EL PAíS › OPINION
La movilización sindical, otra gente en la calle. Un acto como los de antes. La lógica política de Moyano. La dispersión de la clase trabajadora y los límites de la CGT. Los nuevos sujetos de la protesta. Y un diálogo golpista entre dos referentes de la derecha.
› Por Mario Wainfeld
Hugo Moyano se dio un lujo inusual para un líder cegetista. Fue el promotor, el centro y el único orador de un acto “de otra época”: una multitud, con abrumadora mayoría de trabajadores ocupados. Seguramente sólo Saúl Ubaldini alcanzó marcas similares, hace más de dos décadas.
Moyano demostró, una vez más, que tiene capacidad para llenar las calles, un arte esquivo para casi todos sus colegas sindicalistas. También está fuera del alcance de la pléyade de partidos políticos que hay en plaza, mediáticos por sagacidad pero también por impotencia para ganar la calle. El secretario general de la CGT dominó el espacio público para emitir mensajes al interior de su propia central, al kirchnerismo y al conjunto de la sociedad.
Moyano es un personaje polifacético, con debilidades y zonas oscuras, pero también uno de los pocos que ha sostenido una línea política clara frente a las patronales y a la lógica de la derecha o centroderecha autóctona, en sus variadas vertientes (el menemismo, la Alianza, la actual coalición panradical, el properonismo). El jueves, expresó un apoyo sin fisuras al oficialismo nacional fundado en los logros conseguidos por los trabajadores, expresados en un conjunto de leyes y en avances económicos.
El impacto electoral de la movida no será lineal ni automático, si es que llega a ser. Los trabajadores, hace bastante tiempo, no siguen con su voto a sus conducciones sindicales, máxime cuando mejora su ecuación económica social. Los estudios y la praxis de los últimos años comprueban esa premisa. Pero es imposible negar que “la calle” o “la Plaza” algo expresan en democracia. Una concurrencia de ese porte ratifica que la propuesta del orador tiene un peso, difícil de tabular pero imposible de negar.
Los medios dominantes hicieron lo imposible por ningunear o distorsionar la movilización. Durante días alertaron que se venía un desafío al oficialismo, tratando de acomodar los hechos a sus anhelos. Las transmisiones radiales y televisivas en vivo se desesperaban para conseguir una pelea, un mini San Vicente como anhelo supremo, unas piñas entre los muchachos como premio consuelo. Las consabidas alusiones a la “extrema tensión” fueron recurrentes durante las horas previas. Pero, en esta ocasión, los organizadores revieron la incompetencia suicida que fue el traslado definitivo de los restos de Juan Domingo Perón. Cuando se convoca a trabajadores organizados y encuadrados, cuando se restringe el protagonismo de barras bravas y marginales, las perspectivas de convivencia son muy altas, tantas como para dejar a los detractores con un palmo de narices.
Así y todo, las descripciones de los on line tuvieron lo suyo. La Nación contó que “miles de gremialistas” se encolumnaban hacia la cita. No eran ciudadanos, ni mucho menos “gente”, ni siquiera “laburantes”, “apenas” gremialistas. Si existieran en tamaño número sería el momento de exhumar y resignificar el concepto de “burocracia sindical”.
Para otro medio virtual, los asistentes fueron “llevados” por Moyano. No se movilizaron, no tienen voluntad política ni libre albedrío. Un discurso dominante ningunea a los trabajadores, a tono con una atmósfera clasista.
Si usted no cree del todo en esas pinturas, lector, eche una cuenta sencilla. Más de cinco cuadras de la “avenida más ancha del mundo” abigarradas, según todas las crónicas y las imágenes panorámicas. Son más de cincuenta mil metros cuadrados y es un dato que en las marchas de trabajadores la (ejem) gente se amucha más que en otras manifestaciones, calcule ochenta mil cuerpos por debajo de las patas.
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Altri tempi: La CGT se formateó en tiempos irrecuperables: estado benefactor, pleno empleo y altísima tasa de afiliación sindical. Los redondeaba un hecho exótico en países del Primer Mundo y también en casi todos los vecinos: como tendencia, el que tenía laburo podía parar la olla. Esas características, ay, se desbarataron hace más de veinte años y acaso no regresen más. Como mínimo, no reflejan el actual mapa social argentino. La clase trabajadora no está contenida en el movimiento obrero organizado, cuyas propuestas e imaginario se constriñen al universo de las personas con empleo. Los desocupados, los que trabajan de sol a sol sin conseguir estabilidad ni acceso a dignos niveles de vida son millones, sin cobijo ni proyecto en la concepción laborista de años idos.
Algunas movilizaciones kirchneristas en Plaza de Mayo pusieron en escena ese universo: los que cobran con sobre, tienen paritarias, obra social y perciben asignaciones familiares, de un lado. Por otro, hasta en el reparto de espacios geográficos de la Plaza, un colectivo más fragmentado y desamparado. En la 9 de julio predominó, en forma casi exclusiva, el sector más tutelado de la clase trabajadora. Hubo excepciones, bien descriptas por el cineasta David Coco Blaustein en un análisis difundido en estas horas. Dice Blaustein: “Quizá acostumbrados a la presencia y casi hegemonía de los movimientos sociales en más de una década, llamó la atención cuando a esas columnas de obreros industriales y trabajadores de cuello blanco se cruzó una columna del Movimiento Evita. Dentaduras, vestimentas y colores de piel decían a las claras de ganadores y perdedores de estos últimos 15 años. Pero ahí estaban compartiendo la misma plaza. Y marcando a los gritos lo que aún falta por hacer”.
Cuando el variopinto conjunto de trabajadores copa la calle, se notan diferencias de nuevo cuño, comparables en alguna medida con las vigentes antes de los 40, aunque con matices. “Lo que falta por hacer” es asumir que las políticas keynesianas, en fases de ascenso o defensivas, no se bastan para abordar la nueva problemática de la clase trabajadora.
El crecimiento chino, por lo demás, es cosa del pasado. Los próximos años (digamos, los que restan del mandato de Cristina Fernández de Kirchner) serán de restricciones, en el mejor de los casos el PBI crecerá pocos puntos porcentuales. Si en el trance de bonanza, con políticas pro operarias aunadas al crecimiento de la base y el poder sindical, no se suturaron esas asimetrías, es largamente hora de pensar en nuevas herramientas para irlas reparando.
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Significados: Este 1° de Mayo fue en el mundo una jornada de protestas y reclamos, muchos de ellos reprimidos con violencia. En la 9 de Julio campeó el apoyo al Gobierno, que defiende con uñas y dientes los empleos existentes. La caída de la economía global, así sea por ahora, golpea menos en estas pampas, en las que el oficialismo defiende sus logros más patentes: los puestos de trabajo generados, la mejora del ingreso de los asalariados, la existencia de instituciones laborales.
La diferencia entre jornada de lucha o de apoyo es una proverbial dicotomía entre el peronismo y fuerzas de izquierda. La liturgia justicialista transformó los 1° de Mayo en días de fiesta, ganándose el reproche de haber sedado o manipulado la conciencia de los laburantes. Esa querella, como tantas otras, se propagó al interior del peronismo en los ’70. En el ’74, Juan Domingo Perón programó en el Día del Trabajo una remake de esas jornadas festivas, desde la JP le corearon “no queremos carnaval/asamblea popular”. Hubo tarjeta roja y retirada masiva de la Plaza de Mayo.
El aval de Moyano al oficialismo revitaliza esas polémicas, esa praxis.
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Con lógica y derecho: Moyano afronta disensos y movidas de piso en la CGT. Muchos de sus compañeros lo cuestionan por razones variadas, entre las cuales sobresalen su falta de visión estratégica. Asimismo, le reprochan ser más eficaz en (y más dedicado a) la defensa de su gremio que a la del conjunto del movimiento obrero. Desde afuera se le cuestionan sus desplantes, a veces justificados por la lucha distributiva y a veces exagerados por su inusual desdén por los valores medios de la opinión pública. Como sea, es un líder sectorial, seguramente no de toda la clase trabajadora sino de su segmento mejor posicionado. En estos años, la correlación de fuerzas con las patronales ha mejorado, tanto como la condición de los asalariados formales. Desde su sitial habló, a su modo entre sencillo y rudimentario, con toques de pimienta, incluidos algún mensaje elíptico sobre Nacha Guevara.
El aval de las centrales sindicales a fuerzas políticas es una constante mundial, acá se la sindica como una desviación folklórica. Las corporaciones expresan intereses tangibles y bancan a quien mejor lo defienden según su criterio, acá o en Francia, Estados Unidos o España. El senador Gerardo Morales se indigna sin derecho ni razón clamando contra una ONG que explicita su oficialismo, mientras su histórico partido (entre tantos otros) mendiga por candidaturas de emergentes de ONG patronales, las agropecuarias. Discrimina entre organizaciones no gubernamentales de distintas clases, tout court.
Los boinas blancas no son originales. El archipiélago de partidos que conforman el Frente del Rechazo no mira al espacio de los trabajadores. Los neoperonistas Francisco de Narváez, Mauricio Macri y Felipe Solá se conforman con tener de su lado al secretario general de los trabajadores rurales, Gerónimo Venegas, cuyo sector bate records de trabajo en negro y explotación infantil. El Momo Venegas, hace un ratito, empapeló paredes mocionando “no jodan con Perón” a quienes querían evaluar judicialmente los crímenes de la Triple A. Amarillo y macartista, con los colores de PRO.
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Las otras protestas: El revival de viejas movilizaciones viene apareado con revalorizaciones de la protesta sindical. El conflicto laboral creció en estos años, en magnitud y eficacia. Pero este siglo tuvo otros protagonistas en la calle. Los movimientos de desocupados signaron su inicio, mas limitaron su relevancia con el cambio de paradigma productivo. A los ojos del cronista, la gran novedad del siglo en materia de protesta es la apropiación de la acción directa por organizaciones formadas por gentes de clases medias y altas, que tuvieron un grado de incidencia enorme en las políticas públicas. Los ahorristas damnificados por el corralito fueron pioneros, durante la administración de Eduardo Duhalde. Forzaron cambios de legislación y una jurisprudencia muy atenta a sus intereses.
Los gobiernos de los Kirchner vieron crecer a esas “minorías intensas”, agrupadas en torno de reclamos muy específicos, sin historia previa. Juan Carlos Blumberg, los familiares de las víctimas de Cromañón, los vecinos de Gualeguaychú y las corporaciones del agro fueron los más potentes. Todos consiguieron resultados políticos impactantes. Vaya una reseña, a vuelo de pájaro.
- El padre de Axel impuso cambios regresivos en las normas penales y ejerció un tremendo (sí que efímero) liderazgo personal. Fue el único caso de un referente tan personalizado y también el caso en que el kirchnerismo optó por una táctica más compleja y envolvente.
- Los familiares de Cromañón lograron la destitución del jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma, un hecho institucional enorme, con nulos precedentes locales o foráneos. De paso, le asestaron un golpe grande al proyecto transversal desbaratando la presencia de un aliado del Gobierno en un distrito relevante.
- Los asambleístas condicionaron la política exterior, induciendo al penoso conflicto con el Uruguay. Néstor Kirchner trató de encauzarlos y contenerlos al mismo tiempo, enarbolando sus banderas, con resultados poco estimables.
- Las corporaciones agropecuarias dominaron la escena durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, fueron clave en la reconfiguración de las alianzas. Las próximas elecciones medirán su influencia, ya es un dato que será alta.
Y ya que las evocamos, vamos a la escena de la semana.
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Mariano y Hugo: “Esto es lo que te quería escuchar”, le espetó Hugo Biolcati a Mariano Grondona, en el espacio de cable del editorialista. Es un programa de baja audiencia, lo que quizás propició su extrema sinceridad. La imagen fue reproducida en YouTube, en todos los programas introspectivos de la tele (que son muchos), el lector seguramente ya las vio. Dos viejos cofrades compartían ilusiones. “Mariano” imaginó que Cristina Fernández no terminará su mandato. Ahí está Cobos, se congratularon ambos. “Cobos, ese que ahora es radical”, subrayó Biolcati. El vicepresidente, tan diligente para opinar sobre temas institucionales, no juzgó conveniente mechar un bocadillo sobre esa proclama golpista, que lo computa como actor principal.
Se ha debatido sobre el clima destituyente, se lo ha negado con obstinación. La confesión de parte, grabada por añadidura, no destruye esa capacidad negatoria expandida. Varios periodistas explican que Biolcati y Grondona son personajes marginales. No hay tal. Uno de los contertulios sarcásticos integra el conjunto de corporaciones hegemónico en el espacio público desde 2008. El otro es editorialista de un importante diario: ambos pronosticaron, impulsaron y luego reivindicaron todas las dictaduras de los últimos 54 años, por decir los menos. Y fueron opositores a todos los gobiernos nacionales y populares de que se tenga memoria.
No es banal la cachazuda confianza de dos personajes que saben de lo que hablan y que defienden intereses minoritarios, acaso por eso mismo más fáciles de sintetizar y representar.
El oficialismo acude a un discurso extremo, zarandeando el riesgo de ingobernabilidad en caso de una derrota. Su táctica es clásica de los oficialismos, por doquier. A los ojos del cronista no es la más atinada o deseable: pura defensiva, escasa alusión a rumbos futuros. Un mensaje afincado en el pasado, así fuera reciente. Esa opción es controvertible, acaso se formula de modo tremendista, no está descaminada en sustancia.
Es extraño, cuando se habla de escenarios de inestabilidad institucional se carga toda la romana del lado del oficialismo. Sólo su ofuscación podría causarla, dice un extendido sentido común. Sin embargo, no se conocen procesos de desestabilización que carezcan de adalides opositores, la experiencia histórica provee ejemplos por doquier. En la Argentina actual, una oposición dispersa, incapaz de unificar personería, creció al calor de la protesta más salvaje que haya soportado gobierno democrático alguno, a cuya zaga fueron tantos dirigentes políticos, entre ellos unos cuantos ignotos por entonces, hoy taquilleros.
Con ese cuadro, la perspectiva destituyente, que sinceraron (sin que nadie de sus entornos los refutara) dos referentes de la oposición con mayores virtualidades electorales da qué pensar. Aunque pensar no sea un menester cotidiano, en estas pampas feraces y, con frecuencia, feroces.
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