EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Interesantes jornadas políticas las recientes, si se concede que el término puede ser aplicado al hecho de que parezca que pasa de todo cuando en verdad pasó más nada que mucho.
Uno de los ejes se produjo tras la revelación periodística de que existían contactos ultra reservados entre el Gobierno y el presidente de la Sociedad Rural. Aunque a esta altura parezca reiterativo de lo que ya se difundió con amplitud, el caso adquiere ribetes tales de comedia de enredos, de operaciones cruzadas o de como quiera llamársele que, precisamente por eso, conviene poner en orden la secuencia. La información brindada por Página/12, acerca de las reuniones gubernamentales con Hugo Biolcati, tenía una puntillosidad descriptiva que la tornaba indesmentible. Y si algo faltaba para corroborarlo, fue el silencio absoluto de la dirigencia campestre en las horas inmediatamente posteriores a la publicación. Hasta que Eduardo Buzzi salió a decir que no se sumaría a lo que calificó como una jugada de Horacio Verbitsky para partirles el frente interno. Buzzi acusó pero sin la fortaleza de desmentir con convicción. Lo cual se vería ratificado cuando el vice de la FAA, Ulises Forte, señaló que él es un hombre “criado en una chacra” y que no maneja los códigos de un “patrón de estancia” como Biolcati. Patrones de estancia con los que ellos están aliados, claro. Un poco tarde para acordarse. A Biolcati no le quedó otra opción que aceptar sus tertulias con el Gobierno, intentó fugar para adelante remarcando que quien violó los códigos fue el kirchnerismo y admitió que se le escapó la tortuga. Y lo que vino después está escrito en el manual de la elementalidad política, siendo (y así no hubiera sido) que ya estaba todo listo para el acto en Leones y que no había forma de llegar ahí ni con las manos completamente vacías ni, mucho menos, con una imagen de resquebrajamiento directriz. Los campestres lanzaron entonces el paro que habían postergado menos de una semana atrás, tras la masticada conclusión de que no contarían, ni de lejos, con el apoyo social y mediático que los acompañó en la batalla de la 125. De todas formas, se trata de una medida de fuerza tan entusiasmante como bailar con la hermana. Porque su incidencia en la temperatura popular es virtualmente nula, y porque es obvio de toda obviedad que la generaron por la fuerza de circunstancias que no esperaban. El cálculo gauchócrata era que el Gobierno volvería a dejar desnuda su intransigencia tras manifestar ellos su vocación dialoguista, y que sólo arribado ese punto quedarían habilitados para volver a la carga con un lockout. Ahora quedaron heridos, pero dejemos para unas pocas líneas más abajo qué querría decir eso.
El otro segmento temático volvieron a darlo los principales referentes opositores, con la diferencia de que esta vez hubo más de declaraciones y trascendidos conventilleros que de movidas concretas. Carrió empezó a mover desde el lugar de captación del voto gorila al que la recluyó el acuerdo-macro de Macri-Solá-De Narváez, y dijo que no llegó hasta aquí para rifar su trayectoria al lado de Duhalde y Barrionuevo. Enseguida, apareció Chiche y apuntó que Lilita le provoca “asco”, mientras ésta avanzaba en la foto reunificadora con el líder nominal de las exequias radicales, Gerardo Morales, bien que (mal) intentando dejar claro que López Murphy queda afuera porque de lo contrario habrá inconvenientes con los aliados de un segmento de lo que continúa conociéndose como “socialismo”. En medio de eso ganó cámara el Menem blanco de Santa Fe, cuyas características monosilábicas y su culto a no decir jamás ni que sí ni que no sino todo lo contrario, son ya una marca aparentemente indescifrable de la política argentina. Al cabo de algún notable curso veloz de oratoria, anunció locuaz que se apartaba del bloque kirchnerista del que nunca nadie tuvo idea de que formaba parte y suscitó el entusiasmo de los comensales Solá y De Narváez, en un almuerzo porteño del que fue deslizado que se habló de todo con excepción de sus candidaturas, a efectos de que la comida no culminara, literalmente, a las trompadas.
En este tramo de la descripción secuencial ya puede preguntarse si es que acaso hay algo sustantivo en estas presuntas novedades del tablero electoral (“el campo” incluido, a menos que, todavía, alguien pueda creer seriamente que la dirigencia campestre es ajena a las urnas de octubre). Si por tal cosa se entiende los intereses sectoriales que están en juego, desde ya que lo hay, y mucho, entre un Gobierno que necesita como nunca definir su rumbo y una derecha aún dividida entre el peronismo neomenemista y el neomenemismo antiperonista (para usar categorías muy amplias pero de fácil acceso semántico). En cambio, si el fondo consiste en descubrir sucesos novedosos en los capítulos farandulescos divulgados estos días, solamente se hallarán formas altisonantes de lo que se conoce de sobra. Si es por el conflicto con los ruralistas y hoy por sus grietas internas mostradas a la luz pública, fue el propio Buzzi quien, allá en los comienzos del choque por las retenciones, indicó que no los unía el amor sino el espanto. Pero aquello fue y es más una referencia a los proyectos antagónicos que históricamente separaron a la Federación Agraria de los grandes terratenientes. Esa línea divisoria ya no existe y, en cualquier caso, lo concreto es que están juntos contra la intervención del Estado en sus negocios. Así seguirán, por más que algunas torpezas, inducidas desde afuera o autoprovocadas, sugieran que están en problemas. Y si es por los cruzamientos en la oposición, tampoco hay de qué sorprenderse porque la cuestión radica en nuclear contra el Gobierno todo lo que se pueda y no en mostrar algún proyecto estructurado (si es que hiciera falta descubrir cuál alternativa representan). Bajo esa lógica, es natural que se produzcan roces e incluso declaraciones violentas. La mayoría proviene de necesidades narcisistas que buscan embarrarle la cancha al socio forzado, ya sea presente o futuro.
Nada de eso afectará gravemente a la oposición si es que el kirchnerismo decide persistir en el chiquitaje de maniobrarles internas u observar plácido sus chicanas. La dirigencia agraria es lo que es, pero eso queda al margen de que el Gobierno no resuelve una política agropecuaria clara, de largo plazo, que deje de consistir en recaudar y punto. Y el resto opositor es igualmente lo que es, pero eso no corrige el enorme error oficialista de refugiarse en la buenaventura de tiempos idos y apostar, ya casi con exclusividad, a una victoria bonaerense y en las geografías electorales más pequeñas del interior.
Lo demás –si Biolcati se cortó por las suyas, si a Cobos le niegan los granaderos, si a Duhalde tienen que esconderlo en el armario o si Carrió está pirucha– es para la gilada.
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