EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
La historia empieza cuando apenas medía siete por ciento en el país. Después ganó con el 22 por ciento. Cuatro años más tarde, su esposa pasó el 45 por ciento. Y ahora no se sabe cuánto tiene, pero es evidente que bajó de esa marca de oro. En esta historia será importante saber cuánto tiene ahora, pero también la calidad de lo que tiene.
Néstor Kirchner, que es el pastorcito de los votos de esta historia, está frente a una situación que por lo menos no es fácil, como son las situaciones cambiantes que, en general, son las que le ha tocado vivir. Cuando asumió en el 2003, hubo candidatos cantados, como el mismo Carlos Reutemann, que no se animaron frente a una crisis económica que ya se había desayunado a varios presidentes. Tenía todo en contra y poco a favor. Hubo varios factores que lo ayudaron a capear el tormentón, pero es indiscutible que el más importante fue su actitud. Venía con la imagen de un gobernador de bajo perfil y pocas palabras, más asimilado al manual del político tradicional que trata de hacer la plancha. Quizá lo más decisivo de su actitud fue la de aceptar el cambio que le proponía la realidad y hacer de la crisis una virtud, de la que sacó fuerza en vez de debilidad. Así logró una marca mundial en la quita de la deuda externa que hasta el momento no ha sido superada, congeló las tarifas de los servicios, cambió la Corte y anuló las leyes de la impunidad, entre otros temas.
Ahora enfrenta una nueva situación de cambio también desfavorable, pero por motivos inversos, ya no es por la crisis, sino porque esa crisis ya se superó. Estos casi seis años estuvieron marcados por un liderazgo incuestionado en la sociedad construido sobre la base de esas decisiones que lo ponían siempre por delante de los demás. No era un liderazgo doctrinario ni por clientelismo aunque tuviera algo de ambos. Se basó principalmente en la línea de aquellas decisiones y también en una situación de desorden y reordenamiento de los diferentes sectores de la economía que no acertaban a encontrar representaciones políticas propias o alternativas a las de Kirchner. Es difícil explicar de otra manera que un gobierno débil haya podido tomar medidas que hubieran sido casi imposibles para gobiernos fuertes. No fue tanto su fortaleza, sino la debilidad circunstancial de los demás. Es parecido a lo que sucedió más recientemente con la estatización de las AFJP. Era ese momento o probablemente nunca, ni seis meses antes ni seis después. La crisis global estaba haciendo polvo las inversiones de los fondos privados, los jubilados hubieran perdido como en México y Chile. Fue un momento de debilidad de las AFJP y no tenían casi ningún margen para el pataleo. Y el Gobierno, más débil que nunca, recién salido de la derrota por la 125, lo aprovechó. Otra vez, trocó la debilidad en fuerza.
Cuando la economía del país se reacomodó, la consecuencia fue el lockout rural, un sector de la economía que reclamó espacio propio y diferente al que le proponía el proyecto oficial. La votación perdida por la 125 puso al descubierto esa vulnerabilidad del Gobierno. Y a partir de allí el escenario empezó a reordenarse ya no con parámetros de crisis sino con perspectivas de estabilidad, en disputas por espacios de poder y de proyectos de país. Hay un antecedente cuando el sector financiero se instaló en la cúspide del bloque hegemónico y provocó un golpe de mercado contra Raúl Alfonsín con la hiperinflación. Ahora también hay una disputa por ocupar esa cúspide y gran parte del dispositivo agroexportador empuja por su golpe de mercado en el contexto delicado de una crisis global, para expulsar a este gobierno –como sucedió con Alfonsín– y condicionar a los que le sucedan –como sucedió con Menem y De la Rúa–.
Como si fuera un movimiento reflejo, prácticamente toda la oposición, desde la izquierda hasta la derecha, se alineó junto al sector agroexportador que se postula como el futuro eje de acumulación para un nuevo modelo de país bajo el mentiroso disfraz de un gaucho en alpargatas. Desde estos sectores no hubo el más mínimo aporte crítico a los planteos ultristas de los propietarios rurales. En ese sentido también hay una similitud con el golpe de mercado contra Alfonsín en la forma como los nuevos paradigmas, respaldados por la artillería pesada de los grandes medios, arrasaron con cualquier mirada alternativa y lograron cooptar incluso a sectores de izquierda y centroizquierda.
Si no estuviera agravada por la crisis global, la confrontación con los productores rurales forma parte de un escenario de salida de la crisis del 2002. Y una de sus consecuencias en el plano político es que el tipo de liderazgo que ejerció Kirchner deja de ser efectivo. La situación tiende a retrotraerse a un cuadro previo al 2003. La toma de distancia de Reutemann y su alejamiento del bloque del Frente para la Victoria en el Senado es la manifestación más fuerte de este fenómeno en el seno del oficialismo.
Es decir, Kirchner pierde la hegemonía aunque no la mayoría, lo cual lo lleva necesariamente a un juego más delicado de alianzas y pacientes negociaciones. Sin los atributos del jugador hegemónico, el santacruceño se convierte en un jugador más, aunque todavía con más cartas en la mano. Pero debe jugarlas, está obligado a bajar del pedestal hegemónico y revalidar y disputar esa mayoría frente a otros competidores que lo medirán siempre para menos a no ser que su mayoría esté probada y sobre la mesa.
Por eso, las elecciones de octubre no serán para Kirchner solamente un medio para garantizar la gobernabilidad para los dos años que le restan en la presidencia a Cristina Kirchner. Al mismo tiempo han planteado la duda y la posibilidad de su participación como candidato. Como ex presidente, titular del PJ y esposo de la Presidenta, tiene cartas para jugar. Si logra una buena elección, esas cartas se potencian.
En Brasil, el partido de Lula (PT) es minoritario, pero tiene una serie intrincada de alianzas con el partido centrista PMDB –que es el mayor de Brasil– a nivel de los estados y en la conformación de su gabinete, más otra serie de alianzas con fuerzas estatales y comunales, más los sindicatos y la gran burguesía paulista, que tienen a su vez otra lógica en el plano parlamentario. Esa compleja mayoría que laboriosamente construyó Lula compite con el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, cuyo candidato, José Serra, está arriba en las encuestas. La complejidad de esas alianzas hace que las mayorías parlamentarias sean más bien volátiles y cada tema exija su propia ingeniería política.
Ese puede ser un escenario más o menos parecido al que se le presente a Kirchner. Alianzas insólitas, como las de Catamarca, con Saadi y Barrionuevo, la relación con Reutemann y sus legisladores, lo mismo con los cordobeses y con los de los gobernadores del radicalismo K, plantean un Congreso más voluble que todos los anteriores. Sin liderazgo hegemónico, la construcción de mayorías será un delicado ejercicio de la negociación permanente. Son alianzas puntuales con sectores que incluso lo critiquen o se mantengan diferenciados, como las que podrá hacer con Reutemann, y con todos los demás o como las que podría hacer en la Capital, un distrito que siempre le fue reacio.
Los liderazgos hegemónicos son excepción en la política, donde lo corriente ha sido la construcción de consensos sobre la base de un tejido de liderazgo, alianzas y acuerdos. También lo más común es que este tipo de mayorías de composición tan diversa tiendan a diluir los fines para los que supuestamente fueron creadas. Ese ha sido siempre un desafío en la política: construir la herramienta para disputar el poder sin olvidar los objetivos.
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