EL PAíS › OPINION
› Por José Luis Petris *
La “visita” de Carlos Menem a la casa de “Gran Cuñado” no fue una humorada más. Tuvo, y tiene, la fuerza de un hito. Este hito lo construyen tres caricaturas. La primera: “Gran Cuñado”. El segmento de Showmatch es una gran caricatura de los políticos y de buena parte de la política actual. Lo es en su forma más brutal: la extrema exageración de muy pocos rasgos de los caricaturizados, una manera bastante hosca de representarlos. Esta minimización de rasgos de las caricaturas de “Gran Cuñado” tiene poca posibilidad de influir en la valoración previa que se posee de los políticos (así apenas) bosquejados. De Narváez como el hombre común que ríe, o D’Elía como quien odia, o Cobos y su apesadumbrada duda, o Moreno y su calculadora, en recepción sólo confirman prejuicios y/o generan rechazos según qué se piense desde antes sobre ellos. Dicho en términos electorales, sólo en los indecisos, que en general son los menos politizados de nuestra sociedad, “Gran Cuñado” puede tener peso realmente político. Una buena caricatura, una caricatura más compleja, con más matices, consigue generar consecuencias políticas más extendidas. Porque no debe pasarse por alto que el humor político es siempre político. Hacer humor sobre la política siempre es una intervención política en la sociedad. El arte que a veces acompaña al humor político tiene en sí un estatuto siempre secundario, aun cuando la fuerza política de ese humor provenga de él. En el momento de vigencia de ese humor político su dimensión artística es siempre mera herramienta (política).
La segunda caricatura: Menem. La más cruel, por ser involuntaria. Utilizando la diferenciación clásica que hizo Freud entre el humor y el chiste, mientras el último significa reírse de alguien, de otro, el humor es reírse de sí mismo, con uno mismo. Toda caricatura es por su naturaleza chiste. Toda caricatura se ríe de otro. ¿Pero qué ocurrió con la presencia de Carlos Menem en “Gran Cuñado”? Se podría pensar en términos de humor que Menem se rió de sí mismo. Pero además fue objeto de chiste de todos sus anfitriones. Menem se rió de sí mismo y todas las caricaturas se rieron de él, no con él.
Puede creerse que siempre es así cuando un político acepta participar en un programa humorístico, pero no es cierto. Cuando Mario Sapag invitaba a políticos a su programa televisivo estando él caracterizado como sus invitados, el ejercicio era claramente de humor. Cuando Tinelli recibió a políticos anteriormente, el tratamiento no siempre fue igual: fue más humorístico cuando en los ’90 lo visitó Menem, y más claramente jugado al chiste en la recordada participación de De la Rúa, por ejemplo.
Menem entró a “Gran Cuñado” y todos se rieron de él, hasta él mismo. Pero no estuvo Menem en “Gran Cuñado”, quien estuvo fue su caricatura. Sus anfitriones así lo trataron, reforzando la construcción. Por ejemplo, la caricatura de rasgos exagerados de Cristina Fernández jugó a no reconocer los rasgos “exagerados” de Menem, entonces lo “confundió” con Pipo Mancera, y luego con Gogó Andreu. Y en ese clima fue que Menem habló de la avispa. Reconoció en ese espacio de ficción lo que nunca se animó a decir en la realidad: que se trató de un implante capilar. Mientras lo hacía, la caricatura de Cristina escrutaba fijamente su nuca para descubrir la costura, la costura de toda caricatura.
Menem fue involuntariamente su propia caricatura, y aún más cuando discutió “en serio” con la caricatura de Kirchner acerca de quién había gobernado mejor. El chiste más cruel fue también involuntario: la ratificación que Menem hizo de su postulación para la presidencia en el 2011, hecha formalmente por su “caricatura”, entre caricaturas, con algunos problemas de equilibrio, sin rasgos claros que permitieran diferenciarla de la respuesta que le dio a la caricatura de Cristina cuando ésta le propuso ser su vicepresidente.
Y finalmente la tercera caricatura: la del símbolo de una época. La participación de Menem en “Gran Cuñado” fue y es la caricatura de toda una época de la política argentina que comenzó en los ’90 y que se resiste a concluir. Algunos la llaman “tinellización”, otros farandulización, y en ella también deberíamos agregar la lógica de Caiga quien caiga. Se trata de la mezcla y confusión de campos de desempeños, los de la política y el periodismo con los del espectáculo y el humor. Mezcla que en sí no tiene nada de criticable, pero que al confundir y desjerarquizar espacios degrada a la política (y al periodismo) cuando el mejor interlocutor político de un funcionario es un humorista, cuando la más sincera declaración política ocurre en espacios de ficción, cuando se les quita importancia o se les niega estatuto a los espacios más institucionales reemplazándolos por las luces o las rutinas del espectáculo, cuando las caricaturas no hablan sobre los políticos sino que directamente los reemplazan. Menem en “Gran Cuñado” fue esencialmente la caricatura de la política que fue convertida en caricatura durante los ’90. Y lo fue con sus dos grandes símbolos: Carlos Menem y Marcelo Tinelli. Fue una feroz crítica (¿voluntaria?) a la peor política.
La visita de Carlos Menem a “Gran Cuñado” es un hito en la biografía política del ex presidente: el cierre de una triste parábola, la del político jugando con su poder en el espectáculo de los medios, finalmente reemplazado en los medios por su propia “caricatura”. Es también un hito para la relación política-espectáculo: no se puede aventurar el fin inmediato de una, esta, época; pero sí descubrir su momento más desnudo, más descarnado, el de la política burlada, con poco o nada de humor.
* Semiólogo, profesor del IUNA y la UBA.
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