Lun 06.07.2009

EL PAíS  › OPINIóN

Torcer el destino

› Por Eduardo Aliverti

A medida que pasan los días, hay tres aspectos que sobresalen con nitidez tras el resultado de los comicios. Con diferente graderío, claro.

El primero parece (es) una tontería y sin embargo debe repararse en él: el oficialismo perdió las elecciones, categóricamente. La lectura numérica pelada le da que conserva la primera minoría, bien que porque la oposición está dividida. Pero si la visión es interpretativa no tienen manera de zafar, aunque se empecinen en lo contrario. Los K perdieron en todos los distritos principales; en todo el centro de la República sojera; en números del conurbano bonaerense que no llegaron a compensar la caída en el resto de la provincia, aun cuando se sumasen todos los votos de los candidatos a concejales que presuntamente guardaron para sí los barones del PJ con desmedro de los postulantes a diputados del kirchnerismo (ver la nota de Fernando Krakowiak en este diario, jueves pasado). Los K perdieron en Santa Cruz... para que Cristina no tuviese mejor ocurrencia que advertir sobre su triunfo en El Calafate, al más patético estilo de la rata cuando señaló que había ganado en Perico. Esto sería lo de menos, porque podría tomarse como un chascarrillo cáustico, si no fuera porque la Presidenta apareció el lunes con cara y postura de “aquí no ha pasado nada” y al cabo de que su marido, tras digerir una caída impensable, moviese rápido la ficha de Scioli ¿sin tomar en cuenta? que en el peronismo ningún derrotado queda con derechos. Es sólo por esto que vale ratificar la obviedad de que el kirchnerismo perdió.

El segundo ítem ya empieza, sí, a complicar el contexto. Tanto o más claro que lo anterior es que todo lo que quedó como presidenciable y/o muy expectable, hacia 2011, es de derecha. No entremos en disquisiciones de matices. Reutemann, Macri, De Narváez, ¿Solá?, ¡¡¡Cobos!!! Hacia la izquierda, pero con límites distritales, lo único que aparece es Pino, con su extraordinaria performance en Capital; Sabbatella, habiéndose hecho un lugar a golpes de honestidad y eficiencia de gestión; y hasta diríase que Heller si se anota que tocó el 12 por ciento con el pejota de Capital jugándole entre la indiferencia y en contra. Ninguno de los tres cotiza, si es que hablamos de los macro-rumbos nacionales. Pero volvamos. ¿Desde dónde fueron favorecidos los victoriosos? Ganó la derecha, está bien, pero, ¿porque se la usó o porque se la votó?

Si la respuesta es la primera, querría decir que una parte bien reveladora de un grueso social y mayoritaria, en los números, si se suma al peronismo conservador y a los conservadores antiperonistas, agarró lo que tenía más a mano para destruir a los Kirchner. Fue así por razones que van desde el gorilismo histórico de algunos sectores medios hasta el rechazo ya visceral, anímico, por las características crecientemente insoportables de los K. La soberbia permanente. El creerse que el país se puede manejar como si fuera una estancia santacruceña, con fieles capataces. El espíritu confrontador permanente, sin una media tinta jamás (hablamos de cómo regularlo, no de que no esté perfecto marcar la cancha). La imagen de creerse todopoderosos. Las resoluciones sin confiar más que en los cuartos de Olivos o la mirada hacia el glaciar. El maltrato o el desdén hacia la gente del mismo palo. Una cosa es eso y otra muy diferente, y hasta distinta, si además de eso se les votó en contra porque se quiere otro país, otro modelo. Una vuelta a los noventa, en definitiva. ¿Qué les ganó a los K? ¿Putearlos contra su estilo o querer que se abandone una ruptura ligeramente parcial, pero ruptura al fin, con la escala valorativa de liberales y conservadores? Quien sepa contestar a esa pregunta tendrá el reino de los cielos. Daría la sensación de que hay una mixtura. Algo así como no está del todo mal lo que hacés, pero pará de pelearte con todo el mundo, arreglá con el campo que es lo que nos da de comer y si querés despuntá el vicio con los juicios a los milicos y enfrentando a la Iglesia. El pequeño detalle es el de siempre. Eso de que no se puede tirar el córner y cabecear al mismo tiempo. Se afectan intereses o no. Si lo que se votó es que debe dejarse conformes a todos, estamos en la lona. Si lo que se quiere es que vuelva al Estado la plata de los jubilados, y que se exporte pero atendiendo primero al mercado interno, y que los puestos de trabajo más o menos se mantengan en medio de la crisis internacional, y que a la vez no se enoje “el campo” y los industriales no presionen sobre el tipo de cambio y se pueda barrer debajo de la alfombra, se votó por un milagro que no existe ni existirá en ninguna parte.

El tercer elemento, en línea con el anterior, es qué harán los K siendo que desde el domingo pasado todo el mundillo partidario y empresarial, y alguna parte del sindical, lo da a él como un muerto político y a ella como una figura decorativa. Eso que se llama PJ, y que por el momento es definible como el conjunto de ganadores peronistas o panperonistas, como Macri, querrá cargarse a lo que se considera restos del kirchnerismo (ya lo hacen) y preparar el mejor escenario 2011. La búsqueda de una figura centralizadora, a valores de hoy, no sale de entre Reutemann y Macri. Más De Narváez en la provincia, a menos que encuentren algo mejor que esta vez no consiguieron debiendo, entonces, tragarse el sapo de un candidato ahora ganador al que en verdad detestan. Y en cuanto al radicalismo presuntamente revivido, con Carrió descendida al Nacional B y Binner golpeado en una medida que es incógnita, de modo poco menos que increíble se posiciona Cobos, más por descarte –como el colombiano– que por bondades convincentes. Siempre con una mira coyuntural, del día a día, suena a ciencia-ficción que una mayoría de la sociedad vaya a apostar nuevamente a los radicales para conducir el país. De manera que, si es por dentro de dos años y pico vistos desde hoy, el destino se presenta como de peronismo por la derecha. Aunque, de modo simultáneo, tampoco parece que vayan a contribuir a un incendio porque, vamos, ellos también sufren una revuelta de aquellas y saben que no les convendría propiciar una catástrofe.

Esto último, obviamente, no supone que vayan a dejar de presionar a favor de los intereses que representan. Apuntarán entre otras cosas a la baja de las retenciones y hacia una devaluación menos escalonada, para ganarse el crédito de sus socios ideológicos y comerciales. La gripe pasará, pero esa táctica no. Y es ahí donde vuelve el interrogante de lo que harán los K. ¿Salvar la ropa respecto de su –tal vez– acomodo individual, porque creen que su experimento tibiamente inclusivo y productivo ya fue y sólo se trata de no acabar en helicóptero? ¿O jugarse a profundizarlo, confiando en que tienen todavía un espacio social nada despreciable y gente significativa que podría prenderse si la convocan con un espíritu más humilde y vocación (re)constructiva?

¿El destino es inevitablemente la derecha, de nuevo la derecha, o se lo puede modificar? Otro reino de los cielos para quien sepa contestar esa pregunta.

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