EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
En el acre día después de la derrota, Cristina y Néstor Kirchner formularon declaraciones públicas, de las que se informa en detalle en notas aparte (ver páginas 2 y 3). Las dos movidas apuntan a objetivos similares. Seguramente el primero es probar que están en acción, que superaron el estado de shock y que manejarán con serenidad el nuevo escenario. Asimismo, dieron cuenta de la derrota (Kirchner en mayor medida, como se dirá), procurando achicar su dimensión. Un mix de realismo y autopreservación. También hubo voluntad de intervenir en el espacio mediático, naturalmente monopolizado por los ganadores de una jornada aciaga para el oficialismo.
Kirchner protagonizó la jugada más fuerte, la renuncia a la presidencia del PJ. En un trago amargo y sensato, cargó en su mochila la derrota bonaerense. Al delegar el cargo en Daniel Scioli le insufló protagonismo, que no compensará del todo su rol de socio en la caída, pero que lo dispensa de las mayores responsabilidades.
Al gobernador le cabrá la dura tarea de tejer relaciones con la primera línea de la dirigencia pejotista, en especial con los mandatarios provinciales. Varios de ellos ganaron las elecciones con holgura y consideran que ese patrimonio debes darle mayor voz y voto en el PJ, acaso también en el Gobierno. Mario Das Neves (el más lanzado a la presidencial, según expresó en palabras y carteles un par de veces), José Alperovich, Jorge Capitanich y José Luis Gioja, que prevalecieron por goleada, tienen ambiciones para el 2011. En ese tránsito exigen “mesas” más amplias y amigables cuanto antes. Han venido dialogando entre ellos antes de los comicios, que emprendieron con harta independencia táctica de los Kirchner. La resurrección del PJ, en grado de paridad, es música para sus oídos.
Scioli tendría más manija si Kirchner lo hubiera dispensado de su esfuerzo “testimonial”, pero algún poder conserva.
Su vocación por el diálogo y la onda zen, que es su segunda naturaleza, lubrican la relación con compañeros que acumulan rezongos contra los Kirchner por el centralismo del Gobierno y por su poca atención a los quinchos partidarios.
Scioli arrancó llamando a su vencedor Francisco de Narváez, una señal que es valorada en general por “la gente” que mira por TV, con buenas razones. La cortesía no suple al toma y daca por intereses pero endulza su preámbulo.
Kirchner dio un paso al costado, algo que le cuesta mucho y que seguramente resintió la imagen de la presidenta en estos años. Su afán, según sinceró a varios gobernadores a los que llamó, es desprenderse de las estructuras del PJ para tener juego propio, amén de acrecentar el potencial de “Daniel”. Prometió seguir comprometido con “el proyecto” y consagrarse a un armado político que lo defienda. No precisó (seguramente adrede) si eso alude a ir ser una línea interna del PJ o a configurar una fuerza por afuera para el 2011. Su retiro distiende a la dirigencia peronista y va en el rumbo más sensato que le permite un tablero complicado: un new deal los poderes territoriales, en aras de la gobernabilidad. Los reclamos de los compañeros “gobernas” ya se conocen. El primero es la ley de coparticipación, de casi imposible concreción por el endiablado consenso que requiere pero irrenunciable en el discurso. El segundo es el rediseño de las leyes de emergencia económica y de impuesto al cheque con retoques que favorezcan a las provincias, en metálico se entiende. Esa discusión puede darse cuando se analice el presupuesto de 2010. El tercero es tener más participación en las decisiones generales y aún en el reparto de capital simbólico.
Será necesario que Scioli transmute su buena onda en encuentros con oreja y agenda abierta para conocer los pliegos de reclamos y el humor de los gobernadores a los que sumará, en rol estelar, Carlos Reutemann. De momento, “Lole” saludó el ascenso de Scioli, describiéndolo como un hombre de diálogo, una diferenciación positiva respecto de los K.
En paralelo, Kirchner confidenció a los “gobernas” que hay que dialogar y elaborar consensos con “Lole” pero no resignarse a su candidatura, sino tratar de construirle una alternativa.
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Tomar la palabra: La Presidenta dio una conferencia de prensa, atendiendo un recurrente reclamo o reproche de medios y periodistas. El formato fue amigable, aunque Cristina Fernández propenda a dar respuestas prolongadas que limitan el número de preguntas (y de participantes) y a regañar a los cronistas por su desempeño. La mandataria detalló la suma total de votos en el territorio nacional, para probar que el Frente para la Victoria es la primera fuerza. También relativizó el impacto de la pérdida de bancas en Diputados y en senadores. Circunscribió así el alcance del voto castigo del domingo, seguramente lo subestimó. Con una sonrisa, felicitó a los vencedores del comicio, a todos, y asumió que el mandato de las urnas debe ser honrado por los representantes del pueblo. En promedio, más allá del estilo, promedió una razonable asunción de lo ocurrido, con rebusques para bajarle un poco el precio.
No hubo anuncios relevantes o, más bien, no hubo ninguno. Desestimó la posibilidad de nuevas tratativas con el Fondo Monetario Internacional, aclarando que la reformulación del FMI es “más ruido que nueces”. Gambeteó planteos sobre ofertas de pago al Club de París, tirándole la pelota al Parlamento, siendo que esas iniciativas emanan, usualmente, del Ejecutivo. Negó la posibilidad de cambios de gabinete, más allá del impuesto por la renuncia de la ex ministra de Salud Graciela Ocaña. Ese interrogante, en una conferencia de prensa es un brete, salvo que la respuesta sea un “sí” tajante. Los periodistas no deben dejar de formularlo aunque el entrevistado tiene que negar que pueda ocurrir. Como en medidas económicas fuertes admitirlo tiene un efecto disruptivo. Un “por ahí” de la Presidenta hubiera detonado chismes, ataques de paranoia o de ansiedad en Palacio, forzando especulaciones en los medios. Más allá de que las reglas de juego no daban cabida a otra contestación y que el cambio no se husmea en el aire, el oficialismo debe contemplar relevos en su elenco. Es un recurso clásico para recuperar oxígeno, regenerar escenarios y motivar expectativas. Agrega pilas, si se hace bien. La gestión oficial no atraviesa un tramo muy lucido. La magra renovación del Gabinete en la transición presidencial fue un error originario. Los pocos cambios que produjo Cristina Fernández le restaron densidad a su equipo de gobierno, tendencia que se agravó con la salida de Alberto Fernández y de Martín Lousteau. La mudez de Carlos Fernández es un bajón, que resta autoridad al gobierno, huero de palabra autorizada en materia económica. Y en otras áreas... Autoridad que, sin duda, necesitará a raudales en los días por venir.
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Compañeros de ruta. La pareja presidencial exaltó de diferentes maneras la emergencia de dos fuerzas progresistas en las elecciones. Cristina elogió el desempeño de Pino Solanas, se alegró porque es un crítico “de las cosas que nos faltan” y anticipó la posibilidad de acuerdos futuros en el Congreso. La respuesta cuestionadora de Pino no se hará esperar, claro. Pero la intención de la oradora fue encuadrar al FpV en el espacio de centroizquierda, en congruencia con su lectura del veredicto electoral como un éxito de la derecha.
Kirchner llamó por teléfono a Martín Sa-bbatella, lo felicitó por las dos bancas que obtuvo en Buenos Aires, lo trató con tono afectuoso. Los dos inquilinos de Olivos rectificaron la narrativa oficial que descalificaba a Solanas y Sabatella por “quitarle votos” al kirchnerismo y reescribieron en clave positiva su entrada al Congreso.
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El malón campesino: La Presidenta, en los largos tramos que aplicó al diagnóstico electoral, afirmó que la dirigencia agropecuaria no salió fortalecida, porque la mayoría de sus candidatos perdieron. Como chicana, es aceptable, como lectura de la realidad sería fatal. Un revés electoral que se expandió por casi toda la geografía nacional, por ciudades grandes y pequeñas, por surtidos estamentos sociales no se deja explicar por una causa, debe tener varios motivos dignos de analizar. Pero, de cajón, “el campo” ya batió dos veces al Gobierno, cuando se debatió la resolución 125 y el domingo pasado. Todas las provincias de la Pampa húmeda que fueron epicentro de la revuelta votaron contra el oficialismo, en el padrón general y no sólo en el interior que le dio la espalda con mayor fervor.
Además, los ruralistas entrarán al Congreso en cantidad jamás vista. Pero no finca ahí su fuerza, sino en el apoyo irrestricto y militante que le prodigan los fortalecidos partidos de la oposición. La hipótesis de la reedición del enfrentamiento por las retenciones a la soja, en un contexto de mayor debilidad del Gobierno, es una amenaza cierta a la estabilidad institucional. La dirigencia corporativa rural ha demostrado sus reflejos autoritarios en la campaña, cuando debía refrenarlos un poco por razones de imagen. Las arengas de Hugo Biolcati y Alfredo de Angeli fueron sinceras y tan reveladoras como las agresiones cometidas por dirigentes de primer nivel. Ahora, que la corrección política es menos imperiosa, habrá que ver cómo obran.
La reposición de ese debate es parte del legado del domingo. A la oposición, hasta acá seguidista y cómplice de la desmesura de los ruralistas, le cabe el reto de ser responsable en sus iniciativas. Hacerse cargo de su cuota de responsabilidad para mantener la gobernabilidad. Hummm.
Las corporaciones patronales industriales también acechan en pos de devaluaciones brutales (doctrina Mendiguren), rebajas salariales al estilo noventista (doctrina Techint) y, en general, una revisión (a la baja) de las conquistas laborales de los últimos años (doctrina AEA-UIA).
En ambas ofensivas se alegará que fueron validadas en el plebiscito electoral. Para enfrentarlas el Gobierno debe insistir en lo que hizo ayer: rearmarse, mostrar serenidad y reconstituir su relación con los gobernadores y el PJ. Esas correcciones no bastarán si no explicita un plan de coyuntura, no abre espacios de diálogo y participación (¿qué es de la vida del Consejo Económico y Social?). Y si no mejora su equipo, para enfrentar con renovados bríos meses difíciles.
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