EL PAíS › OPINIóN
› Por Humberto Tumini *
El protagonismo de diversos sectores opositores, algunos desde siempre y otros nuevos, pero casi todos de una u otra manera ubicados a la derecha del gobierno nacional (el macrismo, el PJ disidente orientado por Duhalde y Rodríguez Saá, la dirigencia justicialista que se va desmarcado del oficialismo como Reutemann, Busti, Schiaretti, Solá y Das Neves entre otros, la UCR, la Coalición Cívica de Carrió, el recién nacido cobismo, y así sucesivamente) crean la sensación de que la mayoría de la población se ha vuelto a correr –como no hace muchos años atrás– a ese andarivel político-ideológico.
Sin embargo, una lectura más fina y profunda de la sociedad no indica exactamente esto. Mas allá de que en muchos sectores pueda predominar una importante confusión; incentivada ésta, ciertamente, por los principales medios masivos de comunicación que, como es sabido, han pasado a tener un sustancial protagonismo en la vida nacional. No exactamente para bien.
Veamos un poco esto que sostenemos más arriba. Casi con la excepción de lo referido a la inseguridad ciudadana, tema en que la mayoría de nuestros compatriotas tienden a compartir el requerimiento de “mano dura” propio de la derecha. Empujados a ello no sólo por el bombardeo mediático, sino también por las acciones concretas en que aquel pedido se sustenta; seguramente ejecutadas –al menos las más impactantes– por grupos de delincuentes bajo la conducción de las largas manos negras que anidan en los organismos de seguridad de todo el país, penetrados por la corrupción y la ideología de la dictadura que allí desgraciadamente conserva buena salud. Y también, en alguna medida, en el rechazo actual de los sectores medios a los planes sociales y a la ayuda estatal a los más pobres; a los que se identifica con clientelismo. En el resto de los grandes temas nacionales nuestro pueblo, en comparación con los treinta años de predominio del neoliberalismo, ha girado en su pensamiento y postura esencialmente a la izquierda y no a la derecha.
En su momento la mayoría de la sociedad argentina estuvo de acuerdo en que nuestra relación internacional principal y dominante debía ser con los EE.UU., y no con las naciones hermanas de Latinoamérica. Hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que sucede todo lo contrario. También se opinaba que había que pagar sí o sí la deuda externa, aunque fuera fraudulenta, porque si no graves consecuencias tendría para el país. En la actualidad, y a la luz de la experiencia concreta, seguramente este posicionamiento es fuerte minoría. Como lo es aquel que sostenía que había que “achicar el Estado para agrandar la nación”, el que con su predominio facilitó que se regalaran, entre otras cosas, YPF y Aerolíneas Argentinas, se destruyeran los trenes y se realizaran tantas iniquidades más. No es difícil de ver que hoy hay una reivindicación consistente del papel del Estado; alcanza con observar la escasa defensa que tuvieron las AFJP luego de que el gobierno nacional decidiera poner fin al sistema de capitalización.
Lo mismo sucede en otros terrenos destacados. En el de los derechos humanos una parte, si no mayoritaria por lo menos grande de nuestra sociedad, pasó de aceptar en importante medida que se cerrara con impunidad y sin verdad el genocidio de los años setenta –vía leyes de obediencia debida, punto final e indulto– a apoyar decididamente que se juzgue a los criminales y se hurgue sin concesiones en la búsqueda de la verdad histórica. Para no hablar de la profunda desconfianza que acompaña hoy a grandes empresarios y banqueros; paralela al rechazo que genera la idea instalada en los noventa de que del enriquecimiento de éstos devendría (cuando la copa se llenase y derramara) luego el bienestar del resto del pueblo.
En este predominio actual de ideas infinitamente más correctas y progresistas mucho han tenido que ver, obviamente, los gobiernos de Néstor Kirchner primero y de Cristina después. La constante prédica cuestionadora del neoliberalismo que se llevó adelante, junto a muchas acciones que la acompañaron, terminó por reintroducir en la sociedad conceptos y valores que habían sido arrollados desde 1976 y particularmente en la década menemista. No obstante y lamentablemente, gran parte de la misma sociedad que, con sus más y sus menos, las ha adquirido, no tiene ahora al gobierno nacional y al kirchnerismo en general, como el natural representante de ellas.
Esto, que uno puede decir con razón que es hasta casi un acto de injusticia, tiene en realidad razones que han conducido a ello. En primer lugar un marcado rasgo de inconsecuencia, intelectual y práctico, en el rumbo que se ha seguido durante cinco años. Para graficarlo daremos un ejemplo –de muchos otros– que lo revela nítidamente: la reciente nacionalización de Aerolíneas Argentinas. En lugar de presentar a la misma sin medias tintas como el justo regreso del Estado al manejo de nuestra línea de bandera, que nunca debió haber abandonado, en la misma ley se incorporó un artículo (más tarde dejado de lado por planteos de muchos de nosotros) donde se expresaba que, luego de saneada, la empresa volvería al ámbito privado.
La segunda razón –y la más importante sin lugar a dudas– fue no haber construido una nueva fuerza política, con importante representación en ella de las organizaciones y dirigentes surgidos de la resistencia al neoliberalismo, que expresara el proyecto nacional en curso. Y, por el contrario, desaprovechando el mejor momento para ello allá cuando derrotamos al duhaldismo en el 2005, haberse recostado cada vez más en la dirigencia tradicional del justicialismo para que fuera la representación de dicho proyecto. Esta falta manifiesta de decisión para renovar la desprestigiada política tradicional (incorporando, a veces hasta con descaro, sus métodos, como cuando Alberto Fernández lo compró a Borocotó y lo presentó como una gran hazaña) y el reciclado de su dirigencia, generó en el tiempo desconfianza en las verdaderas intenciones del kirchnerismo de transformar realmente el país.
Finalmente, y como elemento que ha aportado a la falta de entusiasmo y hasta indiferencia respecto del Gobierno –el que por muchas razones no debía despertar eso en quienes sin dudas beneficiaba y expresaba– tenemos la limitada voluntad de redistribuir mejor la riqueza en el país. Se creó riqueza (crecimos por cinco años al 9 por ciento anual) y trabajo, prácticamente toda la sociedad tuvo rédito con ello. Pero la enorme fractura social que creó el modelo liberal casi no se cerró; y seguimos siendo una nación con escandalosa riqueza en selectas minorías por un lado y vergonzosa pobreza en millones de compatriotas por el otro.
Producto de todo esto que expresamos y describimos, una muy significativa cantidad de argentinos y argentinas, que adhieren a ideas progresistas, al pensamiento nacional, que anhelan un país desarrollado, más justo y soberano, no se sienten representados políticamente por el kirchnerismo; e incluso muchos de ellos llegan a ser –algunos más y otros menos– críticos del gobierno nacional. Allí entonces hay un vacío político que los sectores populares tenemos la obligación de llenar. Si no corremos el riesgo de que, hábil confusión mediante, hagan pie en ellos los que cuestionan al proyecto en curso –clara o encubiertamente– por derecha.
Si queremos que el proyecto nacional que con tanto esfuerzo se ha puesto en pie en estos años, en las cosas concretas y en la ideas, no pierda fuerza al debilitarse la representación del Gobierno ante la sociedad, debemos ser nosotros, las fuerzas populares y progresistas, las que con audacia y empuje ocupemos ese vacío de representación que se va formando a ojos vista. Lamentablemente no se puede lograr esto desde la identidad kirchnerista que nos agrupó a la mayoría en el pasado reciente. Lo impide su cada vez mayor mimetización con el Partido Justicialista. Debemos entonces hacerlo desde la autonomía y la independencia política. Apoyando todo lo bueno que hace la administración de Cristina y criticando constructivamente lo que nos parece equivocado; pero ofreciéndoles a nuestros compatriotas una opción política distinta. Amplia, pero renovadora de la política, consecuente y sin claroscuros con los presupuestos básicos del proyecto nacional. No hay tiempo que perder, lo que no empecemos a hacer ahora no será fácil de hacer después.
* Movimiento Libres del Sur.
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