EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Dos emergentes representativos del empresariado ocupan la marquesina política. Mauricio Macri tiene más trayectoria, más capital acumulado: gobierna un distrito importante, en base a una amplia mayoría. Francisco de Narváez viene en ascenso y son altas sus virtualidades en los próximos comicios. Comparten, amén de sus previsibles posturas ideológicas, signos identitarios de la clase en la que nacieron en cuna de oro. A diferencia de ciertos patricios de la generación del ’80, los colegas de Silvio Berlusconi no sobresalen por su versación ni por su cultura general. “Mauricio” dispone de un vocabulario digno de un chico de cuarto grado, dice “habría” cuando corresponde decir “hubiera”. De ordinario, no puede expresarse si no ha sido guionado por expertos. De Narváez, que está rodeado de una pléyade de publicistas creativos y “da bien” en elaborados anuncios publicitarios, no se distingue tanto de su compañero PRO cuando se expresa en otros registros. Hasta ahora, sus asesores no le han comentado que los establecimientos donde atienden los comisarios no se llaman “comisería”, como le gusta expresar. Tamañas limitaciones, excusables en otros casos, chocan en personas que disponen de riquezas enormes, que otros supieron acumular. Pero no desentonan con la media de la dirigencia empresaria autóctona cuya chatura intelectual es un dato raramente subrayado. Hay excepciones, claro, como los Rocca de mayor edad o el austríaco Víctor Klima, pero son muy contadas.
Es lógico, entonces, que el discurso de la clase patronal frente al colapso económico mundial y a la política económica local tenga muy poca miga conceptual. Sus manejos y sus slogans hablan por ellos y no hay mucho más. Héctor Méndez, el titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), es un gesto en sí mismo. Su asunción marca un distanciamiento con el oficialismo al que tildó de “ex industrialista”. El dicharachero pope de la FIAT, Cristiano Rattazzi, es otro ejemplo sintomático. Fervoroso apologista del menemismo, devino ahora un crítico de la idea de “vivir con lo nuestro”, justo cuando ésta cunde en el mundo. Sus motivos son evidentes, defiende las incumbencias de la multinacional a la que pertenece cuyas estrategias no hacen centro en la Argentina. La débacle económica es global, las reacciones estatales son domésticas, las estrategias de las multi toman muy en cuenta la diferencia entre sus países de origen y otros de adopción, en detrimento de éstos. Rattazzi escamotea ese punto, que es el núcleo de sus manejos, y despotrica contra el proteccionismo del Gobierno, muy similar al que se ejercita en cualquier país del orbe.
La buena estrella de Mauricio y Francisco, su pobre bagaje conceptual “hacen juego” con corporaciones patronales ajenas a un proyecto integral de país que sólo piensan en sacar tajada de la contingencia. Un objetivo de máxima, la devaluación, expresa casi todo su imaginario. Un recurso perverso, las amenazas de despidos blandidas como recurso de poder, cifra su metodología.
Esa pseudo burguesía se plegó a proyectos que hicieron crema al país y a buena parte de ellos mismos, nada escarmentaron de esa experiencia. Una atmósfera de distanciamiento del oficialismo es su media, en la cúpula de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) se mecha con sondeos acerca de disrupciones institucionales, hipótesis no positivas que se discurren con protagonistas que cabe imaginar.
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Juan Domingo Perón aconsejaba designar una comisión cuando se quería desviar un tema a vía muerta. Qué no pensaría el tres veces presidente de las reuniones con más de cuarenta personas. Tal fue el número de concurrentes al encuentro entre Cristina Fernández de Kirchner y la conducción de la CGT, era de cajón que era imposible dirimir puntos relevantes en ese ámbito. El objetivo de la reunión era, en buena medida, la propia liturgia, la mesa tendida para tantos contertulios. Puertas adentro de la CGT, para sumar a los compañeros a una tenida con cierto lustre simbólico. Para afuera, mostrar cercanía entre la CGT y la mandataria.
Varias discusiones que se sostienen con el Gobierno (las cuitas con la ministra de Salud, Graciela Ocaña, la inclusión de gremialistas en las listas electorales y las relaciones laborales, sin agotar el inventario) se tramitan en forma más personalizada, sin tribuna. Moyano las analiza directa y cotidianamente con Néstor Kirchner, Carlos Tomada o Julio De Vido.
De todos modos, hubo pedidos sobre la mesa, los más tangibles fueron un aumento en las asignaciones familiares y mayor presupuesto para el seguro de desempleo. Esta demanda, una larga deuda del oficialismo y de gobiernos precedentes, no se reparará en el corto plazo, que (chimentan) es el único que le importaba al re-deificado Lord Keynes. La suba de las asignaciones, que la Presidenta ni concedió ni negó, es una iniciativa interesante para el Gobierno. Mejorar el bolsillo de los trabajadores, en el cortísimo plazo previo a las elecciones, siempre es una buena señal, congruente por demás con el afán dinamizador del gasto y del consumo interno. Pero, confiesan funcionarios del área económica menos lacónicos que el ministro, hay que observar con mucha atención los números. En el ala política, como es de suponer, prima la intención de atender el reclamo.
En la Casa Rosada y en paliques más íntimos se subraya que el nivel de empleo y la contención de los despidos son la preocupación central de la conducción cegetista. Esa precaución impone los tiempos de las convenciones colectivas de trabajo, ralentadas en comparación con los años precedentes.
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La recepción a la CGT cayó mal en el primer nivel de la Central de Trabajadores Argentinos. Los dirigentes de la CTA, incluidos los más transigentes con el oficialismo como Hugo Yasky, broncan por lo que juzgan un desaire y una diferenciación negativa. En términos globales, sopesan que tenían mejor acogida cuando Néstor Kirchner era presidente, tanto de éste como de Alberto Fernández, quien no fue suplido en su rol de interlocutor. La Central alternativa realizó ayer una jornada de protesta en distintos registros, que concuerdan con discrepancias internas. Hubo paros de ATE y cortes de calle en la Capital, ciertos medios los asimilaron al “caos” categoría que jamás usaron para los piquetes agropecuarios. En conjunto, la protesta fue de mediana intensidad y baja lesividad, aun en los sectores más críticos hay mucha cautela para no recalentar la tórrida atmósfera política.
Con énfasis esencial en la preservación del empleo y la paralización de todos los despidos, la CTA bregó también por banderas que hacen a su historia. El más elevado, la asignación universal a la niñez, un avance social que el oficialismo no tuvo la grandeza de adoptar cuando había más recursos. También se insistió en exigir el reconocimiento de la personería de la Central, que el Gobierno tiene débiles argumentos para negar y ningún fundamento para cajonear eternamente como lo viene haciendo. La CTA no apura, empero, el trámite: prefiere dejarlo orbitar en el limbo político-administrativo en que se encuentra antes que arriesgar elevarlo de una vez a la Justicia. Su mirada legal los induce a la cautela, no es automático que la Corte Suprema conceda ese justo reclamo, llegado el caso.
El emerger del kirchnerismo afectó la dinámica interna de la CTA, como les pasó a partidos progresistas, movimientos sociales y organizaciones de derechos humanos. Las elecciones muestran ese impacto y sus derivaciones. En la Capital, hay dirigentes y militantes tanto en el oficialismo como en la oposición. En Buenos Aires, las huestes de Víctor De Gennaro (más combativas frente al oficialismo) y las de Yasky coinciden en las listas de Martín Sabbatella, sí que con diferente compromiso orgánico, que es mucho mayor en el caso del actual secretario general.
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Con todos sus matices y diferenciaciones intestinas y entre ellas (que esta nota no aborda cabalmente), la CGT y la CTA se comportan con enorme cuidado en aras de la gobernabilidad y el control del conflicto social. Desestabilizar al Gobierno, todos lo saben, sería nocivo para sus representados. En promedio, cumplen un rol moderador y sistémico que es dable resaltar.
Las corporaciones patronales, históricamente menos apegadas al sistema democrático, prepotean más, psicopatean exagerando el impacto de la crisis y propagando rumores o pseudo informaciones de consultoras corsarias. Su actual vanguardia, las entidades agropecuarias, despliegan un arsenal de presiones y comiden a sus segundas líneas a candidaterarse. Ese procedimiento sería estimable, si no se acompasara con especulaciones destituyentes, que constan en su hoja de ruta. La más conspicua es apostar a obtener una ajustada mayoría en el Parlamento sumando al archipiélago de fuerzas opositoras de derecha y derogar y reducir brutalmente las retenciones a la soja. El yuyito tiene un buen precio, ascendente por añadidura, y es una de las explotaciones menos castigadas por el contexto mundial. Así y todo, esa jugada tendiente a desfondar al fisco con una mayoría contingente y sin consenso con el oficialismo, es una pariente lejana (una prima con ropaje legal) de los viejos golpes de mercado. Esa virtualidad connota las elecciones de junio y anticipa una posible coyuntura de desestabilización, subestimada o negada en los análisis periodísticos dominantes. Está pasado de moda hablar de esas cuestiones y es enorme la atracción que suscitan los amagues y las gambetas cortas de los precandidatos. Sin embargo, ese escenario virtual es una de las referencias esenciales de la elección que se viene.
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