EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Hace unos meses, este cronista le preguntó a un importante funcionario del Gobierno, bonaerense y ligado al “armado” él, si el ex presidente Kirchner sería candidato. “Póngale la firma, lo único que nos queda por resolver es el perfil de campaña.” Y añadió: “Tiene sus riesgos, pero creo que vamos a tener que llevar a Néstor al living de Susana”. Lo decía como quien alude a reestatizar YPF, una decisión densa, estratégica. El dilema lo dilucidó Susana Giménez, la diva vuelve al aire recién después de las elecciones, no hay living posible.
Hace mucho que los candidatos se adecuan a los formatos mediáticos, cediendo terreno. En esta semana se vio un nuevo declive: uno de los temas centrales de análisis político es el “Gran Cuñado”. Una recorrida amigable por varios espineles partidarios revela que todos están pendientes del show de Marcelo Tinelli. Protagonistas que no están representados por los imitadores malician que pierden más de lo que ganan, suponen que es mejor ser tomado en solfa que ser calificado como poco interesante para el público masivo. Los que sí están escrutan los libretos, se comparan con los demás. Y se preguntan si les conviene ser nominados pronto para salirse de la escena o si es mejor ser gastados más tiempo, porque eso les da visibilidad. Se pone la lupa sobre los diálogos, sobre el conductor. Aníbal Fernández detecta que hubo un maltrato especial a la Presidenta, lo comenta por radio. Elisa Carrió pronuncia un discurso elaborado en su lanzamiento, invoca a Raúl Alfonsín y Leandro Alem, pero no se priva de mencionar a su clon en ShowMatch, en sus palabras de cierre.
En febriles comités de campaña, se disecciona: ¿existe favoritismo del conductor o manipulación de las llamadas telefónicas?
El periodista Marcelo Stiletano explica en La Nación que las primeras nominaciones no pudieron hacerse recogiendo mensajes de los televidentes, porque el programa estaba grabado con antelación. El aporte es interesante, pues da robustez informativa a un dato ineludible: la tele no emite verdad, es toda fantasía. Un género la domina, es el reality show en diversos formatos, anche en los informativos pretendidamente serios. Era absurdo pedir fallos justos en Titanes en el ring, es ilógico pretenderlos en Tinellilandia. Nadie suponía que los referís de la troupe de Karadagian eran árbitros de veras, como Baldassi o Castrilli, también es trucha la apelación al público.
En el nuevo formato de la telepolítica se exacerba una tendencia, pues el emisor es amo y señor. Los protagonistas juegan de afuera, igual se interesan, basados en que es insensato ignorar 36 puntos de rating. Seguro, pero quizá sería sensato ponerse al costado de un formato que está monopolizado por el dueño del micrófono.
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Antaño, los políticos se valían de la radio o la tevé. Las usaban como altavoz, como mecanismo propagador de su palabra. Franklin Roosevelt, Charles de Gaulle, Winston Churchill, Juan Domingo Perón entre tantos llegaron a millones valiéndose de ese recurso. El mecanismo multiplicaba su difusión, forzaba a alteraciones de estilo, pero no lo desvirtuaba. Hoy día, Hugo Chávez o Rafael Correa mantienen esa praxis.
En las décadas del ’80 y del ’90 la televisión indujo nuevas formas de presentación; los políticos se amoldaron a ellas. Carlos Menem fue de los primeros en anoticiarse y de los mejores para desempeñarse. Bailar en Grandes valores del tango o intercambiar pullas con su imitador Mario Sapag fueron algunas de sus innovaciones. Las tertulias con Susana o Mirtha también estaban a la orden del día, pero en el fondo son variables de entrevistas, un género clásico. Ser un personaje de la tele antes que un propagador de ideas o propuestas fue un cambio cualitativo.
Y, con todo, era todavía el personaje el que primaba, ingresando por vías laterales. Se ponía el cuerpo, en el dos por cuatro o metiéndose a la cama con Moria. En el “Gran Cuñado”, todo es virtualidad.
Con las amplias licencias que le caben al humor político, sumadas el peso del multimedios que lo propaga, “Gran Cuñado” es un dispositivo de poder. Difícil que en una contienda tan polarizada no se vuelque a favor de un sector político. Eso no debería sorprender ni indignar, el humor político no es usualmente neutral. Lo que tal vez sería interesante es que los dirigentes advirtieran el sesgo antipolítico que tiene el programa y que, más allá de su alineamiento contingente, degrada el espacio común.
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En el terreno más convencional, un sosegado Néstor Kirchner hizo su presentación en La Plata. Tradicional fue la cuidada estética del acto, que tiene su dosis de cábala. El orador se mostró contenido en las formas, estuvo muy emocionado al principio, pero se guardó mucho de alzar la voz. Habló una hora, reseñó los logros de su gobierno, “puso enfrente” a los nostálgicos del neoliberalismo. Dedicó bastante más tiempo a cuestionar a los panradicales que a los neoperonistas, aunque éstos también ligaron su parrafito. Pidió apoyo para seguir, elogió a su gente, citó a Perón alguna vez. Nacha Guevara había innovado mencionando a John Lennon en un mensaje a un público peronista, recordando una línea de “Imagine” (“Ustedes podrán decir que soy un soñador/pero no soy el único”). Hubo poca fanfarria justicialista. Igualmente el tono, las presencias, el fervor al entonar la marchita dieron el tono de un encuentro peronista, bastante más que en anteriores presentaciones de Kirchner. Las consignas que lo acompañaron fueron mayoritariamente añejas, desde “Patria sí, colonia no” hasta autocelebraciones de la Juventud Peronista (“somos de la gloriosa...”) que ya tienen 25 años.
En pendant, en el primer acto de Elisa Carrió primó liturgia radical, con marcado énfasis en el alfonsinismo y elipsis sobre la Alianza. Las consignas también son añejas, como aquélla de “volveremos a ser gobierno como en el ’83”. Los aliados socialistas tuvieron pocas menciones, lo que los ranqueó mejor que a Julio Cobos, ignorado por Lilita y por los restantes oradores.
En tanto, Francisco de Narváez produce una campaña puro formato, spots delicados, trabajadas presencias en radios nacionales y locales y una oquedad difícil de superar. El más posmoderno de los postulantes es el millonario que “viene a ayudar”.
Quedan 45 días y para todos es muy difícil atraer la atención del soberano. Seguramente ayer el rating de Defensor-Boca goleó a la tenida del Teatro Argentino. Y del “Gran Cuñado”, mejor ni hablar. Encontrar el resquicio para hacerse oír y escuchar, menudo desafío para los que compiten por el voto popular.
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