EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
“Crédito: 1) Cantidad de dinero o cosa equivalente que alguien debe a una persona o entidad y que el acreedor tiene derecho de exigir o cobrar (...) 3): Reputación, fama, autoridad. (usado mayormente en sentido favorable).”
Diccionario de la Real Academia Española
Los gobiernos kirchneristas han sido acusados de obrar como las cigarras, tendencia agravada por una verba encendida y pendenciera. Muchos de sus fiscales no califican para defender a las hormigas, porque fueron promotores o avales del endeudamiento externo salvaje, más desaprensivo que la peor de las cigarras. Por añadidura, desde 2003, se construyeron superávit altos (un standard de hormigas) muy superiores a los gobiernos precedentes.
Hechas esas precisiones, es cierto que el “modelo” instalado desde 2003 venía encontrando topes, cuellos de botella y dificultades para afrontar nuevos requerimientos desde hace, por lo menos, dos años. Ese escenario de decadencia y asfixia fue trastocado por la crisis económica financiera detonada en los países centrales, que indefectiblemente se propaga a todo el mundo.
La recesión es la gran amenaza global, quizá sólo China pueda crecer en 2009 a algo parecido (aunque inferior) a las llamadas tasas chinas. Las respuestas deben ser estatalistas, proactivas. La inyección de crédito es un instrumento imprescindible, un modo de canalizar el gasto público.
Las medidas que enunció ayer la Presidenta en Olivos son, pues, de libro en una economía capitalista globalizada. Las fuerzas políticas con peso electoral y parlamentario que circulan por su carril o a su derecha (la UCR, el neoduhaldismo, la Coalición Cívica y PRO) están en figurillas para censurarlas de plano, no tienen margen discursivo. Sí pueden valerse de un recurso vedado a Cristina Fernández de Kirchner que es censurar la herencia de la administración de Néstor Kirchner, el despilfarro previo, la torpeza de haber promovido prematuramente el consumo desenfrenado (tan cigarrista).
A la izquierda del espectro político sí queda margen, el de acicatear la oferta de los más humildes.
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En su informe mensual, el economista Miguel Bein (uno de los más certeros lectores del devenir de la política del Gobierno) resalta que la dinámica de la crisis desmiente las teorías del desacople que indicaban que “el contagio iba a ser comercial y en mucha menor medida financiero”. En efecto, la falta de crédito estrangula a las economías de los países emergentes. Eso sí, la carestía no discrimina entre hormigas y cigarras, asume (sin usar estas palabras) el propio Bein. “El impacto de la salida de capitales no distingue entre aquellas economías que hicieron los deberes... y los que siguieron el camino inverso, como Argentina.” Al cronista el señalamiento le parece sugestivo, aunque no le place la expresión “hacer los deberes”. Emulo remoto de Paulo Freire, no cree que el saber sea algo estático, acaparado por educador. Y argentino raso con años de millaje, desconfía charramente del saber establecido de los economistas.
Queda abierto a debate si los Kirchner (los Jaimitos del grado) fueron sabiamente heterodoxos o si el inesperado devenir de la crisis les dio una manito o si hay de todo un poco. Como sea, no están más desvalidos (o, como mínimo, no están tanto más desvalidos) que los alumnos modélicos Lula da Silva o Bachelet. Los fundamentos de la economía argentina son más robustos que los de los vecinos, menor la reputación que goza su gobierno entre grandes jugadores del mundo de las finanzas y de la producción.
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El oficialismo puso el acelerador a fondo durante cinco años, no hizo sabio uso del freno y del embrague, no acumuló un fondo anticíclico para los años de vacas flacas. Pero, puesto contra la pared por la crisis que causaron otros, reaccionó como un gato panza arriba en pos de su obsesión de “caja”. Con audacia e improvisación (lo suyo) va camino de fondear bastante al Estado.
Los medios fueron surtidos y ameritan diferentes valoraciones: la reforma jubilatoria es encomiable desde varios ángulos, el blanqueo de capitales es repudiable. En combo, el Gobierno consolidó su consistencia de corto plazo y ahora, como mandan los catecismos ecuménicos, se propone insuflar crédito. Acude en salvataje prioritario de sectores industriales, mano de obra intensivos, dinamizadores del mercado interno. Contra lo que recitan los libros nac & pop o industrialistas (caros a la biblioteca del Gobierno, del peronismo y el radicalismo y de este cronista) esos sectores pagan como cualquiera el pato de la crisis.
La liturgia de la presentación, en Olivos y por boca de la Presidenta, ilumina la importancia que le atribuye el Gobierno. Las cifras mencionadas son altas... todo debe pasar la prueba ácida de la gestión política y financiera estatal. Prometer crédito no es lo mismo que concederlo, concederlo no es idéntico a asignarlo virtuosamente.
La Presidenta riza la oferta sosteniendo una idea fuerza del kirchnerismo, que es la preservación de los puestos de trabajo. Una obsesión hormiguista que le hace honor, jamás planteada a ese extremo por otras administraciones.
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El plan de obras públicas va más derecho que los anuncios de ayer a las necesidades de la etapa: gasto público productivo, empleo, infraestructura, actividades nuevas encadenadas.
Aunque haya fondos suficientes, se apliquen bien y se deriven los efectos deseados, las medidas serían sólo parte del abordaje de los desafíos de la crisis. El incentivo a la oferta de bienes durables concierne al empresariado y va en pos de sectores de altos ingresos y de trabajadores formalizados, con pertinencia para ser sujetos de crédito. Quedan fuera de ese juego millones de laburantes.
La perspectiva más amigable es la conservación de los niveles de empleo, no mejoras cuantitativas, ni qué decir cualitativas. Es menos que improbable que los incentivos capitalistas, así sean eficaces, atenuen la enorme desigualdad dentro de la clase obrera.
El mantenimiento del aparato productivo, con ser esencial, no es bastante para mejorar los bolsillos de más de un tercio de los argentinos. La situación clama por políticas sociales enérgicas, extendidas, directamente enfocadas a mejorar la capacidad adquisitiva de los más humildes.
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