresarias ponen el grito en el cielo contra la reestatización del sistema jubilatorio, mientras varios de sus integrantes pasillean en pos de ventajas sectoriales en el nuevo esquema. La defensa del espacio propio se recubre con la retórica convencional: debe preservarse la estabilidad, no puede haber cambios abruptos. Traducidas de modo veloz, las demandas se parecen bastante a que la Anses mantenga el portfolio de inversiones de las AFJP. ¿Que eso daba un rinde ruinoso? No se ponga detallista, lector. Desde luego, no todo son rebusques sectoriales, es real que la necesidad de crédito es extendida, que el consumo propende a retraerse y que no se puede ser descuidado con el capital disponible que, aun bien gerenciado, sería escaso. La privación de crédito internacional, la asfixia expandida, determinan un horizonte trabajoso.
Así y todo, le explican al cronista, “no tenemos que enamorarnos de los fideicomisos al consumo ni de los bancos”. El romanticismo de PáginaI12 no se inflama con eso, pero entiende: la frase se refiere a los destinos actuales de fondos de las AFJP. Hay pressing para que no se toquen los fideicomisos al consumo de los electrodomésticos y las inversiones en determinados bancos privados. Son lineamientos interesantes, no deberían ser inalterables, le explican a este diario. Ese manejo debe inscribirse en una estrategia vasta. Además, si no innovara, el oficialismo incurriría en una grave incongruencia, borrando con el codo la retórica del Ejecutivo y de los legisladores al defender la nueva ley.
Con resuello fiscal, cobran vida y urgencia los objetivos de incentivar el consumo y darle oxígeno a la producción. Lo que brota es algo inexistente a hoy, la necesidad de planificar la asignación del crédito. La crisis inspira temor y retracción, el Gobierno debe demostrar que tiene un rumbo, aparte de asir el timón. Designar las líneas maestras de un programa económico de emergencia sería un paso más en la restauración de la dañada autoridad presidencial. La política del paso a paso no compatibiliza con la incertidumbre, seguramente la sociedad (y los actores económicos chicos, medianos y grandes) necesita calma y previsiones.
En su labor legislativa, el Gobierno probó haber escarmentado algunas lecciones del conflicto con “el campo”. Otras quedan latentes, entre ellas la de entender que el imaginario colectivo está en disputa reñida y que la sorpresa y los impromptus no agregan al campo propio.
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Turbulencias: La expropiación de Aerolíneas Argentinas era una fija, desde el momento en que se concretó la reestatización. Se comenzó a implementar en esta semana y, con el concurso entusiasta de la UCR, saldrá como por tubo. El contencioso con el grupo Marsans se judicializará, por manda constitucional, ante los tribunales argentinos. La voluntad del expropiado añadirá seguramente el Ciadi. Era un final cantado, pero no le cae bien al Gobierno en la coyuntura. Fortalece el discurso de “los mercados”, que lo homologan con el socialismo, el populismo o alguna categoría valorada peor por el canon dominante.
El punto es que ese discurso gana audibilidad en otros jugadores y que el caso Aerolíneas no es tan consistente como el de la reforma jubilatoria. La política previsional previa del kirchnerismo fue congruente, prudente en el manejo de los fondos, mejoró la recaudación, atesoró reservas, produjo aumentos en las jubilaciones y progresos en el régimen legal. En la línea aérea la gestión fue opaca, las negociaciones poco felices. La concordancia temporal facilita identificaciones y azuzan el pánico empresario, bien provisto por discursos mediáticos instigadores.
Los rumores desperdigados en cadenas de correos electrónicos que apestan a servicios de inteligencia no se contrarrestarán con la pura denuncia ni es lúcido negar que algo impactan. Con la caja asentada, con dominio de la escena política, el tablero clama por definiciones del Gobierno respecto de su posición financiera para 2009. Un cronograma básico, un plan financiero (una tarea a la medida de las capacidades del ministro Carlos Fernández) le valdrían al oficialismo para probar que no está disparando tiros al azar, sino que continúa (en un entorno menos propicio) con sus premisas de estar “líquido” y en aptitud de sostener el desendeudamiento externo.
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Decíamos ayer: El Acuerdo del Bicentenario que prometió la Presidenta en campaña y en su discurso de asunción quedó en la papelera de reciclaje. Confluyeron factores varios, la batalla por las retenciones móviles fue el más potente. También incidieron las precauciones que tomó Cristina Fernández de Kirchner cuando intuyó que el Acuerdo podía convertirse en una suerte de Gran Paritaria donde confluyeran demandas cruzadas de actores poco cooperativos.
El diseño que ella imaginaba (que se esbozó en encuentros con la cúpula de la Iglesia, la de la CGT y la de la CTA) era diferente, de mayor centralidad presidencial y menos puja sectorial. Una especie de liturgia de revalidación “del modelo”, revestida de un puñado de iniciativas concordantes. En realidad, era ya una lectura estática que subestimaba los cambios de los últimos cinco años.
La crisis económico-financiera mundial, a los ojos del cronista, habilita una restauración aggiornada de la idea original. A principios de año, casi todos los sectores se sentían fuertes e iban por más. Ahora, acá y en el resto del planeta, las miradas se dirigen al Estado y a los gobiernos. La salida, si es que existe, será mediante intensa intervención, de activismo público, de inversiones, de incentivos a la demanda y al trabajo locales. Una receta conocida para un paciente que está más grave.
La necesidad de un liderazgo de crisis se propaga con inusual espíritu democrático y pluriclasista. En una etapa nueva de su mandato, tras concretar una medida funcional y necesaria, el tablero sugiere que lo mejor es definir un norte, explicitarlo, constituirse en un término de referencia. El kirchnerismo adora ese lugar pero ejercido por la pura fuerza de los hechos sorpresivos, por la tracción a los antagonistas o a los dubitativos. Quizás haya llegado al punto de revisar algunas de sus premisas o de sus reglas de estilo para preservar lo esencial y ganar el terreno que dilapidó en menos de un año.
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