Sáb 02.05.2009

EL PAíS  › OPINIóN

Tras cien años de impunidad

› Por Oscar González *

Hace cien años, el 1º de mayo de 1909, algunos miles de manifestantes obreros, sobre todo anarquistas, se concentraron en la plaza Lorea para conmemorar el Día del Trabajo. Era una soleada tarde de sábado. Cuando la multitud se retiraba, la policía montada cargó contra ella y disparó a la espalda de aquellos hombres y mujeres. Hubo ocho muertos y 40 heridos, algunos muy graves, que murieron en los días siguientes. El coronel Ramón Falcón, jefe de policía, estaba a pocos metros de allí y dio personalmente la orden de la masacre.

Ninguno de los asesinos sufrió ninguna sanción, a pesar de que el Partido Socialista, en otro acto celebrado ese mismo día, pocas horas después, lanzó una huelga general en repudio a “la masacre proletaria, exigiendo la renuncia del jefe de policía, coronel Falcón, reclamando la instrucción de un sumario y el castigo de los culpables”. Durante ocho días, 300.000 trabajadores mantuvieron la huelga. El gobierno de José Figueroa Alcorta, consecuente con su política represiva, declaró el estado de sitio, mandó ocupar la ciudad con 5000 efectivos del Ejército y mantuvo a sus esbirros en la más completa impunidad. Esa era la Argentina del Centenario para la clase trabajadora.

Para la oligarquía que entonces gobernaba, y que ya ensayaba los fastos con que se autocelebraría en 1910, en cambio, era el país “de los ganados y las mieses”, el paraíso agrario de los terratenientes que cantó Leopoldo Lugones, y que muchos proponen aún hoy como la imagen de la Patria misma, de los rentistas rurales, empeñados en resistir cualquier redistribución de la riqueza a favor de los pobres y de los marginados.

Mucha sangre de trabajadores ha corrido desde entonces en la Argentina. Tal vez baste con citar, en una nómina incompleta, la Semana Trágica de 1919, las huelgas de la Patagonia en 1921 y 1922, el bombardeo de Plaza de Mayo en 1955, la matanza sistemática de la última dictadura, los asesinatos de Maximiliano Kosteki y de Darío Santillán, ejecutados hace apenas siete años. En todos los casos, detrás de los que hacían fuego estaban los nostálgicos de esa época en la que los herederos de las familias privilegiadas tiraban manteca al techo en París y se acuñaba en el mundo la frase “rico como un argentino”, mientras los hijos de la clase obrera eran fusilados en una plaza de Buenos Aires.

Hoy, a un año de que se celebre el Bicentenario, con cada mínimo avance hacia una sociedad que no tolere la impunidad de los terroristas de Estado, que haga de la igualdad el más preciado de sus valores, que enfrente los abusos del poder económico, que proteja el trabajo, aumenta el odio de clase de los que no están dispuestos a admitir la menor limitación de sus privilegios. El centésimo aniversario de la masacre de plaza Lorea es un buen motivo para que cada uno reflexione acerca de qué país quiere que en 2010 festeje los doscientos años que habrán transcurrido desde la Revolución de Mayo.

* Ex secretario general del Partido Socialista (PS) y ex diputado socialista. Actual secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.

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