Lun 09.03.2009

EL PAíS  › OPINIóN

La discusión de fondo

› Por Eduardo Aliverti

La aparición de Cristina en la reunión con los campestres, y el real o presunto comienzo de arreglo derivado de ello, parece ser con claridad la noticia más importante no ya de los últimos días sino de buen tiempo a esta parte. ¿Es tan así?

El hecho desató un torneo de interpretaciones políticas y periodísticas, que además fue retroalimentado por algunas de sus consecuencias. Entre ellas, como la de mayor efectismo, que el jefe de la Federación Agraria dijera que Alfredo De Angeli “ya” lo tiene “hinchado las pelotas”. El uso del adverbio de tiempo revela(ría) que el disgusto de Buzzi con el arrendatario entrerriano lleva un largo lapso, porque lo único que éste hizo recientemente –generando ruido hacia el frente interno de la Mesa de Enlace– fue comandar la toma de un banco (lo cual Buzzi avaló, en forma pública). Y eso no da para mandarse con un “ya me tiene...”. Se sumó que desde las denominadas “bases autoconvocadas” de los ruralistas sugieren traición de los dirigentes de la Mesa: cosa que De Angeli todavía no dice y quizá no vaya a decir, aunque sí se permitió apuntar que él “no hubiera firmado” lo suscripto el martes con el Gobierno. En apariencia, todo indica que la movida presidencial terminó de abrir una grieta severa entre los capitostes del “campo”; o, al menos, entre éstos y un conjunto significativo de aquellos a quienes representan; o, en lugar de ello o además, entre la mayoría de la cúpula y una sección de la FAA. Sin embargo, los mismos indicadores de fragmentación y debilidad podrían endosársele al kirchnerismo, en tanto puede decirse que, al fin y al cabo, la Presidenta se allanó al diálogo con una gente que no le gusta ni un poco y con la que viene siguiendo una estrategia de confrontación desde hace un año.

Como todo y nada puede ser o no ser en materia de disquisiciones, conviene reparar en algunos datos objetivos pero, sobre todo, colegir si a partir de ahí se deduce alguna conclusión trascendental o, simplemente, unas cuantas de coyuntura. ¿Qué puede precisarse con cierto rigor difícil de desmentir? Varios aspectos. El primero y más obvio es que la crisis generalizada del capitalismo en sus términos financieros cambió el escenario. Ni el Gobierno puede desentenderse de una recaudación de divisas y fiscal que se le achicará de manera considerable, ni los campestres pueden sostener sus reclamos de máxima porque –en medio de la situación internacional y su proyección vernácula– carecen de espacio social para seguir chillando como si nada ocurriera. También puede decirse sin mucho miedo a equivocarse que el clima provocado por dicho panorama engordó un humor general de hastío ante una pelea demasiado larga. E igual, que ambos contendientes llegaron entonces a un estadío de empate, de jaque mutuo, sin torres ni alfiles amenazantes.

Más luego, también es coincidencia generalizada que, aun así, el (muy) principio de solución está por verse. Del lado gauchócrata, asiste la razón cuando señalan que los antecedentes gubernamentales no son los mejores a la hora de confiar. Es cierto, por ejemplo, que el precio “sostén” prometido sobre el litro de leche a los productores había sido anunciado a fines el año pasado, para después no verificarse. Es cierto que un buen pedazo de la batería de acuerdos publicitados el martes requiere de convenios añadidos, que se prestan a la dilatación. Y es cierto que el amague de crear un organismo regulador del mercado granario desapareció de la noche a la mañana, reforzando la sospecha de que todo fue una mano de jugadores de poker con el oficialismo en primer lugar. Del mismo modo, el Gobierno tiene sus argumentos para desconfiar de la vocación acuerdista del adversario. La foto de los campestres en el Congreso a las pocas horas del primer martes de diálogo, junto con todo el espectro de neomenemismo antiperonista, fue reforzada con la de la semana anterior, a los besos con Solá, De Narváez y compañía. Para intentar una síntesis: cada quien desconfía del otro, pero porque en verdad desconfían de sí mismos cuando se trate de cumplir efectivamente la parte del pacto que a cada uno le toca.

La pregunta que sigue tiene respuestas distintas según a quién le caiga: ¿a qué temen, en verdad? Según el firmante, los campestres tienen dudas simplemente tácticas. Es decir: ¿es éste el mejor momento para seguir apretando el acelerador? ¿No convendrá un paso atrás-dos adelante? ¿No será la etapa de desensillar a medias, mientras se despeja o avanza cuál de las ramas opositoras es mejor para aliarse o apoyarse? Pero esas incertidumbres del conglomerado de derecha (campestres, medios, oposición neomenemista peruca o gorila) no son ideológicas. Ese conjunto conservador que pinta anárquico, o todavía con poca articulación, tiene claro que al final del camino es cuestión de acabar con este ¿experimento? que, por las circunstancias que fueren, jode algunos o muchos de sus intereses. En cambio, ¿el kirchnerismo tiene una seguridad ideológica inversamente proporcional, en el sentido de que ese “fin” de la ruta consiste en derrotar a la restauración conservadora e imponer un modelo progresivo de justicia social? ¿O, según como se den los avatares, será capaz de desdecir su discurso –más acciones varias– y recostarse, llegado el caso, en tejes y manejes que de mínima le garanticen, digamos, acabar con honor? No son, por mucho que parezcan lo contrario, interrogantes de abstracción retórica. Sin perder de vista, ni por asomo, que una opinión periodística no es lo mismo que estar sentado al frente de un país, una cosa es ponerse a negociar con la Sociedad Rural y Cía., porque la coyuntura lo impone, y otra, bien distinta, es que en vez de una táctica eso sea ir viendo para dónde se rumbea.

Si la mirada es de corto aliento, acordar el precio de la leche para el productor (que vaya si se necesita, porque no es gráfica sino literalmente el último orejón del tarro), o convenir el peso de faena de las vacas; o la compensación para criar terneros machos de tambo, o lo que se quiera de este tipo de medidas, son elementos de búsqueda de equilibrio productivo y de gobernabilidad en la tormenta.

Pero si se apunta al mediano y largo plazo, debería estar claro que tarde o temprano hay dos modelos que chocan, o deberían chocar, inevitablemente. Uno encarna a la resurrección neoliberal, derecho viejo. Y el otro es un quilombo de discurso y contenidos progres, comandado por apenas un puñado de figuras recelosas, mezclado con alianzas non sanctas y omisiones varias a la hora de afectar al conjunto del poder económico concentrado y no sólo a una de sus patas. El uno tiene y/o tendrá las cosas claras y a lo sumo habrá quienes se hinchen las pelotas, en forma pasajera, de compañeros de senda. El otro es un interrogante.

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