Lun 20.04.2009

EL PAíS  › OPINIóN

Un debate de mosquitos

› Por Eduardo Aliverti

La semana pasada redondeó el carácter politiquero, banal, de la ruta hacia el 28 de junio. Debe decírselo con el pesar de que una definición como ésa aporta porotos al discurso berreta de la “antipolítica”. Una retórica insuflada por los medios de comunicación que –por razones de campaña concreta contra el oficialismo o del mero negocio de la espectacularidad dramática– le trabajan a “la gente” sus costados más primitivos. El impactante asesinato de Valentín Alsina –al margen de los inventos mediáticos sobre cómo sucedió– reavivó en tal sentido emociones espantosas, estimuladas por esa irresponsable perorata de la “mano dura” en que convergen especímenes diversos.

Recórranse declaraciones y gestos del conglomerado dirigencial (lamentablemente: debe recordarse que eso no involucra con exclusividad a candidatos y expectables electorales sino a todo el álbum de figuritas, mientras tanto desprevenido –seamos suaves– cree que a la política sólo la hacen “los políticos”). Hasta hace no más que unos días, por ejemplo, los medios –como reflejo y como generadores– crearon la amenaza de una corrida hacia el dólar argumentando que el clima institucional, y las dificultades financieras de Argentina para hacer frente a sus compromisos externos generaban una incertidumbre creciente. Sin embargo, la realidad acaba de demostrar que los exportadores de granos empezaron a liquidar sus dólares y la presunta corrida se acabó en menos de lo que canta un gallo (lo cual no significa que no vuelvan los augurios pesimistas, y hasta las profecías autocumplidas, pero ya no será por los motivos que esgrimieron en su momento). Cosas como ésas, claro, no forman parte de lo que “la gente” denomina como “la política”, porque todos sabemos que los medios y los especuladores del agro-power no son sujetos políticos sino seres celestiales. En “la política”, en cambio y siendo que sacudirla es gratis porque no se corren riesgos, el kirchnerismo consumó la obscenidad de impedir que se declarara en el Congreso la emergencia sanitaria, bajo el impresentable pretexto de no alarmar a la población ni espantar al turismo. También es en “la política” que Elisa Carrió habrá de ubicarse como segunda de su lista porque, dijo, lo único que le interesa es acompañar a sus formidables candidatos, aunque si sólo se trata de acompañamiento testimonial no se explica por qué no va quinta o sexta. También es en “la política” que Julio Cobos usa su despacho de vicepresidente de la Nación para reclamarle al “campo” que unifique sus candidaturas. Y también es allí donde Macri juega al poker con De Narváez y Solá, bajando y subiendo aspirantes según necesidades de distrito y figuración sin que se cuestione qué programa de oposición y gobierno plantean. Por el contrario, los capitostes de la gauchocracia plantean que Carrió está despechada con ellos porque tras haberlos apoyado no se suben a la boleta de la Coalición Cívica. Un argumento quizá válido que no se les ocurrió ni antes ni durante su recorrida por todo el espectro opositor, para juntar lo que fuera contra la 125 en particular y a favor de sus negocios en general. Pero eso, desde ya, no es “la política” sino y simplemente un episodio coyuntural de la lucha de los productores agrarios, arrinconados por la baja del precio de la soja desde la burbuja estratosférica de los alrededor de 800 dólares por tonelada. Pobre gente, víctima de “la política”. Es impresionante la manera en que, por cierto que con la colaboración de su dirigencia, se carga allí, en la política, una especie de santo y seña para definir en dos palabras cuál es el motivo de todos los males de este mundo. No tiene nada de inocente, por supuesto. Cuanto más menosprecio popular hacia la política, mejor quedará ésta en manos de quienes la usufructúan con las peores intenciones.

Así, no es curioso que tanto desde el oficialismo como en las franjas opositoras se hable de la “politización” del dengue, sólo que en la acepción más despreciable del término. El dengue es una epidemia de carácter político obvio, en tanto remite a la pobreza, la exclusión social, la imprevisión del Estado en cualesquiera de sus alcances territoriales. Justamente, los temas ausentes de esta campaña electoral y del debate público en general. Son reemplazados por polémicas repugnantes, patéticas, en torno de erigir muros para separar a gente humilde de ricachones. O acerca de propender a la autodefensa vecinal contra “la inseguridad”, que en cualquier momento brasileñizará el objeto de estudio porque quedarán a un tris de defender la creación de escuadrones de la muerte para combatir la delincuencia. Parece mentira que, mientras las cárceles y las comisarías desbordan hasta el punto del hacinamiento, se insista con la cantinela de que los malhechores entran por una puerta y salen por la otra. ¿Cuántas cárceles más? ¿Cuántos patrulleros más? ¿Cuánta policía más? ¿Qué sigue después del eterno fracaso de todo eso? ¿Mandar a la calle a la Gendarmería, para habilitar otro kiosco de negocios mafiosos entre las “fuerzas de seguridad”? Parece mentira pero no lo es. Hace ya demasiado tiempo que se emperra en renovar su vigencia la frase de Brecht, a propósito de que no hay nada más cercano a un fascista que un pequeño burgués asustado.

Podría argüirse que, en definitiva, son ideas precisamente fascistoides que hay en cualquier sociedad y que en ésta no terminan de llegar a buen puerto porque –como en el caso de la muralla para proteger a los habitantes de La Horqueta– se frustran gracias a la acción de un conjunto opuesto e, incluso, de algunos comunicadores importantes que quedan en los medios del mismo sistema, capaces de conservar unos o bastantes gramos de cerebro ante determinadas locuras. Y que lo mismo ocurriría si frente a la psicosis constantemente recreada de lo que llaman “inseguridad”, que la pereza intelectual sólo circunscribe al delito, se asienta la aprobación de las justicias por mano propia, transformadas así en venganzas que encima son inútiles por completo. Puede ser. Pero cuando se llega al límite de que resultan habilitadas ciertas discusiones delirantes, en lugar de que ni siquiera haya la ocurrencia de promoverlas, se queda también al borde de atravesar la frontera. Y pasa a mejor vida una enorme porción del pensamiento crítico, que el ser humano debe conservar para diferenciarse de los animales.

Sin ir más lejos, en los dimes y diretes respecto del dengue, en vez de miseria, de falta de agua potable, de carencia de recursos, de basurales a cielo abierto, de viviendas precarias, de necesidades básicas insatisfechas, de la ignorancia o el desdén como producto de un Estado ausente y cómplice de la inequidad que es implícita al salvajismo capitalista, cuando quisimos acordarnos ya estamos hablando de repelentes, de espirales y de Aedes aegypti. Qué manga de pelotudos.

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