EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Conceptual y cálido a la vez, el discurso del presidente de Brasil fascinó al auditorio en el Palacio San Martín, en la previa al almuerzo compartió con su par argentina. De movida, Lula da Silva evocó que cuando asumió por primera vez prometió que su primer viaje sería a la Argentina, compromiso que honró en su momento. Lo repitió hasta sumar, a hoy, catorce visitas.
Sus colaboradores recordaban que en su primera venida siendo presidente Néstor Kirchner, los dos mandatarios acordaron de arrebato enviar una misión conjunta a Bolivia. Fue en una cena en el Palacio San Martín, Adriana Varela amenizaba la velada con su voz. Marco Aurelio García, el megaasesor de Lula, un tanguero de ley, apenas pudo disfrutar la música. En la madrugada siguiente partió hacia La Paz en un avión de la Fuerza Aérea junto al entonces secretario de Asuntos Internacionales argentino, Eduardo Sguiglia. La caída catastrófica del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, la represión estatal, las enormes movilizaciones populares en su contra configuraban un cuadro de ingobernabilidad.
La misión de los dos observadores era contribuir a evitar que ese escenario anómico y violento terminara en guerra civil, facilitando un desemboque institucional. Los dos “observadores”-enviados no resolvieron el entuerto, pero la señal de poner en la cancha a los dos grandes países del vecindario sumó mucho para retomar el rumbo democrático, redondeado en las elecciones presidenciales que ganó Evo Morales.
Evo, valga una digresión, es el único presidente de este Sur que arrancó de un estrato social más bajo que el estadista que conduce el Brasil.
Las anécdotas, tanto como la profusión de viajes, ilustran una referencia central. La alianza estratégica entre Argentina y Brasil, ensalzada ayer por Lula y Cristina Fernández de Kirchner, es la etapa de mayor amistad y cooperación de la historia, en la construcción del Mercosur, de Unasur. También en un rol sistémico de sostenimiento de la democracia y la paz en América del Sur.
La era de Lula (que compartió varios años con la de los Kirchner) se caracterizó por el predominio de la convivencia pacífica. El injusto e ilegal ataque de Colombia a territorio ecuatoriano no altera la ecuación en sustancia, máxime valorando que, con Argentina y Brasil como bastoneros, el Grupo Río le puso coto e impuso un marco de racionalidad.
La armonía entre los dos países es un giro histórico. Marco Aurelio repasaba en un corrillo algunos precedentes de acercamientos: el de Perón con Getulio Vargas, el de Raúl Alfonsín con Sarney. La tendencia fue similar pero la profundidad actual es mucho mayor y lleva más tiempo de perduración.
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El presidente brasileño dispone de un abanico de recursos oratorios. Se rebusca para marcar sus posiciones sin caer en la verba siempre agonal de sus colegas argentinos. Pero no es, para nada, el niño modelo que pretende la derecha argentina, que a menudo lo describe como si fuera uno de los suyos. Lejos de eso, los nodos argumentales del líder petista son muy similares a los de los Kirchner. Ayer sobraron ejemplos. Por ejemplo, cuando deslizó que tiene “adversarios que parecen hinchar a favor (“torcer”) de la crisis”.
O cuando puntualizó que los dos países están en lo cierto cuando eligen su propio camino y no el que le proponen desde otras naciones. O cuando describió el cónclave del G-20 como un encuentro donde “todos estaban a la espera de que otro dijera qué se debía hacer”. Hubo un retintín de ironía cuando el brasileño describió la humildad que campeaba entre alemanes, franceses y estadounidenses, tan distante de sus conductas anteriores.
En estas pampas es usual ningunear la participación argentina en el G-20 o atribuirla a pura chiripa. Lula, que para eso es un líder regional, la inscribe en el avance político conjunto y en la mayor presencia en los foros internacionales.
También es análoga su obsesión en estimular el consumo de los brasileños, “para que la economía gire”.
En otra coincidencia, Lula recordó que la crisis mundial pega más fuerte en otros rincones del mundo. Y que, superada la etapa en la que argentinos y brasileños “competían para ver quién era más amigo de Estados Unidos o de la Unión Europea”, su impacto en este Sur es más atenuado y merece respuestas en el carril de lo que se viene haciendo.
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A Lula se lo ve desenvuelto, en la crema de su madurez, seguro frente al micrófono, que no desperdicia en ejercicios huecos o protocolares. Sabe ser irónico y hasta un poquito burlón con el desconcierto que cunde en el Norte, sin derrapar a la agresión o al sarcasmo.
Su discurso fue un notable cuadro de situación, con definiciones ideológicas interesantes, mechado con un optimismo sobre el futuro que no es tan fácil compartir pero que vale la pena computar, viniendo de quien viene.
Los dos gobiernos de Lula fueron coincidiendo con un vuelco político en América del Sur. Este es el lugar del mundo donde últimamente han ganado gobiernos más fuerzas de centroizquierda, nacionales populares o populistas. Esa mutación fue acompasada, Lula lo registró ayer, con cambios sociales inusitados por su magnitud aunque todavía insuficientes.
El presidente invitado explicó su fe en que la salida de la crisis encontrará más sólidos a los aliados que han urdido un modo de convivencia inimaginable en su trayectoria previa. Han estado espalda contra espalda casi siempre: en las Cumbres de Mar del Plata, de Santo Domingo o de Santiago de Chile. Su unidad en la acción fue sustantiva en la existencia de un proceso colectivo de crecimiento económico y relativa paz jamás visto.
El cronista no pretende resolver en esta breve nota la compleja relación entre la determinación histórica y el peso de los líderes. Apenas dirá que, a esta altura de la soirée, suele creer en las explicaciones complejas y mestizas para la mayoría de los fenómenos. Y que compartió el aplauso que cosechó Lula en Buenos Aires. Así las cosas, sin inmiscuirse en la política interior brasileña, se permite predecir que, cuando ocurra el cercano fin de su segundo mandato, los vecinos que (casas más, casas menos) pensamos parecido a él lo vamos a extrañar.
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