EL PAíS › OPINION
› Por Ernesto Villanueva *
Lo conocí en 1973 cuando éramos jóvenes y las ilusiones nos elevaban más allá de lo que creíamos ser. Nos reunía una misma pasión: una transformación revolucionaria no sólo de la sociedad como un todo sino también de “nuestra institución”, la universidad. Y con detalles: una forma de entender la sociología para mí, un modo de entender la actividad del farmacéutico y bioquímico para él. En un caso, la relación cercana entre praxis y teoría, en el otro, de manera más terrenal pero bastante más efectiva, los medicamentos, constituían las maneras en que se encarnaban nuestros sueños. ¿De qué servía enseñar sociología si no estaba acompañada por una actividad transformadora? ¿De qué servía enseñar farmacia si dejábamos que los remedios fueran objeto de comercio por parte de grandes laboratorios extranjeros? Estos desafíos se expandían en todas y cada una de las disciplinas. Los consultorios jurídicos en las villas, los centros de atención médica, en fin, la elaboración de medicamentos por parte de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires. No éramos conscientes del odio que despertábamos ni de la violencia de que eran capaces los que lucraban con una Argentina atrasada y dependiente. Eramos miles los que estábamos en el mismo barco, y creíamos que el viento de los cambios estaba a nuestro favor. Rápido, nos despertaron de nuestro sueño. El cimbronazo del pinochetazo fue tremendo en nuestras conciencias pero más aún saber que aquí adentro, muchos de los que se habían subido al barco del 25 de Mayo a último momento trataban de hundirlo de todas las maneras posibles. Primero debió renunciar Puiggrós, y seguimos... Y por fin, a la muerte de Perón, Raúl se hizo cargo del rectorado, en medio de una marejada imposible de controlar. Así llegó esa noche terrible del 5 de septiembre de 1973, donde la Triple A le asesinó a su bebé de 6 meses de edad. Sí, para los que no se imaginan la crueldad de aquel entonces: de seis meses de edad. Nos echaron, fui preso, él al exilio, a un exilio que se convirtió en su casa definitiva, un París que recibió un militante enamorado de la ciencia y convirtió en un científico de primerísimo nivel en su área. Cabe aquí recordar una carta que hace apenas un año escribió, junto con Elsa, su compañera, a los estudiantes de Farmacia: “Desde el decanato me propuse implementar dos tipos de medidas que estaban entrelazadas. Unas destinadas a incrementar el nivel científico de nuestra facultad. La ciencia, en sí, no es ni reaccionaria ni popular. Todo depende de la ideología de los que se apoderan del conocimiento científico. Las segundas fueron destinadas a crear profesionales que utilicen esa ciencia con una ideología al servicio del pueblo. Por eso se comenzó a crear una planta de producción de medicamentos para que la Facultad de Farmacia y Bioquímica y sus estudiantes participaran activamente con los proyectos de salud que se querían implementar en diferentes provincias. Fue un corto período que terminó de una manera muy triste y dolorosa. Hay que hacer lo necesario para que esto no se repita. Para ello el recuerdo es indispensable y ese recuerdo de ustedes nos emociona. Mi mujer como yo también pensamos que si no nos contiene la memoria, nos derramara el olvido. Hoy, estoy seguro de que milones de argentinos saben que el olvido no nos disolverá y que todavía tenemos un futuro”.
* Sociólogo.
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